imposible…
Olivia Townsend solo quiere terminar
sus estudios universitarios para
regresar a casa y ayudar a su padre
en su negocio. No está dispuesta a
dejarle tirado como hizo su madre,
incluso aunque ello suponga dejar su
propia vida a un lado. Tiene las
ideas claras y no va a permitir que
nada la aleje de su camino.
Pero su determinación se tambalea
cuando entran en su vida los
gemelos Cash y Nash Davenport.
Cash es el tipo de hombre que
siempre le ha gustado; un chico
malo, sexy y peligroso que quiere
llevársela a la cama a cualquier
precio. Se siente tan atraída por él
que solo es necesario un beso para
que se olvide de lo poco conveniente
que es.
Nash, sin embargo, parece
exactamente lo que necesita: un
hombre de éxito, responsable y muy
apasionado. Pero está pillado, y
nada menos que por su hermosa,
bien relacionada y rica prima
Marissa. Eso no impide que se
derrita cada vez que Nash la mira.
No es necesario más que un roce
para que olvide que no pueden estar
juntos.
Pronto le resulta evidente que ellos
le ocultan algo. Algo que debería
hacerla huir tan lejos como fuera
posible. Pero ya es demasiado
tarde para escapar, Olivia se ha
enamorado… de los dos.
Los dos han capturado su corazón…
los dos hacen arder su cuerpo…
Los quiere a los dos… y los dos la
quieren a ella.
¿A cuál de ellos debe elegir?
Título original: Down to you
M. Leighton, 2013
Traducción: Mª José Losada Rey
Editor digital: sleepwithghosts
ePub base r1.2
A mi marido
Que me ha amado y
acompañado a lo largo de
este alocado viaje,
celebrando a mi lado las
cosas más maravillosas
de la vida. Gracias por
estar ahí. Me alegro que
decidieras quedarte
conmigo.
A Courtney Cole
Mi compañera de
críticas y una de las
mejores amigas que se
puede tener. Te quiero,
chica, y me gustaría que
te mudaras a la casa de al
lado. No lo pienses más,
¡hazlo ya! Gracias.
A las brujas indies
Sin vuestra compañía
nocturna este proyecto no
habría salido adelante.
Vuestro apoyo
incondicional ha
resultado infalible,
asombroso e inspirador.
Nunca lograré
agradecerle lo suficiente
a Georgia Cate que me
haya incluido en el grupo.
Os quiero a todas.
Y, como siempre, a
mi Dios.
Lo eres todo. Y eso
es lo único que importa
1
Olivia
La cabeza me da vueltas, aunque no
recuerdo el nombre de la bebida que
Shawna ha pedido para todas. Solo sé
que es deliciosa. ¡Y que se sube de una
manera increíble! ¡Dios mío!
—¿Cuándo llega el boy? ¡Ya estoy
preparada para él! —grita Ginger.
Ginger es mi compañera en el bar
deportivo de Tad, en Salt Springs,
Georgia. Ella es una camarera alocada a
la que le resulta imposible mantenerse
callada. Su personalidad habitual ya
acostumbra a ser muy exuberante, pero
en una ciudad donde nadie la conoce,
como es Atlanta, se transforma en una
fiera. Una tigresa incontrolable.
Me mira y sonríe. Su pelo teñido de
rubio se ve amarillo en la tenue
oscuridad y sus ojos azules brillan de
una manera diabólica… lo que me hace
sospechar al instante.
—¿Qué pasa? —pregunto intrigada.
—He hablado con el gerente para
que le indique al boy que se asegure de
que Shawna tiene que ayudarle a
desnudarse —me confiesa con una risita
tan contagiosa que no puedo evitar
reírme también. Es un caso.
—¡Ryan la matará si se entera de
que ha desnudado a otro hombre! Da
igual que sea en su despedida de soltera.
—Jamás lo sabrá. Lo que queda en
un reservado, ocurre en el reservado —
argumenta con la voz gangosa.
—¿No querrás decir que lo que
ocurre en un reservado se queda en el
reservado?
—Eso es lo que he dicho.
—Ah, si tú lo dices… —Me río por
lo bajo.
La observo tomar otro trago más del
combinado. Yo, sin embargo, prefiero
pasarme al agua; alguien tiene que
mantenerse sereno y me ha tocado a mí.
De todas maneras, esa es la noche de
Shawna. Yo quiero que su vida de
casada comience de la mejor manera
posible y dudo mucho que eso incluya
tener que llevarme a casa o limpiarse
los zapatos de vómito.
Un golpe en la puerta del reservado
nos hace mirar a todas en esa dirección.
Las chicas comienzan a reírse, gritar y
jalear.
«Espero que sea el boy y no un
poli», pienso para mis adentros.
Cuando se abre la puerta, entra el
hombre más guapo que he visto nunca.
Es un tipo muy alto y con la constitución
de un jugador de fútbol americano:
pecho y hombros muy anchos, brazos y
piernas musculosos, caderas estrechas.
Calculo que debe tener unos veinticinco
años. Va vestido de negro de pies a
cabeza, pero lo más impresionante de
todo es su rostro.
«¡Joder! ¡Qué bueno está!».
El pelo bien cortado es castaño
claro y sus rasgos perfectos y
cincelados. No puedo distinguir de qué
color son sus ojos mientras él revisa la
salita, pero intuyo que son oscuros.
Acaba de abrir la boca para hablar
cuando su mirada se clava en mí. Sus
pupilas parecen enredarse con las mías
mientras me mira fijamente.
Estoy fascinada. Todavía no he
logrado determinar el color de sus iris,
pero las pupilas se ven casi negras.
Incluso con la luz que entra desde el
pasillo a través de la puerta abierta,
parecen charcos de tinta. Lo veo ladear
la cabeza mientras me observa.
Me siento nerviosa… y excitada,
aunque no sé por qué. No tengo razones
para sentirme así, pero es lo que pasa.
Es él quien hace que me sienta nerviosa,
enervada… anhelante.
Todavía seguimos mirándonos
cuando Ginger se levanta y le empuja
para que entre en la habitación, cerrando
la puerta a su espalda.
—¡Venga, Shawna! ¡Tienes que
despedirte de manera adecuada de tu
vida de soltera!
Las demás chicas comienzan a lanzar
grititos agudos y a animarla con
aplausos. Shawna sonríe al tiempo que
se niega, meneando la cabeza.
—¡De eso nada! ¡No pienso hacerlo!
—Las damas de honor se ponen muy
pesadas y dos de ellas se acercan para
tirarle de las manos y obligarla a
ponerse en pie.
Ella intenta zafarse mientras sacude
la cabeza con violencia.
—No, no… ¡No! No quiero hacerlo.
¡Lo hará una de vosotras!
Se retuerce para liberarse, pero las
chicas la tienen bien sujeta. Cuando me
mira, leo en sus ojos castaños todo lo
que necesito saber; está aterrorizada por
la idea.
—¡Liv, ayúdame! —me grita. Me
encojo de hombros como preguntándole
qué quiere que haga y ella señala con la
cabeza al impresionante espécimen que
hay detrás de Ginger—. Hazlo tú.
—¿Te has vuelto loca? ¿Cómo voy a
desnudar yo al boy?
—¡Por favor! Sabes que haría lo
mismo por ti.
Y es cierto, ¡maldita sea!
«¿Cómo demonios se las arregla la
chica más tímida y torpe del mundo para
que siempre le ocurra esto?».
Y como tantas otras veces, me
respondo para mis adentros:
«¡Porque permites que ocurra!».
Respiro hondo, me levanto y giro
hacia aquel monumento humano mientras
alzo la barbilla un poco más. Él sigue
observándome con aquella mirada
ardiente.
Cuando avanzo un paso lo veo
arquear la ceja muy despacio y un
ardiente sofoco me atraviesa.
«Esto es cosa del combinado. Tiene
que ser culpa del alcohol».
Siento que me arden las mejillas y se
me entrecorta la respiración, pero doy
otro paso más.
El tío bueno se mueve a un lado y se
gira ligeramente para quedarse justo
enfrente de mí. Cruza los brazos sobre el
pecho y espera, con la ceja todavía
arqueada, mirándome con curiosidad.
No va a ponerme las cosas fáciles. Está
dejando que tome la iniciativa, como
Ginger pidió al gerente.
En ese preciso momento la música
que ha estado sonando por los altavoces
durante toda la noche aumenta de
volumen. Era una canción erótica,
sensual y lenta. Estoy segura de que se
trata de música de ambiente, pero
parece marcar cada pesado latido de mi
corazón mientras me acerco más y más a
aquellos ojos de mirada aterciopelada.
Al detenerme frente a él, tengo que
alzar la mirada. Mi apenas metro sesenta
y cinco queda unos treinta centímetros
por debajo que su imponente altura.
Ahora que estoy más cerca, observo
que tiene los ojos castaños. De un tono
marrón muy oscuro, casi negros.
«Pecaminosos».
Me pierdo en ellos al tiempo que me
pregunto por qué ha venido a mi mente
esa palabra en particular. Las chicas
comienzan a gritar que se quite la
camiseta. Insegura, recorro con la
mirada sus caras llenas de emoción
antes de volver a mirarle a él.
Veo cómo abre los brazos
lentamente, separándolos del cuerpo,
mientras curva los labios con ironía.
Está lanzándome un reto tanto con su
expresión como con su lenguaje
corporal.
Me doy cuenta de que está seguro de
que no lo haré y es evidente que todas
piensan lo mismo que él.
Esa es justo la razón por la que voy
a hacerlo.
Me concentro en la música para
relajar mis músculos tensos y sonrío
mientras cierro el puño sobre la
camiseta negra antes de sacársela de la
cinturilla de los pantalones.
2
Cash
«¡Joder, es preciosa!».
Al ver a aquella chica de pelo negro,
con aquellos ojos brillantes —estoy
seguro de que son verdes—, menuda y
absolutamente deliciosa, deseo
quedarme a solas con ella en la
habitación.
No he dejado de sonreír mientras
recorre mi cintura con las manos para
liberar la camiseta. Cuando lo consigue,
empieza a subirla.
De pronto se detiene. La veo vacilar
durante un instante, pero ella quiere
demostrar que está muy segura de lo que
hace.
Miro fijamente aquellos ojos
líquidos. No quiero que se detenga,
deseo sentir sus manos en mi piel, así
que la he retado, esperando despertar a
la salvaje tigresa que, estoy seguro,
lleva en lo más profundo de su interior.
—¡Oh, venga! ¿Esto es todo lo que
vas a hacer? —susurro.
Sus ojos se clavan en los míos y
contengo el aliento, esperando a ver qué
parte de ella sale victoriosa. Fascinado,
observo cómo el poder se equilibra y el
cambio se refleja en sus pupilas, que
brillan un poco más; con determinación.
Jamás he visto a nadie armarse de valor
de esa manera, con tanta decisión. Esta
chica posee un coraje increíble, se
enfrenta al reto con una valentía digna
de elogio. Y resulta sumamente erótico.
Ella mantiene sus ojos clavados en
los míos mientras levanta la camiseta.
Se inclina hacia mí y su perfume inunda
mis fosas nasales. Es dulce y algo
almizclado. Sexy, igual que ella.
La veo acercarse más a mí y ponerse
de puntillas para pasarme la prenda por
la cabeza. Puedo sentir sus pechos
contra mi torso. Podría habérselo puesto
más fácil, pero no quiero. Me gusta
sentirla contra mí y no pienso privarme
de ello.
Una vez que me despoja de la
camiseta, da un paso atrás y me mira de
arriba abajo. Es tímida y resulta muy
evidente; como si quisiera estudiarme
pero le avergonzara un poco, lo cual
resulta sumamente atrayente por alguna
razón que no alcanzo a comprender.
Estoy seguro de que todos los ojos de la
estancia están clavados en nosotros,
observándonos, pero los de ella son los
únicos que siento. Son como lenguas de
fuego que me lamen la piel. Abrasadores
y perceptibles, o al menos así los
percibo.
La veo respirar hondo y mirarme el
estómago. Entonces los baja un poco
más y los clava en ese punto durante más
tiempo del que debería, pero no tanto
como yo quisiera que lo hiciera.
Empieza a ponérseme dura.
Ella abre los ojos de par en par y
separa los labios lo justo para
humedecérselos con la punta de la
lengua. Tengo que apretar los dientes
para no estrecharla entre mis brazos y
apoderarme de su boca.
De pronto, la estancia se ilumina lo
justo para romper el hechizo.
Escucho la voz de un hombre, un
tipo muy enfadado.
—Tío, ¿qué cojones ocurre aquí? —
Es Jason y sé por qué está enfadado.
No es fácil dejar de mirarla. Hay en
sus ojos un anhelo tímido y renuente que
me impulsa a saber hasta dónde puedo
empujarla, pero no lo hago. No la
presiono más. Alejo la vista de ella y
giro la cabeza para observar primero a
Jason y luego a las chicas que me miran
babeantes. La fiesta se ha acabado.
«¡Mierda, ahora que empezaba a ser
divertido!».
Sonrío a todas aquellas caras.
—Señoritas, os presento a Jason.
Será él quien os entretenga esta noche.
Ellas miran cómo el chico cierra la
puerta y pasa junto a mí. Él estudia a la
chica que sostiene mi camiseta; parece
perpleja, lo que no es de extrañar en
absoluto.
—¿Cómo que será él quién nos
entretenga esta noche? —pregunta ella,
clavando sus confundidos ojos en mí.
No le respondo de inmediato; dejo
que ella saque sus propias conclusiones.
La veo mirar a Jason, intentando dar
sentido en su mente a lo que acaba de
ocurrir.
—Bien, ¿quién de todas estas
hermosas mujeres es la que va a
casarse? —pregunta Jason.
Sé en qué momento exactamente lo
comprende todo. Ha vuelto a abrir
mucho los ojos e, incluso con aquella
luz tenue, veo que se le encienden las
mejillas.
Ella se vuelve hacia a mí con el
ceño fruncido.
—Si este hombre es el boy, ¿quién
eres tú?
—Soy Cash Davenport, el dueño del
club.
3
Olivia
No puedo evitar quedarme mirando
boquiabierta al dueño del club. Lucho
contra el deseo de meterme debajo de
una mesa. Jamás me he sentido más
avergonzada en mi vida.
Escucho que las chicas rodean a
Jason como gallinas cluecas, pero
apenas soy consciente de ello. Cada
pedazo de mi intelecto está concentrado
en el hombre que tengo enfrente.
De pronto me siento irritada.
—¿Por qué me has dejado hacer
esto? ¿Por qué no has dicho nada?
Él sonríe. ¡Sonríe! ¡Maldito sea! Me
pierdo por un segundo en aquella
sonrisa increíble, pero al instante la
humillación eclipsa por completo el
encandilamiento.
—¿Por qué iba a hacerlo, si que tú
me desnudaras resultaba muy divertido?
—Mmm… Porque, para empezar,
resulta muy poco profesional.
—¿Por qué lo dices? Habéis pedido
un pase privado con un boy, ¿qué más da
quién sea?
—No se trata de eso. Me has
engañado a propósito.
Él se ríe entre dientes… de mí. ¡Qué
morro! ¡Maldito sea!
—No recuerdo que me pidierais que
enviara un boy que no mintiera, sino uno
complaciente.
Aprieto los labios. Este hombre es
desesperante.
Lo miro mientras cruza los brazos
como si tal cosa; como si no estuviera
frente a mí sin camiseta. El movimiento
hace que me fije en sus pectorales,
perfectamente musculados, y en el
tatuaje que cubre uno de ellos. No soy
capaz de ver qué representaba, pero se
extiende también por el hombro
izquierdo como unos dedos largos y
afilados.
Él se aclara la voz, haciendo que le
mire a la cara. Su sonrisa es todavía más
amplia y yo frunzo el ceño con más
intensidad. No puedo pensar con
claridad si lo tengo delante medio
desnudo. Resulta demasiado
desconcertante.
—¿No crees que deberías vestirte?
—Lo haría si me devolvieras la
camiseta.
Bajo la mirada y clavo los ojos en el
puño que apresa la prenda negra. Se la
lanzo con irritación y veo cómo la
atrapa en el aire.
«¡Joder!».
Lo más extraño de todo es que, a
pesar de lo enfurecida que estoy, no sé
la razón de ello. Solo que es eso lo que
siento.
—Eres una mujer llena de fuego…
Quizá debería haberte quitado yo la
camiseta a ti en vez de tú a mí —me
comenta mientras se la pone.
—¿Cuál habría sido la diferencia?
«Además de que hubiera resultado
diez veces más humillante».
Me mira sonriente. Una sonrisa sexy
y arrogante que se extiende por toda su
cara, y por la que no quiero verme
afectada, aunque no lo puedo evitar.
—La diferencia sería que ahora no
estarías enfadada.
Se me seca la boca cuando me
imagino la escena que describe: «me
quita la camiseta, sus manos sobre mi
piel, su cuerpo pegado al mío, sus labios
tan cerca que casi puedo
saborearlos…». Es suficiente para que
se me pase el enfado.
Clavo los ojos en él, boquiabierta
—otra vez— y le observo mientras se
vuelve a meter la camiseta por la
cinturilla. Al acabar, da un paso hacia
mí. Me quedo inmóvil, viendo como su
amplia sonrisa se convierte en una curva
seductora que hace que mis rodillas se
vuelvan de gelatina. Me siento perpleja
y excitada a la vez cuando se inclina
para hablarme al oído.
—Sería mejor que cerraras los
labios antes de que me sienta tentado a
besarlos y darte algo que realmente te
excite y te sorprenda.
Me quedo sin respiración.
Escandalizada; pero no es por su
declaración, sino porque en realidad
quiero que lo haga. Siento mariposas en
el estómago solo de pensar en ello.
Él se incorpora y me mira. No sé
muy bien el porqué, pero aprieto los
labios.
¡Maldito sea! ¡Se ha dado cuenta!
Noto cierta decepción en su
expresión, algo que me complace
mucho.
—Quizá la próxima vez —dice con
un gruñido al tiempo que se aclara la
voz. Da un paso atrás y mira hacia la
izquierda—. Señoritas… —dice,
despidiéndose con un gesto de cabeza.
Ellas no le miran siquiera; están
concentradas en la manera en que Jason
juega con Shawna, ya medio desnudo.
Entonces me mira y se despide también
de mí con una expresión absolutamente
sureña—. Señorita…
Luego vuelve a inclinar la cabeza
antes de darse la vuelta, abrir la puerta y
salir, cerrándola desde el pasillo.
Jamás me he sentido tan tentada a
perseguir a alguien.
Abro ligeramente los párpados
esperando sentir como si se me clavaran
unos cuchillos en la cabeza, pero los
brillantes rayos de sol de septiembre
que entran por la ventana no resultan
dolorosos. Por extraño que resulte no
tengo resaca, algo que agradezco con
todas mis fuerzas.
Lo que sí resulta doloroso es
recordar la humillación que sufrí la
noche anterior, pienso mientras la
imagen del guapísimo propietario del
club, Cash, inunda mi mente. Ruedo
sobre mí misma y entierro la cara en la
almohada cuando los detalles se
apoderan de mis pensamientos; la alta y
corpulenta figura, la cara perfectamente
esculpida, una sonrisa de infarto…
«¡Dios! ¡Qué bueno está!».
Incluso ahora deseo que me hubiera
besado. Es ridículo, pero eso podría
haber convertido la debacle en algo
menos… malo.
Me castigo a mí misma poniéndome
otra vez boca arriba y clavo los ojos en
el techo. Soy lo suficientemente lista
como para saber cuándo tengo una
debilidad. Eso y la manera en que se me
acelera el pulso cuando pienso en
aquellos ojos oscuros retándome a que
le desnude, la forma en la que me excito
cuando pienso en sus labios cerca de los
míos… Sin duda es una suerte que no
vaya a volver a verle. Es lo único que
me falta, volver a enamorarme de un
chico malo.
Como siempre que pienso en
relaciones que terminan en desastre me
acuerdo de Gabe. Este hombre me lo
recuerda mucho; creído, sexy,
encantador, rebelde, indomable…
Un auténtico rompecorazones.
Aprieto los dientes y me levanto de
la cama para ir al baño. Me obligo a
dejar de pensar en Gabe; me niego a
prestarle atención ni un solo segundo
más.
Después de lavarme la cara con agua
fría, comienzo a sentirme casi humana,
así que me dirijo a la cocina. No presto
demasiada atención a los elegantes
muebles de diseño y a las obras de arte
mientras atravieso la sala. Dos semanas
después de que se largara mi compañera
de piso, tuve que mudarme a vivir con
mi prima Marissa. Por fin sé cómo vive
la mitad más privilegiada.
«Bueno, casi…», pienso mientras
me detengo a mirar el reloj de dos mil
dólares que cuelga en la pared.
Son casi las once. Me siento un poco
irritada conmigo misma por haber
dormido durante casi todo mi día de
descanso, así que me muestro irritable y
gruñona cuando entro en la cocina. Ver a
Marissa sentada en la isleta central, con
las largas piernas cruzadas mientras
mira a un tipo que ocupa un taburete ante
ella, no sirve precisamente para mejorar
mi humor.
Clavo los ojos en la espalda, en los
anchos hombros embutidos en una
camiseta blanca y en el pelo castaño
claro. Por un segundo considero lo que
llevo puesto, unos pantalones cortos y
una camiseta de tirantes, y el aspecto
que presento; despeinada, con los ojos
somnolientos y el rímel corrido. Me
planteo regresar a mi habitación, pero la
oportunidad desaparece cuando Marissa
me ve.
—¡Buenos días, Bella Durmiente! —
me saluda sonriente.
Al instante me pongo en guardia.
Para empezar, Marissa jamás ha sido
amable conmigo. Nunca. Es lo que llamo
la pija perfecta: mimada, esnob y
sarcástica. Si hubiera tenido otra opción
para tener un techo sobre mi cabeza, la
hubiera elegido. No es que no le esté
agradecida, lo estoy, y de hecho le
muestro parte de esa gratitud pagándole
una parte del alquiler —aunque ella no
es quien lo paga, sino su padre—, y
conteniéndome para no estrangularla
mientras duerme. Creo que ese es un
buen detalle por mi parte.
—¿Buenos días? —respondo con la
voz ronca e insegura.
Los anchos hombros que hay ante
Marissa se mueven y la cabeza de pelo
castaño claro se vuelve hacia mí. Unos
pecaminosos ojos de color oscuro me
dejan clavada en el sitio y me hacen
contener la respiración.
Es Cash. El propietario del club en
el que hemos estado la noche anterior.
Le miro boquiabierta mientras me da
un vuelco el corazón. Me siento
sorprendida y avergonzada, pero por
encima de todo pienso que todavía es
más guapo a la luz del día. No me queda
más remedio que reconocer que la
reacción que tuve ante él no fue
producto del alcohol que bebí ni de
haberle quitado la camiseta.
Es evidente que no tiene nada que
ver con ello.
—¿Qué estás haciendo aquí? —
pregunto jadeante.
—¿Perdón? —me responde con el
ceño fruncido.
Veo que él mira a Marissa antes de
volver los ojos hacia mí.
—Espera, espera —me dice Marissa
en un tono frío que ha perdido por
completo la calidez anterior—. Nash,
¿la conoces?
«¿Nash? ¿Era el novio de
Marissa?».
No sé qué decir. Mi obnubilada
mente tiene muchas dificultades para
encajar las piezas del acertijo.
—No, que yo sepa —responde aquel
hombre con una mirada inexpresiva.
Una vez que me doy cuenta de lo que
ocurre, la confusión y la vergüenza dan
paso a la cólera y la indignación. Si hay
algo que odie más que a un tramposo, es
a un mentiroso. La gente que miente me
irrita y me pone furiosa.
Sin embargo, recurro a la razón y
contengo mi temperamento. Lo cierto es
que solo necesito un pequeño esfuerzo
para mantener la calma, producto de
llevar toda la vida tragándome las
emociones.
—Oh, ¿de veras? ¿Sueles olvidar de
una manera tan conveniente a las
mujeres que te dejan medio desnudo?
Noto que en sus ojos aparece un
brillo de diversión. ¿Está riéndose de
mí?
—Créeme, creo que me acordaría de
eso.
Marissa salta de la isleta y adopta
una pose beligerante, con las manos en
las caderas y los brazos en jarras.
—¿De qué demonios hablas?
Jamás me ha gustado provocar
problemas en una pareja; lo que cada
cual hace y dice a su novio es asunto
suyo, pero en esta ocasión es diferente.
No sé muy bien por qué, pero lo es.
«Quizá porque ella es mi prima».
Aunque entre Marissa y yo no existe
demasiado aprecio… Lo que hace que
otro pensamiento flote en mi mente, uno
que dice que estoy molesta por haber
sido tan fácilmente olvidada por el tipo
en el que he pensado en cuanto me he
despertado, aunque lo desecho con
determinación tildándolo de ridículo
antes de seguir adelante.
Lo primero que hago es dirigirme a
Marissa.
—Bueno, tu Nash apareció ayer en
la despedida de soltera de Shawna y
fingió ser el dueño de un club llamado
Cash. —Después miro al impostor y, por
mucho que lo intento, no puedo contener
la ironía—. Y tú, ¿en qué estabas
pensando? Por favor… ¿Cash y Nash?
¿No crees que deberías haber sido un
poco más original? ¿Es que piensas que
tienes cuatro años?
Espero que Marissa se enfade lo
suficiente como para conseguir que ese
tipejo se arrepienta de haber montado
aquella charada. Aunque también podría
intentar escaquearse y mentir, negando
lo que ha hecho. Pero no ocurre nada de
eso.
Los dos empiezan a reírse.
Que les mire confundida solo
intensifica su diversión, lo que hace que
me enfade en consecuencia.
Es él quien toma la palabra.
—Imagino que Marissa no ha
llegado a mencionarte en ningún
momento que tengo un hermano gemelo,
¿verdad?
4
Nash
Me quedo observando todas las
emociones que atraviesan la hermosa
cara de esta chica: confusión, cólera,
indignación, placer… confusión otra
vez. Por fin, su expresión es de completa
incredulidad.
—Estás de broma.
—No, no lo estoy. ¿Quién iba a
inventarse una historia así?
Ella sigue mirándome con
perplejidad.
—Así que te llamas Nash.
Asiento con la cabeza.
—Sí.
—Y tienes un hermano gemelo que
se llama Cash.
—Exacto.
—Cash y Nash.
Me encojo de hombros.
—A mí madre le chiflaba la música
country.
—Y Cash es el dueño del club Dual.
—En efecto.
—Así que tú eres el abogado.
—Bueno, no literalmente. Todavía
no, pero sí.
—Y no estáis tomándome el pelo.
Me rio.
—No, no estamos tomándote el pelo.
La veo mordisquearse el interior del
labio como si estuviera pensándose si
debería creernos o no. Dudo que tenga
idea de lo sexy y adorable que resulta.
Cuando lo ha asimilado bien, respira
profundamente.
—¿Podemos empezar de nuevo?
Yo sonrío de oreja a oreja.
—Claro.
En sus labios aparece al instante una
brillante sonrisa y me tiende la mano.
—Tú debes ser Nash, el novio de
Marissa. Yo soy Olivia, su prima medio
tonta.
Mi sonrisa se agranda.
—Me alegro de conocerte, Olivia, la
prima medio tonta.
«Dudo que tengas ni un solo pelo de
tonta».
Ella asiente con la cabeza como si
estuviera satisfecha de sí misma y se
dirige a la cafetera. Apenas puedo
quitarle la vista de encima; tengo que
obligarme a mirar a la hermosa rubia
que tengo enfrente. Siempre he
considerado a Marissa una mujer
elegante y escultural, pero esta mañana
hubiera preferido que fuera una morena
pizpireta, somnolienta y apasionada.
«¡J
o
d
e
r! ¡E
s
t
o
no
e
s
t
á
b
i
e
n!».
5
Olivia
—¡Oh, Dios mío! ¡No lo estás diciendo
en serio! —farfulla Shawna con la boca
llena de tarta nupcial.
Me entra la risa al ver que se le
escapan las migas entre los labios. Venir
con ella a una degustación de pasteles
de boda ha sido una idea muy divertida,
casi tanto como la despedida de soltera.
—Me gustaría que fuera una broma,
pero no lo es. ¡Te juro que fue horrible!
—Noto que me sonrojo solo con
recordar lo que ha pasado con Nash.
—Bueno, al menos era el hermano y
no el tipo al que prácticamente violaste.
Le doy un golpe suave en el brazo.
—¡Yo no le violé!
—No, pero lo pensaste.
—En serio, no…
—¡Ni se te ocurra mentirme! Te
conozco demasiado bien. Este tipo tiene
ese aire de chico malo que te chifla. De
hecho, me sorprendió que no te tiraras
encima y le rodearas con los brazos, le
besaras y todo lo demás.
—¡Por Dios, Shawna! Estás
haciéndome parecer una especie de
fulana.
—¿De fulana? ¿Tú crees? —Mi
amiga me mira con escepticismo.
Las dos soltamos una risita tonta,
aunque la mía acaba convirtiéndose en
una carcajada cuando veo que la capa
roja de azúcar se le ha pegado a los
dientes.
—Cállate. Esa es una de las
palabras favoritas de Tracey —explico,
refiriéndome a mi madre. Ella era una
señorita estirada y correcta y palabras
como «puta» o «zorrón» no formaban
parte de su vocabulario. Sin embargo,
otras como «divorcio» o «abandono» sí
lo hacían.
—Ni siquiera vamos a hablar de
ella. ¡Menuda zorra!
—¿Sabes? Es espeluznante que me
lo digas ahora, tienes los colmillos
manchados como si acabaras de comerte
el hígado de alguien. —La coloración
roja de la cobertura de la tarta hace que
parezca que sus dientes chorrean sangre.
—Bueno, lo hice. Resultó una
experiencia muy agradable acompañada
de Chianti y judías —me responde con
su mejor imitación de Hannibal, para
terminar con un extraño siseo.
Las dos volvemos a reírnos,
ganándonos una mirada desaprobadora
de la encargada de la elegante
confitería.
—Será mejor que te calles. Estoy
segura que da mala suerte que te echen
de la pastelería un mes antes de la boda.
Shawna brinda una tímida sonrisa a
la encargada y me habla sin apenas
mover los labios.
—Si tuvieras a mano un trozo de
carbón, podríamos inmovilizarla,
metérselo por el culo y venir dentro de
unos días a recoger un diamante enorme.
—Pues yo estoy segura de que lleva
algo más de tiempo que el carbón se
convierta en diamante, Shawna.
—No, en ese culo tan apretado no.
Miro de reojo a la severa mujer y
cambio de idea.
—Es posible que tengas razón.
—Bien, ahora que tenemos el
cerebro bien nutrido por el azúcar que
recorre nuestra sangre, tenemos que
aprovechar para trazar un buen plan que
permita que conquistes a Nash ante las
narices de Marissa. Te aseguro que ver
la cara que se le quedaría a la estirada
de tu prima sería el mejor regalo de
bodas que podrías hacerme.
—¿Qué? ¿Te has vuelto loca? ¡No
pienso conquistarle!
—¿Por qué no? Me parece que es
justo el hombre ideal para ti.
Emito un suspiro.
—Lo sé. —Y es cierto.
Nash es guapísimo, encantador,
inteligente, un hombre de éxito
responsable, con los pies en la tierra…
Todo lo que mi madre me ha grabado a
fuego en la cabeza desde que era
pequeña; todo lo que mi padre no era. Y
no es un mal tipo, que es lo mejor que
puedo decir de él. Es posible que no
esté de acuerdo con mi madre sobre
muchas cosas, pero sé que tiene razón
con respecto al tipo de hombre que debo
buscar; me lo ha demostrado a lo largo
de su vida en muchas ocasiones. Quizá
alguien como Nash pueda ayudar a que
mi corazón se convenza también de ello,
hasta ahora parezco tener inclinación a
colgarme siempre por los perdedores.
—Entonces, ¿dónde está el
problema? Ve a por él.
—No es tan sencillo. Para empezar,
no soy esa clase de gente.
Shawna deja caer el tenedor en el
plato y me lanza una mirada furiosa.
—¿A qué clase de gente te refieres
exactamente? ¿A la clase de gente que
sabe lo que quiere y va a por ello? ¿A la
clase de gente que vive la vida a fondo?
¿A la que lo arriesga todo para encontrar
la felicidad? ¡Oh, claro que no! No eres
de esa clase de gente. Eres una mártir.
Ves la vida desde la barrera porque no
quieres arriesgarte a nada.
—Querer tener un título
universitario para poder echar una mano
a mi padre no me convierte en una
mártir.
—No, pero renunciar a todos los
demás aspectos de tu vida para poder
volver a tu lugar de origen sí que lo
hace.
—A él ya le ha abandonado una
mujer, me niego a hacer lo mismo. —No
puedo evitar el tono seco de mi voz.
Estoy furiosa.
—Vivir la vida plenamente no
significa que lo vayas a abandonar, Liv.
—Eso es justo lo que le dijo ella.
Ante esto, Shawna permanece
callada.
Apuntarme a las clases de
contabilidad básica durante los primeros
años de universidad fue un acierto por
mi parte, pero incluso disfrutando de un
horario sin agobios, todavía estoy
cansada. Hoy es viernes por la noche y
el fin de semana acaba de empezar.
«Y ya es horrible».
Me gustaría pensar que se trata solo
de miedo a volver a casa para trabajar
durante todo el fin de semana, pero sé
que se trata de algo más. Todo esto es
por culpa de aquella conversación
estúpida que tuve con Shawna el día que
fuimos a la degustación de tartas de
boda.
«Me parece que es justo el hombre
ideal para ti».
Suspiro. Eso es cada vez más
evidente.
Nash ha venido a ver a Marissa
todas las noches de la semana. Le he
oído hablar, le he visto reírse y he
observado cómo actúa. Y cada día
lamento más no ser la clase de gente que
va a por lo que quiere sin importar nada
más.
Pero no lo soy. Marissa es así, y
también mi madre.
«Si alguna vez decido convertirme
en una ladrona, Nash será mi primer
objetivo».
Escucho su voz profunda mientras
habla con Marissa, al parecer tienen
planes para esta noche. Su vida social
de la jet set me parecen cuentos de
hadas. Por desgracia, mi vida no se
parece nada a un relato para niñitas.
Con un firme tirón que me hace
saltar las lágrimas, me aseguro la coleta.
Me miro al espejo. El uniforme de
Marissa es un traje chaqueta de Jimmy
Choo que cuesta más de mil dólares; el
mío es un pantalón y una camiseta negra
que pone «Tómate una más en Tad’s».
Una chica como yo jamás tendrá una
vida así.
Me alegro cuando escucho que se
cierra la puerta, al menos ahora no tengo
que pasar ante ellos cuando salga. Va a
ser un fin de semana de mierda y solo
acaba de empezar. Verlos babear el uno
por el otro es lo último que necesito.
Les doy de ventaja un par de minutos
antes de coger el bolso y las llaves. Me
pongo la bolsa de viaje al hombro y me
dirijo a la puerta mientras pienso para
mis adentros que debería haber ido al
baño antes de salir, cuando levanto la
vista y veo a Nash sentado en un
elegante coche negro hablando por
teléfono. Eso hace que no me fije en
donde piso y que me olvide de que la
acera se acaba, por lo que tropiezo y me
caigo.
Seguramente no hubiera perdido el
equilibrio si no hubiera ido cargada con
la bolsa de viaje, pero pesa tanto que no
puedo mantenerme en pie.
Caigo sentada sobre la carretera. En
mi mente me imagino como una rueda
girando alocadamente, en una película
muda, agitando brazos y piernas de
manera violenta.
Sí, vuelvo a quedar en ridículo. Sí,
otra vez delante de Nash.
«¿Es que no acabará nunca esta
humillación?».
En cuanto pienso eso quiero
levantarme lo más rápidamente posible.
Antes de conseguir liberarme de la
correa de la bolsa, noto unas manos
fuertes en los brazos que me ayudan a
ponerme de pie.
Me encuentro cara a cara con Nash.
Sus ojos castaño oscuro muestran una
profunda preocupación y su aroma algo
almizclado, a colonia cara, me envuelve.
Es atractivo y sexy.
—¿Te encuentras bien?
Me siento algo aturdida.
—Me alegro de no haberme hecho
pis encima —farfullo. Veo que me mira
boquiabierto y noto que me arden las
mejillas.
«¡Madre del amor hermoso! ¿He
dicho eso de verdad?».
De pronto se ríe. Su perfecta boca se
estira en una sonrisa, mostrándome unos
dientes igual de perfectos. Sus hermosos
rasgos se convierten en algo demasiado
impresionante. Y el sonido de su risa
hace que se me erice la piel.
Sé que estoy mirándole fijamente,
pero no soy capaz de apartar los ojos de
aquellos labios que tan cerca están de
los míos. Se parece muchísimo a su
hermano; igual de delicioso y de
prohibido. Y a pesar de todas las
razones en contra, quiero que me bese.
«¿Qué demonios me pasa?».
—Yo también —me dice.
No sé de qué me habla.
—¿Cómo? —pregunto, deslumbrada
y confundida.
—Que yo también —repite.
—Tú también, ¿qué?
—También me alegro de que no te
hayas hecho pis encima.
«¡Oh, no, eso!».
Al parecer, la regla fundamental del
universo es que parezca medio tonta
cada vez que es posible delante de ese
tipo. ¡Y también delante de su hermano!
Me alejo de él para ser capaz de
pensar, sonrío con timidez y meneo la
cabeza.
—¡Oh, Dios! Lamento haber dicho
eso. Es que… justo estaba pensando que
debería haber ido al baño antes de salir.
Hoy he bebido un montón de agua.
Suelto una risita tonta mientras él
sigue mirándome divertido. ¡Es una
sensación horrible!
—¿Adónde vas?
—A trabajar.
—Ah, ¿y dónde es? —me pregunta,
metiéndose las manos en los bolsillos
como si tuviera intención de mantener
una larga conversación.
—Eh… En el bar deportivo de Tad.
En Salt Springs.
—¿En Salt Springs? —Lo veo
fruncir el ceño—. Pero eso está a una
hora de aquí.
—Sí, por lo que es necesario que me
ponga en marcha ya.
Lo que es de verdad necesario es
que me aleje de él antes de que se me
ocurra hacer algo realmente humillante,
como alargar el brazo y tocar los
musculosos pectorales que se dibujan
debajo de la camisa.
—De acuerdo. Ten cuidado en la
carretera.
Con una inclinación de cabeza y una
educada sonrisa, se da la vuelta y
regresa a su coche, que ronronea a unos
metros.
Yo corro alocadamente hacia mi
Honda Civic. Jamás me había parecido
tan acogedor. Más bien una vía de
escape. Me monto de un salto y cierro la
puerta de golpe, suspirando de alivio.
Pero entonces, para mi absoluta
desazón, giro la llave y solo sale un
quejido ahogado. El motor no arranca.
Miro el indicador del depósito de
gasolina. Está por la mitad, no está
vacío. Observo las luces del
salpicadero; brillantes y amables. La
batería sigue funcionando. Una vez
comprobado eso, ya no sé por dónde
seguir.
Me quedo sentada, impotente, detrás
del volante, preguntándome qué
demonios puedo hacer, cuando veo que
Nash se cruza por delante de mi coche y
se acerca a la ventanilla. La bajo.
Intento sonreír pero solo quiero
llorar.
—¿El coche no arranca? —me
pregunta.
—No.
—¿Cuál es el problema?
—Ni idea. Soy una chica, así que me
repele todo lo que huela a mecánica.
Se ríe entre dientes.
—Imagino que te limitas a echar
gasolina, cambiar el aceite y poco más,
¿no?
—En efecto.
—Déjame echar un vistazo. ¿Me
abres el capó? —me pregunta al tiempo
que se remanga la camisa.
«¡Santo Dios! Hasta sus antebrazos
son increíbles».
Bajo la mirada y giro la cabeza a la
izquierda. Veo el pequeño símbolo para
el capó. Agradezco tener al menos la
capacidad de saber cómo abrirlo.
Tiro de la palanca.
No sé si debo salir o quedarme
dentro. Mi instinto de conservación me
dice que no me mueva, que permanezca
en el interior del coche, lejos de Nash…
Eso reducirá de manera drástica la
posibilidad de que haga o diga alguna
estupidez. Y eso es bueno.
A través de la rendija que queda por
debajo del capó, veo a Nash trasteando
en el motor, tirando de los manguitos,
ajustando alambres y apretando algunas
tuercas. Luego se sacude las manos y
cierra el capó.
Vuelve a acercarse a la ventanilla.
—No veo nada, pero no soy
mecánico. Me da la impresión de que
este coche no se va a mover durante un
buen rato. ¿Quieres que llame a una
grúa?
No puedo reprimir un suspiro de
frustración.
—No, no es necesario. Yo misma
llamaré después de que avise en el
trabajo de que no puedo ir.
—¿Estás segura?
Esbozo la sonrisa más brillante que
puedo conseguir y que, estoy segura, no
será demasiado brillante.
—Sí, segura. Muchas gracias.
—¿Quieres que espere contigo?
Suelto una carcajada amarga.
—Si no te importa, prefiero que me
echen la bronca en privado.
Frunce el ceño.
—¿Vas a tener problemas?
Hago un gesto despectivo con la
mano.
—Oh, no más de los habituales.
Él asiente con la cabeza y comienza
a alejarse, pero se detiene a unos pasos.
Le veo mirar el reloj y luego clavar la
vista en el infinito, como si estuviera
pensando. Es evidente que tiene alguna
idea en la cabeza.
—¿Por qué no me permites llevarte
al trabajo?
—¡Ni hablar! Has hecho planes con
Marissa y Salt Springs queda demasiado
lejos. Demasiado lejos de todo.
—Solo hemos quedado con algunos
compañeros de trabajo. Puedo llegar un
poco más tarde. No pasa nada.
—Bueno, no es necesario. Ya me las
arreglaré. Te lo agradezco, pero no te
preocupes.
—¿Que no me preocupe? —
responde con los ojos brillantes—. ¿Y si
insisto?
—Puedes insistir todo lo que
quieras, mi respuesta seguirá siendo la
misma.
Nash entorna los ojos y curva los
labios levemente. Se vuelve a acercar
muy despacio a la ventanilla y se
inclina, apoyando los antebrazos en el
borde. Su cara queda apenas a unos
centímetros de la mía.
—Siempre podría obligarte a
cambiarla.
La manera en que lo dice es
ominosa, provocadora y muy calmada.
Lo único en lo que puedo pensar es en lo
que me gustaría que me obligara a hacer.
Hay una frase muy desagradable
para cuando un hombre obliga a una
mujer a acostarse con él. ¿Cómo es?
«No se puede violar a una mujer
dispuesta». Y yo lo estaría. ¡Oh, muy
dispuesta!
Se me seca la boca y la lengua se me
pega al paladar. Solo puedo negar con la
cabeza.
Con la rapidez de un rayo, Nash
mete la mano en el coche y me roba las
llaves. Su sonrisa es relamida cuando se
endereza y rodea el coche hasta la
puerta del copiloto. Abre la puerta, coge
mi bolsa de viaje y mi bolso del asiento.
—Vas a venir conmigo o no te
quedará más remedio que pasar la noche
en el coche —dice antes de cerrar la
puerta—. Tú eliges.
Después se da la vuelta como si tal
cosa, llevándose mis pertenencias a su
coche y depositándolas en el asiento
trasero. Se apoya en la puerta del
conductor mientras cruza los brazos para
observarme. El reto es evidente.
Soy lo suficientemente terca para
encontrar la manera de librarme de él si
no quisiera que me llevara. Pero ese es
el problema; quiero ir con él. Y pensar
en pasar más tiempo juntos sin Marissa
presente me parece una idea fantástica.
Tampoco es que tenga planes para
robarle el novio, ¿verdad? Ni que
pudiera hacerlo… Marissa es odiosa,
una zorra llorona, pero aún así es muy
guapa, rica y con buenas relaciones en el
mundo legal de Atlanta.
Y yo no. Yo solo soy la hija de un
granjero que estudia empresariales y
trabaja en un bar. Conquistar a Nash está
fuera de mi alcance, aunque fuera de esa
clase de gente.
Por fortuna, eso consigue que
subirme a su coche resulte todavía más
inofensivo.
Después de subir la ventanilla, salgo
de mi coche y bajo el seguro de la
puerta antes de caminar hasta el lujoso y
frío BMW de Nash. No hago ninguna
referencia a la sonrisita de satisfacción
que luce cuando se sienta detrás el
volante; prefiero que piense que ha
ganado.
—Dime, ¿ceder ha sido tan difícil?
Intento brindarle una sonrisa ligera y
paciente, conteniendo mi carácter.
—Pues lo cierto es que no. Eres un
buen negociador.
—Eso me han dicho.
—Estoy segura de ello —mascullo
en voz muy baja. Pero él gira la cabeza
hacia mí, obligándome a sonreír con
inocencia—. ¿Qué?
Parece mosqueado.
—Me ha parecido que decías algo.
—No, no he dicho nada.
Mi sonrisa desaparece en el
momento en que pone el coche en
marcha.
6
Nash
Observo a Olivia por el rabillo del ojo
mientras conduzco el coche hacia la
interestatal. Sé que estoy buscándome un
lío al hacer todo esto para pasar un poco
más de tiempo con ella.
No es que no estuviera dispuesto a
ayudar a otra mujer en una situación
similar, pero ¿llegaría a tales extremos?
Seguramente no. ¿Insistiría si me
rechazara? No, sin duda no lo haría.
«Deberías de haber esperado con
ella hasta que llegara la grúa y luego
haberte largado».
No tengo respuesta para eso,
simplemente ella es especial; tiene algo.
Es guapísima, de eso no cabe duda,
pero tampoco es que sea mi tipo. Es
opuesta a Marissa en todo, tanto física
como mentalmente. Y si bien Marissa se
adapta a mi vida a la perfección, no me
siento tan atraído por ella como por
Olivia.
Y eso no es bueno.
Y lo sé de sobra.
Aún así, aquí estoy, atravesando
medio Estado para llevarla al trabajo
mientras mi novia me espera.
«¡Oh, joder! ¡Marissa!».
Acelero para tomar el carril de
incorporación a la autopista y miro a
Olivia.
—¿Te importa si aviso a Marissa de
que me voy a retrasar un poco?
Ella sonríe y menea la cabeza.
Presiono algunos botones del
ordenador de a bordo y desconecto el
Bluetooth. No quiero que Olivia escuche
la conversación.
—¿Dónde estás? —me pregunta
Marissa en cuanto responde a la
llamada.
—A Olivia se le estropeó el coche y
no arranca. Estoy llevándola al trabajo,
luego voy para allá.
—¿Olivia, mi prima? ¿Esa Olivia?
—Claro. ¿Quién iba a ser si no?
—¿Y vas a llevarla al trabajo? ¿A
Salt Springs?
—Sí.
Solo me responde el silencio. Sé
muy bien cómo es Marissa con los
demás y soy absolutamente consciente
de que está conteniendo las palabras y la
rabieta porque soy yo. Se le da muy bien
mantener una fachada. Sabe que nuestra
relación acabaría al instante si no lo
hiciera. Esa es la razón por la que ella
no habla hasta que tiene la voz
controlada por completo.
—Es muy amable de tu parte hacer
eso por ella. No me lo esperaba, la
verdad. Olivia es mi prima, pero jamás
te hubiera pedido que te molestaras de
esta manera.
—Ya lo sé. Pero no me importa
hacerlo, de verdad.
Otra pausa.
—Bueno, imagino que nos veremos
dentro de un par de horas.
—Hasta entonces.
Cuando dejo el teléfono en la
guantera noto que Olivia me observa.
—¿Pasa algo?
—Yo estaba preguntándome lo
mismo. ¿Se ha enfadado? —me
responde ella.
—No. ¿Por qué iba a enfadarse?
—¿Es que no la conoces bien?
No puedo evitar reírme.
—No es tan mala, no le ha parecido
mal.
—Mmm…
—Es evidente que no existe un gran
cariño entre vosotras dos. ¿Por qué estás
viviendo con ella? —pregunto,
mirándola de soslayo.
Noto que frunce el ceño.
—Parezco una ingrata, ¿verdad? Y
además, Marissa es tu novia. ¡Lo siento!
«¡Joder! He conseguido que se
sienta culpable».
—Por favor, no hay nada que
lamentar. No ha sido mi intención que te
sientas mal. Solo siento curiosidad por
cómo habéis llegado a esta situación.
—¿Marissa no te lo ha contado?
—No. No ha hablado demasiado al
respecto.
—Ya me figuro… —murmura. Hago
como que no la oigo, pero me dan ganas
de sonreír—. Bueno, durante los últimos
dos años compartí piso con una chica,
pero ahora se ha ido a Colorado con su
novio sin avisarme. Justo coincidió con
el momento de renovar el contrato de
arrendamiento y no tenía dinero para
alquilar el apartamento yo sola, así que
tuve que buscarme la vida. Mi mejor
amiga me ofreció su sofá mientras
encontraba algo mejor, pero se casa el
mes que viene y no me parecía
apropiado. Había pensado irme a una
residencia universitaria, sin embargo el
padre de Marissa me ofreció que me
quedara con ella. No pago tanto por la
comida y el alojamiento como haría en
una residencia, lo que me viene muy
bien, puesto que no nado en la
abundancia precisamente, y eso que Tad
no paga mal a los barmans. —Me mira y
muevo la cabeza asintiendo—. Aunque
no lo parezca por mis palabras, estoy
muy agradecida a Marissa. Solo he
tenido una semana difícil.
—¿Trabajas como barman?
—Sí.
—¿Puedo preguntarte por qué
trabajas en un bar a una hora de camino,
cuando estoy seguro de que hay más de
una docena de bares en la ciudad que te
contratarían con los ojos cerrados?
—Tad me paga más que en cualquier
otro local donde he preguntado. Sus
chicas trabajan por turnos y suelen librar
los fines de semana, así que me paga
más por sustituirlas desde la noche del
viernes hasta el domingo. Llevo dos
años trabajando allí y lo conozco de
toda la vida. Sabe que no le fallaré.
—Entonces imagino que es un
acierto que hayas dado el brazo a torcer
y dejaras que te llevara.
Ella me sonríe de oreja a oreja. Es
una sonrisa preciosa y sexy que hace que
quiera besarla.
Y eso no es bueno.
—Imagino que sí, te debo una.
—Tarde o temprano se me ocurrirá
la mejor manera de que me la pagues.
«Tío, ¿encima estás coqueteando?».
Incluso a mí me parece un
comentario sugerente. Lo más irónico es
que quiero que suene así. Se me ocurren
al menos una docena de cosas que me
encantaría que ella hiciera por mí. O a
mí. O yo a ella.
La sonrisa de Olivia se hace todavía
más amplia.
—Pues ya me lo dirás cuando se te
ocurra.
«¡Genial! ¡Ella también coquetea
conmigo!».
Debería importarme que lo haga,
pero no es así. Para nada.
Lo que sí necesito es cambiar de
tema.
—No sé cuánto paga mi hermano,
pero te aseguro que sus sueldos son muy
competitivos. ¿Quieres que hable con
Cash sobre ti? Es posible que tenga una
vacante.
—¡No! —me responde con una
mirada de pánico.
—De acuerdo… —respondo un
poco sorprendido por su reacción—.
¿Puedo preguntar por qué?
Ella suspira y se apoya en el
reposacabezas antes de cerrar los ojos.
—Es una historia muy larga y
humillante.
—¿Tiene algo que ver con que le
quitaste la camiseta?
Mueve la cabeza de golpe y me mira
con las pupilas dilatadas.
—¿Te ha contado algo?
—No, fuiste tú la que lo mencionó la
mañana que te conocí. ¿No lo
recuerdas?
Noto que se tranquiliza.
—Ah, es cierto.
—¿Renunciarías a un trabajo más
cercano y mejor pagado solo por un
incidente de ese tipo?
—Bueno, lo de mejor pagado está
por ver. Tú no sabes lo que paga.
—Casi puedo garantizarte que sería
suficiente. El club de mi hermano va
muy bien.
—Mmm… —responde ella sin
comprometerse.
—Por lo menos deberías
pensártelo… a menos que quieras que te
obligue a hacerlo. Podría llevarte allí y
listo, ¿sabes?
Olivia me mira y sonríe. Me dan
ganas de detener el coche en el arcén y
sentármela en el regazo.
—Pensándolo bien, quizá sería
mejor que te obligara a hacerlo.
«Pero, ¿qué cojones estás diciendo,
tío?».
Ella vuelve a apoyar la cabeza en el
asiento y la gira para mirarme.
—¿Estás ligando conmigo?
Yo me encojo de hombros. Esta
chica es muy directa y eso me gusta.
—¿Te importaría si fuera así?
—Ya sabes que Marissa es mi
prima.
—Pero no la soportas.
—Eso no importa. No soy de esa
clase de chicas.
La miro y no lo dudo ni un segundo.
Es posible que Olivia considere a
Marissa una zorra fría y sin corazón,
pero jamás hará nada a propósito para
hacerle daño.
—Aunque no me creas, sé que no lo
eres. No suelo equivocarme cuando
juzgo el carácter de las personas, y no
me cabe ninguna duda de que no eres de
esa clase de chicas.
La veo fruncir el ceño.
—Entonces, ¿por qué coqueteas
conmigo?
Lo pregunta en serio. No sonríe ni se
muestra provocativa, pero tampoco me
juzga. Solo siente curiosidad.
Me siento fascinado y, por una vez,
soy completamente sincero con ella.
—Parece que no puedo evitarlo.
7
Olivia
«¿Cómo he dejado que me
convencieran para esto?».
Estoy parada frente a la puerta del
Dual. Miro el letrero durante muchísimo
tiempo. No me queda más remedio que
sonreír. Dual. Doble. Gemelos. Parece
que Cash es atrevido en todos los
aspectos de su vida. Y muy listo.
«¡Maldición!».
Es de día y el aparcamiento está
vacío. Tengo serias reservas sobre lo
que estoy a punto de hacer. Nash ha
insistido hasta la saciedad en que le
permita que me busque trabajo en el
club de su hermano; ha estado dándome
la lata con ello desde el domingo por la
noche, cuando mi padre me llevó de
vuelta al apartamento.
No obstante, tengo la impresión de
que Cash y Nash no se llevan del todo
bien. Nash se ofreció a traerme y
presentarme de manera oficial a su
hermano, pero siendo tan terca como
soy, al principio me negué en redondo a
considerar la posibilidad de cambiar de
trabajo. Sin embargo, ahora que se
acerca el fin de semana y me da pereza
regresar a Salt Springs para trabajar en
Tad’s, veo con otros ojos la oportunidad
de conseguir un empleo en el club de
Cash. Por desgracia, Nash ha tenido que
ausentarse de la ciudad otra vez. Por eso
estoy aquí y no me queda otro remedio
que entrar sola. Tengo muchas dudas al
respecto porque soy consciente de que
la razón por la que no quiero tener que
irme al pueblo los fines de semana es
para disfrutar durante más tiempo de la
compañía de Nash; un tipo que está
fuera de mi alcance.
«Mira quién fue a hablar de
coquetear con el desastre. ¡Tonta, más
que tonta!».
Suspiro y cambio el peso de pie
mientras debato conmigo misma qué
hacer. Giro la cabeza para lanzar a mi
coche una mirada anhelante, el mismo
coche que Nash se ocupó de que
estuviera reparado antes de que
regresara el domingo, avisando a un
mecánico por su cuenta. Al final resultó
algo tan sencillo como una bujía
estropeada, creo recordar que me dijo,
pero la cuestión es que lo arregló.
Emito un suspiro.
La posibilidad de ver más tiempo a
Nash, de que se pase por allí por
casualidad para enterarse de qué tal me
va, me impulsa hacia la puerta.
La abro y accedo al oscuro interior.
Incluso a mediodía es muy poca la luz
solar que entra por las pequeñas y
estrechas ventanas.
El club se ve muy diferente sin las
luces encendidas y la gente
apretujándose entre las paredes. Las
mesas están limpias y vacías, el suelo
negro tan brillante que parece haber sido
encerado. En el ambiente flota música
instrumental, que sale suave de los
altavoces, y la única iluminación en toda
la estancia proviene de las vitrinas
iluminadas para las botellas de licor que
hay detrás de la barra.
Nash me aseguró que su hermano
estaría allí durante todo el día, pero
estoy comenzando a pensar que quizá
debería haber concertado una cita con
él. No sé por dónde empezar a buscarle.
Mis sandalias repican contra mis
talones mientras recorro la estancia. Me
dirijo a la barra y me siento en un
taburete con la esperanza de que Cash
aparezca. Tiene que estar allí, dado que
la puerta está abierta.
Casi me muerdo la lengua cuando él
aparece de pronto detrás de la barra.
—Tú debes de ser Olivia.
—¡Joder! —exclamo, llevándome la
mano al pecho como si así pudiera
sosegar el frenético ritmo de mi corazón.
Él se ríe.
—Con semejante lenguaje encajarás
muy bien aquí.
Si no estuviera tan sorprendida
seguramente me tomaría muy mal ese
comentario, pero me limito a sonreír.
—Parece que tienes la facultad de
sacar lo peor de mí. ¿Qué más puedo
decir?
Cash lleva una camiseta negra sin
mangas que deja a la vista sus
musculosos brazos y parte del
interesante tatuaje que le cubre el
pectoral izquierdo. Intento no pensar en
lo atractivo que resulta, pero la palabra
resuena en mi mente.
«¡Joder!».
Lo veo apoyar los codos en la barra
para inclinarse más cerca de mí.
—Eso es porque todavía no me has
dado la oportunidad de sacar lo mejor
de ti.
Su voz es profunda y calmada. Tiene
una ceja arqueada de la misma manera
sugerente que la noche que lo conocí.
Noto que se me acelera el pulso.
«¡Santo Dios! Todavía está más
bueno de lo que recordaba».
De alguna manera me había logrado
convencer de que él no era tan guapo
como Nash. Él es el chico malo y eso lo
convierte en el menos atractivo de los
dos. ¡Santo Dios, qué equivocación!
Intento aclararme la mente a ver si
en esta ocasión causo mejor impresión.
Sé que solo dispondré de una
oportunidad.
Sonrío educadamente antes de
responder.
—Bueno, eso no será un problema si
trabajo para ti, ¿verdad?
Él se endereza y me sonríe de medio
lado.
—¿Ya me estás amenazando de
acoso sexual?
—¡No! ¡Claro que no! Solo quería
decir que… que… —En mi cabeza
resuena el sonido de un avión cayendo
del cielo a velocidad supersónica antes
de hacerse pedazos contra la ladera de
una montaña con una fortísima
explosión.
«¡Cállate, Olivia! ¡Por favor,
cállate!».
—Venga, sigue. Esto está
poniéndose muy interesante.
Respiro hondo, sintiéndome a la vez
aliviada y un poco irritada.
«¡Está tomándome el pelo!».
—¿Siempre eres tan malo?
—¿Malo yo? —me pregunta con
expresión inocente—. No, qué va…
Con una amplia sonrisa, pone las
manos en la barra y se impulsa para
pasar las piernas por encima y caer de
un salto a mi derecha. Yo me limito a
apretar los ojos con fuerza con la
esperanza de que la imagen de los
potentes músculos de sus brazos no se
quede grabada a fuego en mi mente, pero
creo que los he cerrado demasiado
tarde, porque sus bíceps es lo único que
puedo ver tras mis párpados cerrados.
«¡Maldito sea!».
—Nash me ha dicho que eres
barman.
Abro los ojos. Él está mirándome
fijamente, tan cerca que puedo ver la
línea difusa que separa las pupilas
negras de sus iris pardos. ¡Tiene unos
ojos increíbles!
Noto que mueve las cejas, como
apremiándome a responderle.
—¿Perdón? —pregunto, despistada.
—Nada. No creo que importe. Si te
muestras así de sexy todo el rato, a
nadie le importará lo rápido que
prepares los combinados.
Me sonrojo levemente al escucharle.
Sus palabras no deberían complacerme
tanto, pero lo hacen. Y mucho.
—Eso no será un problema.
—¿El qué? ¿Ser tan sexy durante
todo el rato? Por supuesto que no lo
será.
—No me refería a eso. He servido
combinados en uno de los bares
deportivos más frecuentados de Salt
Springs durante los dos últimos años.
Puedo ocuparme de la barra del tuyo sin
problemas.
Él cruza los brazos sobre el pecho y
me brinda una sonrisa burlona.
—¿Lo crees de verdad?
Me pongo rígida.
—Estoy segura.
—La gente que acude aquí demanda
tanto diversión como bebidas bien
preparadas, así que plantéate si puedes
ocuparte de las dos cosas, ¿vale?
Aunque para mis adentros estoy
pensando que ni siquiera sé lo que
quiere decir, le respondo en el acto.
—No será un problema.
—Entonces, no te importará hacerme
una… demostración, ¿verdad?
La pausa que hace antes de decir
«demostración» provoca que me baje un
escalofrío por la espalda. Carraspeo
para aclararme la voz antes de
responder.
—¿Una demostración? ¿Qué se te ha
ocurrido?
Él tarda unos segundos en responder.
Tiempo suficiente como para que me
ponga un poco más nerviosa. El
suficiente como para pensar en las
diferentes demostraciones que podría
hacerle; un par de ellas muy excitantes.
«¡Deja de pensar en eso, Liv! ¡Está
fuera de tu alcance!».
Lo veo reírse.
—Nada demasiado innovador. No
quiero arriesgarme a que me acuses de
acoso sexual… todavía.
—¿Estás intentando que salga
corriendo?
—Oh, venga… No estarás
diciéndome que nunca has trabajado
para alguien que se siente atraído por ti.
Estoy seguro de que a una chica como tú
le pasa cada dos por tres.
Reprimo como puedo la ridícula
sonrisa que me estira los labios. No
puedo permitir que sepa cuánto me
complace oírle confesar que se siente
atraído por mí, en especial cuando
«complacer» no es más que un
eufemismo para «apenas poder respirar
por la excitación».
—¿Una chica como yo? —pregunto
con calma.
—Sí, una chica como tú. —Cash
entorna los ojos y me mira con una
expresión provocativa y seductora a la
vez, a juego con su voz, tan
aterciopelada como sábanas de seda.
Me lo imagino durmiendo en ellas—.
Llena de vida, sexy, guapísima. Te
apuesto lo que quieras a que jamás has
conocido a un hombre al que no puedas
hacer bailar en la palma de tu mano.
Él me observa como si quisiera
desnudarme allí mismo, en un club vacío
donde suena una música lenta y suave. Y
una parte de mí se sentiría encantada de
que hiciera precisamente eso.
Resoplo.
«¡Oh, Dios mío! ¿Resoplo?».
—No, para nada.
—Bueno, eso es lo que dices, pero
estoy seguro de que puedes conseguir lo
que quieras de cualquier hombre. —
Ladea la cabeza mientras me mira.
Tengo el presentimiento de que está
evaluándome—. Quizá lo que ocurra es
que todavía no lo sabes.
—Yo… No sé qué quieres decir. —
Odio que mi voz suene entrecortada. No
quiero que Cash sepa que me afecta
tanto.
—Mmm… —Es lo único que dice.
Tras unos segundos, en los que estoy
segura que continúa intentando
descifrarme, le veo sonreír. Es una
sonrisa educada que indica que está otra
vez pensando en el negocio. Bueno,
tanto como ha pensado en el negocio
hasta este momento—. ¿En qué
estábamos? Ah, en la demostración.
¿Podrías venir mañana por la noche?
Odio tener que disculparme con Tad
por teléfono, pero no quiero presentar
una renuncia antes de tener seguro otro
trabajo, así que solo me quedan dos
opciones: llamar a Tad o no hacer la
demostración. No tengo elección.
—Claro. ¿A qué hora quieres que
venga?
—A las siete. Así Taryn podrá
enseñarte cómo funciona esto antes de
que abramos a las nueve.
—Me parece bien —convengo,
asintiendo con la cabeza. Entre nosotros
transcurre un largo silencio en el que me
siento muy confundida—. Bien, imagino
que es mejor que te deje con lo que
estabas haciendo.
—¿No me vas a preguntar por el
sueldo? Nash me aseguró que era un
tema que te importaba mucho.
«¡Santo Cielo! Me he quedado tan
deslumbrada por él que se me ha
olvidado preguntar cuánto voy a
cobrar».
Noto que se me encienden las
mejillas. Rezo para que esté demasiado
oscuro como para que él se dé cuenta y
que, si lo hace, lo achaque a que me
resulta incómodo hablar de dinero.
—Sí, es cierto.
—¿Qué te parece si te ofrezco dos
dólares por hora más de lo que cobras
actualmente?
Le miro boquiabierta.
—¿Y no quieres saber antes lo que
cobro ahora?
Él frunce el ceño.
—No, da lo mismo. Tengo el
presentimiento de que valdrá la pena.
—Allí no trabajo bajo presión —
farfullo.
Cash vuelve a reírse.
—Oh, aquí estarás sometida a mucha
presión, pero no te preocupes por ello,
este lugar está abarrotado durante los
fines de semana.
Quiero recordarle que ya he estado
allí, pero no quiero que se acuerde de
que le quité la camiseta.
Demasiado tarde.
—Tú solo conoces el piso de arriba
—me dice al tiempo que me guiña un
ojo.
Tendría que haber sabido que no
saldría de allí sin que él hiciera alguna
referencia a lo que pasó en la fiesta de
despedida de Shawna.
—¿Podríamos olvidarnos de que eso
ha ocurrido?
Él esboza una sonrisa lobuna.
—Jamás de los jamases. —Lo veo
caminar hacia la salida, delante de mí
—. Nos vemos mañana por la noche. A
las siete.
—¿Debo vestir algún tipo de
uniforme?
—Te enviaré algunas prendas a tu
casa. Talla treinta y ocho, ¿verdad?
Por alguna razón, saber que me ha
examinado tan a fondo que puede
deducir mi talla acertadamente hace que
note un cálido hormigueo en lugares en
los que no debería sentirlo.
—Sí.
Vuelve a guiñarme el ojo, se da la
vuelta y desaparece por una puerta casi
invisible detrás de la barra.
8
Cash
Sonrío cuando escucho que la puerta se
cierra detrás de Olivia. Se ha ido.
No me gusta haber tenido que
acortar la entrevista, pero esa chica
tiene la facultad de provocar que haga
locuras y diga estupideces. De alguna
manera, me encanta. Olivia me gusta
mucho.
Es una contradicción viviente. Noto
que se siente atraída por mí, pero que
intenta que no sea así. Me he dado
cuenta de que es un poco tímida, aunque
no quiere que lo sepa. Ver cómo se hace
la valiente, cómo acepta el reto, me
resulta sumamente erótico. Hace que
quiera presionarla para ver hasta dónde
está dispuesta a llegar.
Sé que eso suena malvado, pero es
cierto. Algo en la reacción que tiene
ante mis bromas hace que me hierva la
sangre en las venas. Ahora lo único que
sé es que tenerla cerca hará que los fines
de semana sean muy interesantes.
Me siento a escribir un correo
electrónico para Marie, que es la dueña
de la tienda que me suministra los
uniformes y no puedo evitar imaginar el
aspecto que presentará Olivia con unos
vaqueros negros de cintura baja y el
ajustado top negro. No quiero que las
chicas que trabajan en mi local parezcan
prostitutas, pero tampoco me importa
que enseñen un poco de piel y escote;
eso hace que se vendan más copas. En el
caso particular de Olivia, me
proporcionará, además, muchísimo
placer.
Estoy deseando que llegue la noche
de mañana. Olivia ya tiene un aire
misterioso y sexy, será muy divertido
dejar que estire sus alas en un lugar
donde va a captar mucha atención. Lo
más divertido que haya vivido desde
hace mucho tiempo. Comienzo a pensar
en qué puede consistir la demostración
que quiero que haga.
9
Olivia
Me despierta el timbre del móvil. Abro
un ojo, somnolienta, y miro el reloj en la
mesilla de noche. Son las seis y cuarto
de la madrugada. ¿A quién demonios se
le puede ocurrir llamar a esas horas?
Observo la pantalla iluminada del
teléfono. No tengo ese número en la
agenda y tampoco lo reconozco. Me
planteo no responder. Pero que sea tan
temprano es, precisamente, lo que me
hace contestar. Siempre me siento
intranquila cuando recibo una llamada
muy pronto o demasiado tarde.
—¿Diga? —me decido por fin.
Tengo la voz ronca incluso para mis
propios oídos.
—¿Olivia?
Me baja un escalofrío por la
espalda. Es Cash. Su voz hace que
aparezca en mi mente una imagen de su
apuesto rostro, con aquella sonrisa
arrogante de chico malo, y su ancho
pecho. Al momento, noto que me derrito.
—¿Olivia? —repite.
No, no puede ser Cash, tiene que ser
Nash. Es demasiado temprano para que
el propietario de un club esté levantado.
Para mi desgracia, la imagen mental que
se forma en mi mente ante la perspectiva
de que sea Nash quien me esté llamado
provoca el mismo efecto.
«Eres mucho más voluble de lo que
habías imaginado», me digo a mí misma.
—¿Sí?
Una risa profunda y grave.
«¡Asquerosamente sexy!».
—Soy Nash. Lamento llamarte tan
temprano, pero estaré fuera casi todo el
día y quería saber cómo te fue todo en el
club. ¿Tienes el trabajo?
—No te preocupes, de veras.
Aprecio el interés. Mmm… Lo cierto es
que tu hermano va a hacerme una
especie de prueba. Lo llamó
demostración.
—Ahhh… —dice él como si supiera
a qué me refiero—. Cash prefiere que
sus empleados sepan también entretener
a los clientes.
Por primera vez recuerdo que Cash
ofrece pases privados de strippers y me
siento horrorizada.
«¡Santo Dios! No pienso hacer un
striptease».
Me siento de golpe en la cama.
—¡Joder! No esperará que esté
dispuesta a desnudarme, ¿verdad?
Vuelve a reírse.
—No, a menos que tú quieras
hacerlo.
—¡Dios, no!
—No pensaba que estuvieras
dispuesta, en especial después de la
última experiencia en el Dual.
Noto que está sonriendo.
«¡Cash se lo ha contado todo!
¡Maldición!».
Creo que lo mejor será cambiar de
tema.
—¿A qué se refiere entonces con lo
de demostración?
—Por ejemplo, no puedes
comportarte con timidez delante de los
clientes. ¿Lo entiendes ahora?
Sí, suelo ser bastante tímida, pero no
una pusilánime. Y, la verdad, me sienta
un poco mal que él pueda pensar que lo
soy.
—Créeme, Nash, puedo hacer lo
mismo que cualquiera de las otras
chicas. Ya lo verás.
«Bueno, es posible que no sea
completamente cierto pero, ¡antes
muerta que admitirlo!».
—Entonces no tendrás ningún
problema. Con tu aspecto y tu carácter,
serás todo un éxito.
Su comentario me hace sentir mejor.
Se supone que él no debería de fijarse
en mi aspecto, pero me gusta que lo haya
hecho. Eso quiere decir que no es
insensible a mí, lo que en realidad es
malo, sin embargo es un consuelo saber
que no soy la única que se siente atraída.
Aún así, entre nosotros no puede pasar
nada. Está pillado.
«¡Maldita sea!»
Oigo un pitido ahogado, como si
Nash tuviera otra llamada.
—Hablando del demonio… Está
llamándome Cash —me dice—. ¿Qué
coño hará despierto a estas horas? —
musita en voz baja, como si estuviera
hablando consigo mismo. Me hace
gracia que se pregunte eso. Tras unos
segundos, se aclara la voz y continúa
hablándome—. Bueno, que tengas mucha
suerte esta noche. Eso era lo que quería
decirte. Vuelve a la cama y haz una cura
de reposo, la necesitarás.
Me doy cuenta de que estoy
sonriendo como si estuviera loca. Está a
punto de escapárseme una risita tonta,
pero la reprimo.
—Gracias, eso haré.
—Descansa, Olivia.
Incluso después de colgar el
teléfono, noto erizada la piel de los
brazos y los pechos. Me encanta la
manera en que dice mi nombre.
«¿De dónde habrá sacado mi número
de teléfono?», pienso de pronto.
Me quedo tumbada en la cama
durante un buen rato, mirando al techo y
pensando en él. Me preguntó qué sentiría
si estuviera mirando su techo en vez del
mío, esté donde esté, tendida junto a él
en la cama. Cierro los ojos mientras me
imagino que está a mi lado, dispuesto a
cubrirme con su cuerpo, a acomodar sus
caderas entre mis muslos.
Aquellos pensamientos me
acompañan hasta que vuelvo a
dormirme.
El aspecto del Dual es casi el mismo
que ayer, solo que esta noche hay
algunas luces más encendidas, y se oyen
voces. Son al menos dos y una parece
muy enfadada.
—¿Estás diciéndome que me toca
adiestrar a una novata? ¡Estarás de
coña! Llevo mucho tiempo trabajando
aquí, al menos debería haberme
preguntado.
Veo a quién pertenece la voz; una
rubia con largas rastas y un brazo lleno
de tatuajes. Hace gestos furiosos con las
manos mientras sigue gritando a un chico
que parece absolutamente calmado.
—Corta el rollo, tía —le suelta él
como si nada. Aunque solo puedo ver su
cabeza oscura, sé que está sonriendo. Se
nota en su voz. De hecho, parece que
intenta no reírse—. Cash ha dicho que
no es una novata sin experiencia.
Seguramente no necesitará que la
enseñes.
—Si va a trabajar conmigo, tendrá
que ser la mejor. Punto. No estoy
dispuesta a trabajar con cualquiera.
—Taryn, sin duda eres una zorra de
lo más agradable. Lo sabías, ¿verdad?
La tal Taryn, que se había dado la
vuelta para rellenar algo, se gira hacia
él con tanta rapidez que se escuchó el
golpe de las rastas contra su cara.
—¿Qué me has llamado?
El chico deja caer la cabeza hacia
atrás y suelta una carcajada. Casi espero
que la mujer le clave las uñas en los
ojos, pero me sorprende cuando esboza
una amplia sonrisa. Parece que su
enfado ha desaparecido como por
ensalmo.
—¿Vas a tratar de escaquearte, o vas
a ir al concierto conmigo? —le pregunta
con tono agradable.
Sus voces bajan de volumen al
centrarse en una conversación más
coloquial que yo no puedo escuchar con
claridad y me siento culpable por lo que
ya he oído a escondidas. Ha llegado el
momento de salir de allí o dar a conocer
mi presencia y, sin duda, no es una
decisión fácil. Solo pensar en que tendré
que trabajar con alguien como Taryn me
produce ardor de estómago.
Antes de que se me ocurra
marcharme, reúno todo el valor que
poseo, me aclaro la garganta y atravieso
el local hacia la barra.
Los dos me observan mientras me
acerco. Al aproximarme más, se me
hace evidente que, aunque posea un
fuerte temperamento, esa chica es muy
guapa; con grandes ojos rasgados y
exuberantes labios color rubí. Y él es…
¡Dios! Él también está muy bueno.
Tiene un aspecto muy exótico. Quizá
hawaiano, o cubano. Piel bronceada,
pelo negro y ojos a juego. ¿Y qué decir
de la sonrisa que me brinda? ¡Dios mío!
«¿Dónde estoy? ¿En el lugar donde
se reúne la gente más guapa del
mundo?».
Intento comportarme con naturalidad
a pesar de la ropa que llevo. No es que
sea demasiado reveladora, al menos no
es incómoda, pero aún así me siento…
nerviosa. Los pantalones son de cintura
baja y dejan al descubierto una porción
considerable de estómago, y el top es,
seguramente, de una talla más pequeña
de la que yo hubiera comprado, dejando
al aire un profundo escote. No es ropa
de mala calidad, pero atraerá mucha
atención y eso es lo que me enerva.
No lleno el top tan bien como Taryn,
que luce unos exuberantes senos que
nadie puede considerar naturales. Sin
embargo, el resto de su cuerpo es muy
delgado, lo que me hace sentir orgullosa
de mis curvas. Si puedo presumir de
algo es, sin duda, de trasero.
Sonrío de oreja a oreja y tiendo la
mano.
—Hola, soy Olivia. Tú debes ser
Taryn —me presento, dirigiéndome
primero a la chica. Tengo claro que si
voy a tener problemas con alguien, será
con ella.
—Te diría que estaba esperándote,
pero acabo de enterarme de que voy a
tener que orientarte, así que…
Parece a la defensiva, sí, pero no
manifiestamente hostil. Lo tomo como
una buena indicación y entro al trapo.
—Intentaré aprender lo más rápido
posible. Por suerte tengo mucha
experiencia como barman, así que… —
respondo, acabando la frase como ella.
La veo asentir con la cabeza, pero su
sonrisa es vacilante.
—Ya veremos…
—¡Genial! —digo con entusiasmo
—. Estoy deseando empezar. —Sin
pausa, me giro hacia él y le tiendo
también la mano. Sigue sonriendo—.
Olivia.
—Marco —se presenta con
suavidad. Sus ojos brillan con picardía.
Hay veces en las que conoces a alguien
que sabes al instante que se siente
atraído por ti. No me cabe duda de que
Marco es una de esas personas, y ni
siquiera trata de ocultarlo. ¿Y por qué
iba a hacerlo? No creo que hubiera
mujer en la Tierra capaz de resistirse a
los encantos de alguien como él, que
posee esa ardiente, oscura y pausada
sonrisa—. La noche acaba de mejorar
notablemente.
«¡Oh! Esto podría convertirse en un
problema».
—Quizá también la mía —replico
con una juguetona sonrisa. Ser capaz de
coquetear con él indica con claridad que
entre nosotros jamás ocurrirá nada. Son
los hombres que hacen que se me trabe
la lengua, como Nash y Cash, los que me
preocupan.
—Dirige esa provocativa sonrisa a
algunos de los clientes y quizá lo
consigas, pero sería todavía mejor si
además eres capaz de servir algunas
bebidas —interviene Taryn con
sarcasmo antes de darse la vuelta.
Marco me hace un gesto con la mano
y pone los ojos en blanco.
—Ignórala. Parece como si estuviera
en un perpetuo estado de síndrome
premenstrual, pero se le dulcifica el
carácter cuando el local está lleno.
Sonrío y asiento con la cabeza, pero
realmente estoy dando gracias a Dios.
—Quizá las rastas le den dolor de
cabeza —digo entre dientes.
Él se ríe.
—¡Joder! Guapa y divertida. Apenas
puedo esperar a ver qué más se esconde
detrás de esa sonrisa tan sexy.
—Estoy segura de que no será nada
tan encantador como lo que se esconde
detrás de la tuya.
Él asiente con la cabeza sin perder
la sonrisa en ningún momento.
—¡Oh,sí! Vamos a llevarnos muy bien.
10
Cash
Rara vez me importa ir a trabajar, pero
no suelo esperarlo con tanta anticipación
como ahora. Espero el tiempo suficiente
como para que se llene el local y luego
salgo a averiguar cómo le está yendo a
Olivia. Me he considerado en la
obligación de darle ese rato para
acostumbrarse antes de dar la cara.
Estoy seguro de que verme la pondrá
nerviosa.
Sé que le gusto, o por lo menos eso
pienso. Es solo que no quiere que le
guste y eso solo sirve para aumentar mi
interés.
No me importa jugar con ella al gato
y al ratón; de hecho, estoy dispuesto a
ello con tal de meterla en mi cama. Con
las mujeres me suelo guiar por el
instinto y en esta ocasión me dice que
esperar por ella valdrá la pena.
Cuando estoy en mitad de la pista,
echo un vistazo por encima del océano
de cabezas y mis ojos caen,
directamente, en la barra. En Olivia.
Tengo una buena imagen de ella. En
parte porque soy más alto que la gente
que se interpone entre nosotros y en
parte porque ya está rodeada por un
buen número de hombres.
La veo sonreír a un cliente mientras
mezcla ron con cola. La observo coger
su tarjeta de crédito y cobrarle como si
lo hubiera hecho todos los días de su
vida durante años.
Es buena y eso me encanta. No se me
hubiera ocurrido no contratarla aunque
fuera mala, pero es una suerte que lo
haga tan bien.
«¡Oh, sí! Sin duda merece la pena».
Mi mente quiere recrearse en la
fantasía de tumbarla sobre la barra
cuando el club esté vacío, despojarla de
su ropa y lamer su suave piel. Combato
aquellos pensamientos con fuerza y me
concentro en el presente; en la
demostración. Ella no sabrá nunca que
no es necesaria; que pienso contratarla
de todas maneras, pero quiero ver su
demostración igualmente, por mi propio
placer por encima de todo.
Me abro paso a codazos entre la
multitud, hasta que por fin logro llegar a
su lado. Me detengo en el borde del
círculo de tipos que la rodean y espero a
que ella levante la vista y me vea.
Cuando lo hace, veo que hace una pausa
momentánea. Apenas es perceptible e
imagino que no se habrá fijado nadie,
pero yo sí lo hago y eso es lo
importante.
Ella se humedece los labios con un
gesto nervioso antes de sonreír. Le guiño
un ojo, solo por ver cómo reacciona.
Olivia vuelve a hacer una imperceptible
pausa y se le ponen rojas las mejillas.
Luego aparta la mirada.
La observo fruncir el ceño. No creo
que sea consciente de lo que está
haciendo.
«¡Joder! Me encanta; reacciona ante
mí incluso aunque no quiere».
No sé por qué intenta resistirse a la
atracción que hay entre nosotros con
tanta fuerza, tampoco soy tan malo.
Estoy sano y en forma, soy un
empresario de éxito que no tiene deudas,
y sé que no estoy precisamente mal. O
eso me han dicho.
Me acerco más a la barra, hasta que
puedo apoyar un codo en la superficie
mientras miro al grupo de hombres.
—¿Qué os parece, chicos? Tenemos
a una nueva barman para una
demostración.
Lanzan gritos al unísono. Olivia
tiene ya su club de fans. Sí, va a ser una
adquisición fabulosa para el club.
Escucho las ideas sobre que baile en
la barra o que cante, luego las voces
comienzan a acallarse hasta que unas
palabras se escuchan por encima del
resto, unas palabras que, de pronto,
todos comienzan a corear.
—¡Body shot! ¡Body shot! ¡Body
shot! —gritan para que la prueba
consista en lamer una bebida de su piel.
Ella observa con interés cómo se
decide su destino.
—¡Pues vosotros lo habéis dicho!
¡Será un body shot! —grito.
La miro y levanto las manos con las
palmas hacia arriba.
—La suerte está echada. —Ella
asiente con la cabeza y esboza una
sonrisa mientras se frota las manos
contra los vaqueros—. Elige a tu
víctima.
Olivia se mordisquea los labios al
tiempo que mira en todas las direcciones
a los tipos que la observan. Sé que, sin
duda, cada uno de ellos desea ser el
afortunado, pero ella es una chica lista.
Sabe que esta prueba consiste en mucho
más de lo que parece. Sopesa sus
opciones y piensa una respuesta
apropiada.
Como ya es veterana en el negocio,
sabe que beber mientras trabaja está
estrictamente prohibido, lo que excluye
a Marco y a Taryn. Y estoy seguro de
que también sabe que hacerlo con un
cliente estaría mal visto. Así que se lo
piensa durante un buen rato.
«Chica lista…».
Una demostración en mi club
siempre buscará la manera de satisfacer
a los clientes sin quebrar ninguna regla.
Aunque yo las rompo todas por sistema,
soy muy estricto con mis empleados. El
club es mi sustento. Después de todo no
puedo permitirme ir contra la ley, igual
que no puedo permitirme que haya
peleas.
Observo a Olivia mientras ella
evalúa la situación. Cuando sus ojos
caen sobre mí, sé que se da cuenta de
que soy su única opción. No estoy
seguro, pero me parece que por sus ojos
atraviesa un ramalazo de excitación. O
quizá es solo mi imaginación. Sin
embargo, de lo que sí estoy seguro es de
que vuelve a revestirse de valor y es
igual de sexy que la última vez.
Mira a los tipos que nos rodean y les
brinda una seductora sonrisa.
—¿Creéis que mi jefe, aquí presente,
se prestará voluntario?
Comienzo a sentir palmadas en la
espalda y codazos cómplices. Se
escuchan frases de envidia y otras de
ánimo mientras asiento con la cabeza.
Le tiendo la mano por encima de la
barra. Ella la mira, respira hondo y pone
los dedos sobre mi palma. La ayudo a
mantener el equilibrio mientras se
arrodilla sobre la superficie para
subirse al mostrador.
—Coged vuestros vasos —ordeno, y
todos se apresuran a quitar sus copas de
encima de la barra, dejando sitio para
que Olivia se acueste—. ¡Marco! ¡Un
vaso de tequila Patrón!
Él se libra con rapidez de las chicas
que le rodean para servir la copa y
traerla junto con un plato con sal y dos
rodajas de lima.
Sin embargo, en vez de dejar todo
sobre la barra, lanza a Olivia una
sonrisa.
—Tiéndete, guapa. Te prepararé.
Por regla general cualquier barman
haría lo que Marco está haciendo, pero
lo normal no es que yo esté involucrado
personalmente. Y, por alguna razón, me
gustaría prepararla a mí.
Ella se tiende y se acomoda sobre la
dura superficie.
Fuerzo una sonrisa cuando observo
cómo Marco toma una rodaja de lima y
la desliza por su estómago desnudo,
rodeándole el ombligo varias veces.
Ella le estudia mientras lo hace,
sonriendo de oreja a oreja. Él también la
mira, casi babeante. Yo aprieto los
dientes al sentir una puñalada de celos.
«¿Qué cojones me pasa?».
Cualquiera que me conozca podría
decir que no soy un tipo celoso. Hay
mujeres más que suficientes en el mundo
como para colgarse por una. Los celos
no van conmigo.
O no suelen ir.
Marco se toma su tiempo para mojar
su piel y rociarla de sal. Taryn se
encarga de que suene la música
adecuada, que cuando se trata de un
body shot siempre es Pour some sugar
on me de Def Leppard. Cuando la gente
la escucha todos saben lo que está a
punto de pasar. Jamás le he prestado
demasiada atención a la música, pero
hoy realmente siento lo que dice la letra;
me gustaría cubrir a Olivia de azúcar y
tomarme mi tiempo para lamerla.
Estoy a punto de meter prisa a
Marco cuando por fin pone el vaso en la
mano de Olivia y la otra rodaja de lima
en su boca. No puedo evitar sonreír
cuando veo que ella coge la rodaja de
sus dedos y se la coloca ella misma.
Quizá la atracción que veo en los ojos
de Marco no es correspondida.
Me siento muy feliz.
Olivia me mira con los ojos muy
abiertos y alerta. Me inclinó hacia ella.
—Si te sientes incómoda —le
susurro al oído—, no tienes por qué
hacerlo.
Contengo el aliento para escuchar su
respuesta y espero que sea su parte más
valiente la que aparezca.
Y así es.
Olivia niega con la cabeza, muy
despacio, y se contonea más cerca de
mí. Sus ojos brillan con
determinación… y desafío. Eso hace que
me ponga duro dentro de los vaqueros.
Sonrío.
—Muy bien… tú lo has querido —
digo en un tono lo suficientemente alto
como para que lo escuchen los tipos que
nos rodean. Me animan con aplausos.
Me inclino hacia su cintura y aprieto
la lengua contra la piel de su estómago.
Siento que se le tensan los músculos. El
sabor, picante y amargo a la vez, hace
que se me llene la boca de saliva, así
que cierro los labios para tragarla
mientras beso su carne antes de
continuar lamiendo alrededor de su
ombligo.
Ella se queda inmóvil mientras hago
desaparecer la sal a lengüetazos.
Cuando termino, levanto la cabeza
levemente y Olivia se arquea hacia mí.
Es apenas un gesto, seguramente nadie
lo haya notado salvo yo.
Le pongo un brazo sobre las caderas
para que no se mueva e introduzco la
punta de la lengua en su ombligo. Ella se
pone tensa y, a pesar del volumen de la
música, estoy seguro de que acabo de
escuchar cómo se quedaba sin aliento.
Cuando levanto la cabeza, mi mirada
busca la de ella y allí está la verdad, la
admita ella o no; es deseo. Un ardiente,
afilado, sudoroso deseo de que la posea
contra la pared.
Sin apartar la mirada, tomo el vaso y
me bebo el tequila. Veo que su pecho
sube cuando respira hondo al ver que me
muevo hacia su cabeza.
Le pongo la mano en la nuca y alzo
su cara hacia la mía. Rodeo con los
labios la rodaja de limón que sostiene
entre los dientes y lo succiono hasta
extraer la última gota. Jamás afloja la
fuerza con que la sostiene. No puedo
evitar preguntarme si ella también está
teniendo la fantasía de que el club está
desierto y entre nosotros solo hay calor.
Cuando me enderezo, percibo que
ella está tan… excitada como yo. Creo
que si estuviéramos solos no se negaría
a cualquier cosa que quisiera hacer con
ella.
—¡Bienvenida al Dual! —grita
Marco en ese momento.
Una vez más, se escuchan gritos por
todas partes. La sonrisa de Olivia es un
poco ambigua mientras asimila el calor
que ha desprendido aquel encuentro y
que el bar está lleno de tipos
reclamando su atención. Pero se recobra
con rapidez, se quita la rodaja de limón
de la boca y la sostiene en alto como
señal de victoria.
Me lanza una descarada y amplia
sonrisa y se da la vuelta para saltar por
encima de la barra y tomar de nuevo su
posición tras el mostrador.
—Bien, amigos, ¿quién necesita otra
copa?
Y así sin más, se comporta como un
barman en plena actividad. Mi única
preocupación en ese momento es
mantener alejado a Marco.
11
Olivia
Lo primero en lo que pienso al
despertarme es en Cash lamiéndome el
estómago, metiendo la lengua en mi
ombligo, mirándome a los ojos de
aquella manera profunda.
¡Santo Dios! Podría haberle
devorado allí mismo.
«¡Malditos sean los chicos malos!».
Todo esto es culpa de mi debilidad
por ellos, porque mi mente bien que me
dice que debo buscar a alguien más
adecuado. Alguien como Nash.
Nash.
Suspiro su nombre mentalmente. Es
tan increíble como su hermano. No
podía ser de otra manera, dado que son
gemelos, y si bien no posee esa cualidad
malvada que me atrae como las abejas a
la miel, tiene otras muchas que me
encantan.
Suena mi móvil. Miro la pantalla y
ningún nombre acompaña al número, lo
que quiere decir que no sé quién me
llama. Aunque estoy a punto de no
responder, ya estoy despierta, así que lo
hago.
—¿Diga?
—Buenos días —gruñe una voz
ronca en mi oído. Por un segundo no
solo reconozco al propietario, sino que
reacciono a él. Noto mariposas en el
estómago.
—Buenos días —respondo
educadamente. Es Cash.
—Esperaba hablar contigo anoche,
antes de que te fueras.
Su comentario trae a mi mente un
recuerdo desagradable de la noche
pasada. Un poco antes de que los
últimos clientes salieran del edificio,
Taryn desapareció por la misma puerta
por la que había visto salir a Cash un
poco antes y ninguno de los dos regresó.
Marco me enseñó a cerrar el local y,
cuando terminamos, se ofreció a
acompañarme al coche. Mientras los dos
caminábamos hasta mi Civic me sentía
algo enfadada y no estaba dispuesta a
esperar a Cash como un cachorro
abandonado. Incluso aunque fuera mi
jefe. Así funcionaban las cosas.
Recuerdo haber pensado que él era
como todos los chicos malos; le
encantaba la diversión, la excitación y
era, irremediablemente, infiel.
Tampoco es que tenga que ser fiel a
nadie, pero me sorprendería si lo fuera.
Dejo a un lado esos pensamientos y
me recuerdo a mí misma que Cash no me
importa. Es mi jefe y punto. Fin de la
historia.
—No quise interrumpiros a Taryn y
a ti —le explico, odiando el sarcasmo
que destila mi voz. Intento suavizarla un
poco—. Marco me indicó todo lo que
necesitaba, no te preocupes.
—¿Así que Marco?
«¿Es cosa de mi imaginación o ahora
es su voz la que supura veneno?».
—Sí, se ha portado fenomenal
conmigo.
—Mmm… —Hay una pausa de
varios segundos antes de que continúe
—. A Taryn le preocupaban algunos
temas y teníamos que hablar de ellos
anoche. Por eso te llamo.
Me siento aliviada al instante. Y no
me gusta nada sentirme así, me cabreo
conmigo misma y, más que eso, me
preocupo. Aquella llamada comienza a
resultarme amenazadora.
—¿Hay algún problema?
—Mira, no me gusta andarme con
rodeos o idioteces, así que voy a ser
franco contigo; Taryn no parece
especialmente interesada en entrenarte.
No me ha dado una razón específica,
solo que no le apetece. No voy a
explicarte lo que pienso al respecto
porque no importa. Lo único que
importa es que quiero que trabajes en el
Dual y sé que necesitas algo de ayuda.
Por lo tanto, si tanto le molesta hacerlo,
puede buscarse otro trabajo en el que
sea completamente feliz.
—Entonces, ¿qué es lo que quieres
decirme?
—Bueno, cuando hablé con Taryn
decidió que prefería quedarse con
nosotros, así que he pensado que será
mejor que elijas tú misma; si quieres
que sea ella la que te entrene, lo hará. Si
no, lo haré yo.
Se me acelera el pulso al pensar en
pasar más tiempo con Cash en un lugar
tan pequeño.
—¿No puede ocuparse Marco?
Hay una nueva pausa, esta vez más
prolongada, antes de que me responda.
Cuando lo hace, su tono es muy seco.
—No. No es trabajo de Marco.
Mi mente da vueltas a toda
velocidad y el pensamiento que
sobresale entre todos los demás es
pensar que Cash podría estar un poco
celoso de Marco.
—No sé qué decir. Me refiero a que
no quiero que Taryn piense que estoy
cediendo; no pienso permitir que me
putee y, al mismo tiempo, no quiero
ponerla en un aprieto si tiene algún
problema conmigo.
—Su trabajo no es que le caigas
bien, es entrenarte. No la pones en
ningún aprieto.
Vacilo. Sin tener en cuenta lo que
pienso sobre ese problema con Taryn, no
sé si será lo mejor permitir que sea Cash
el que me entrene. No confío en mí
misma cuando lo tengo cerca. No confío
nada.
—Entonces que sea ella quien me
forme.
—Bien, pero si te lo hace pasar mal,
quiero que me lo digas de inmediato.
—Lo haré —convengo, a pesar de
que no tengo intención de comunicarle
nada. Si tengo algún problema con Taryn
lo resolveré por mí misma. O bien
aprendemos a llevarnos bien, o bien
aprendemos a trabajar con alguien que
no tragamos.
Me paso la mano por el pelo
revuelto. Espero que todo salga bien;
trabajar con alguien que no te cae bien
provoca una tensión cada vez mayor.
—Me ha pedido la noche libre, así
que no volverás a verla hasta el fin de
semana próximo. A menos que quieras
sacarte algún dinero extra las noches de
los miércoles, en las que ella también
viene al club.
Lo cierto es que necesito el dinero y
el jueves no tengo clase hasta las once
de la mañana, así que podría ir a
trabajar el miércoles siempre y cuando
no se convierta en un hábito.
—Me viene bien lo del miércoles.
Puedo ir.
—Bien —responde él. Me parece
notar que está sonriendo mientras habla.
Me alegra que no se haya dado cuenta de
que no quiero que me entrene él.
«Apuesto lo que sea a que tiene un
ego tan grande que ni siquiera se le ha
ocurrido».
—Bien, si necesitas cualquier cosa,
llámame. Llevo siempre el móvil
encima.
—¿Cómo has conseguido mi número
de teléfono?
—Me lo pasó un idiota llamado
Nash.
—¿Idiota?
—Sí, idiota. ¡No me digas que no
sabías que es un idiota!
Me río, pero me siento incómoda.
—Mmm… No, no lo considero un
idiota. Siempre ha sido muy amable
conmigo.
—Claro que sí, eres preciosa. ¿Qué
hombre no sería amable contigo?
—Muchos no lo son.
—Pues son todos unos idiotas —
bromea.
—¿También ellos son idiotas?
—Sí.
—¿Es que hoy todo el mundo es
idiota?
—Sí —repite—. Es la palabra del
día.
Me río, esta vez de verdad.
—¿Ah, sí?
—Sí. Y no quieras saber cuál fue la
de ayer.
—Te aseguro que no pienso
preguntar. Seguramente me dolerían los
oídos.
Baja el tono de voz una octava.
—No, pero seguramente haría que te
sonrojaras.
Guardo silencio durante un rato.
Noto la cara caliente, pero es un calor
agradable. Se me ocurre que, a pesar de
lo mucho que quiero evitarlo y sin
importar que sé que no es bueno para
mí, Cash es irresistible.
«¡Maldita sea!».
—Disfruta del día, Olivia. Nos
vemos el miércoles. Dicho eso, cuelga
el teléfono y yo me relajo en la cama,
perdida en mis pensamientos sobre qué
sentiría si dejara de luchar contra lo que
siento por él.
Oigo voces en cuanto salgo de la
ducha, lo que no es lo normal. Los
chillidos de Marissa son perfectamente
identificables, y preocupantes. La voz
que me sorprende, sin embargo, es la de
Nash. Me acerco a la puerta, la abro un
poco y pego la oreja a la madera.
«Eres una sinvergüenza que se
dedica a escuchar a escondidas».
Contengo una risita. No me paso ni
una, ni siquiera la picardía.
—¡No puedes decirme algo así en el
último momento! ¡Ya he hecho planes y
no tengo un vestido nuevo! —Noto que
ella está tratando de mantener la calma,
lo que es la prueba fehaciente de lo
mucho que él le gusta y, por
consiguiente, trata de engañarle. No
estoy segura de cuánto de lo que le
cuenta es verdad. Sería interesante saber
cuánto tiempo seguiría él con ella si le
mostrara su verdadera cara.
—Si hubiera sabido que volvería a
tiempo, te lo habría dicho antes. Quería
darte una sorpresa. —Nash ha elevado
la voz solo lo suficiente como para
hacerse oír por encima de los chillidos
de Marissa.
—Bueno, ¿y qué quieres que haga?
No puedo dejar colgado a mi padre. Él
está…
—No te preocupes —la interrumpe
Nash con dulzura—. Puedo ir con otra
chica.
Hay una larga pausa llena de tensión;
incluso yo la percibo en la distancia.
«¡Retrocede, Nash! ¡Está a punto de
estallar!».
—¿En quién has pensado?
Su voz no puede ser más fría. Me
pregunto si Nash conoce ese tono y lo
que quiere decir.
—No tengo en mente a nadie en
particular, porque no sabía que tú no
ibas a poder venir. Sin embargo, estoy
seguro de que encontraré a alguien. No
te preocupes.
Casi se me escapa una carcajada.
¿Qué no se preocupe? Apuesto lo que
sea a que Marissa está furiosa.
Casi puedo oler el humo que
desprende por las orejas mientras piensa
en alguien que no suponga competencia
para ella; alguien que sea de fiar, pero
lo suficientemente simple como para no
tener planes.
—¿Qué te parece si vas con Olivia?
Estoy segura de que le encantará
acompañarte, sobre todo si tenemos en
cuenta todo lo que has hecho por ella.
Me quedo boquiabierta; es como una
bofetada en toda la cara. Y la siento
como tal.
«¡Oh, Dios mío! ¡Soy la simple en la
que estaba pensando!».
—Aprecio la sugerencia, pero
Olivia trabaja los fines de semana,
¿verdad?
—Si finalmente va a trabajar para
Cash, ¿cuál sería su horario?
—Bueno, no pienso despertarla para
averiguarlo. Creo que anoche trabajó.
—Sí, pero no le importará. Voy a
preguntarle.
Oigo que Nash empieza a responder
algo, pero cuando se calla me doy
cuenta de que Marissa le ha dejado solo.
Empujo la puerta en silencio y me planto
en mitad del cuarto de baño como si
acabara de salir de la ducha, lo que en
realidad acabo de hacer.
—¿Olivia? —Marissa llama a la
puerta una sola vez antes de entrar. Ni
siquiera espera a que le dé permiso.
Tengo que morderme la lengua.
«¡Zorra!».
—Estoy aquí —digo.
La puerta está entreabierta y la veo
atravesar mi habitación. Empuja la hoja
y me mira con expresión ofendida. No
pierde el tiempo y va directamente al
grano.
—¿Tienes que trabajar esta noche?
Si no es así, es necesario que
acompañes a Nash a una exposición. Se
lo debes.
Solo Marissa puede atacar con la
artillería pesada sin pensárselo dos
veces. ¿Para qué andarse con
nimiedades si puede recurrir a la culpa y
el chantaje?
«Sí, señor. Me siento orgullosa de
estar emparentada con la amante de
Satanás».
Contengo un resoplido antes de
responderle.
—De hecho, esta noche libro. Sin
embargo, no puedo ir con él. Lo siento
mucho, pero no tengo ropa para asistir a
un evento de esas características.
Ella hace un gesto con la mano
quitando importancia a mi excusa.
—Puedes ponerte algo mío. Con eso
ya nos apañaremos.
Acabo de escuchar cómo se quejaba
por no haber tenido tiempo para
comprarse un vestido nuevo para el
acontecimiento, pero no le importa que
yo asista con… cualquier cosa.
—Si a Nash no le importa como
vaya vestida…
Ella se ríe de una manera que me
siento humillada.
—Olivia, estoy segura de que Nash
ni siquiera se fijará en ti.
Lo confieso, comienzo a ver rojo.
¡Maldita sea! Lo veo todo rojo. En ese
mismo momento decido que voy a
dejarlos a todos con la boca abierta, en
especial a Nash. Marissa va a
arrepentirse de todo esto.
«Incluso aunque tenga que hacer lo
mismo que la protagonista de La chica
de rosa y coserme mi propio vestido en
diez minutos».
Pero eso lo pienso para mis
adentros, por fuera muestro una dulce
sonrisa a mi prima.
—Bueno, en ese caso nada podría
hacerme más feliz.
Ella se da la vuelta y se aleja sin
darme las gracias ni nada por el estilo.
Al oír cómo le cuenta a Nash que le
acompañaré yo y que ella misma se
asegurará de que esté presentable, no
puedo evitar preguntarme si podría
salirme con la mía, aunque solo fuera
por una vez, y clavar un punzón de picar
hielo en ese frío corazón.
«Si hiciera eso podrían concederme
el Nobel de la Paz o, como mínimo,
recibiría una llamada de agradecimiento
desde el Vaticano».
En esta ocasión ni siquiera me
molesto en contener la risa.
12
Nash
Mientras espero a que Olivia salga de
su dormitorio, no puedo evitar sentirme
un poco avergonzado. No debería desear
con tantas ganas pasar la tarde con ella.
Pero es lo que ocurre y no voy a
negarlo.
—¿Nash? —escucho que me llama
Olivia y me giro hacia su dormitorio.
Veo la puerta desde la salita. Se ha
abierto lo justo como para que la oiga
pero no la vea.
—¿Qué?
—Prométeme que si piensas que voy
a avergonzarte con este vestido, irás sin
mí. No me enfadaré. Te lo juro.
—Olivia, no importa qué…
—Prométemelo o no saldré.
«¡Mira que es terca! Nunca lo
hubiera supuesto. Pero lo cierto es que
creo que me gusta».
Suelto una risa.
—De acuerdo. Te prometo que si
pienso que vas a avergonzarme, iré sin
ti.
Se cierra la puerta y transcurre un
buen rato antes de que se abra por
completo. Lo que veo me hace contener
el aliento.
Marissa es algo más alta que Olivia
y también un poco más delgada, pero
Olivia tiene curvas; muchas curvas. Y
cada una de ellas es exhibida a la
perfección por el vestido que se ha
puesto.
Creo que es un modelo que ya le he
visto usar a Marissa y le quedaba muy
bien… pero no así.
Está confeccionado en una de esas
telas tan finas, de color rojo sangre. Veo
la ondulación que hace el tejido con el
aire que desplaza la puerta al cerrarse,
hasta que se escucha un golpe
amortiguado contra el marco. Olivia se
detiene y me permite hacerme una idea
del conjunto antes de comenzar a
caminar hacia mí. Aprieto los dientes
con fuerza para no quedarme
boquiabierto mientras la observo. El
tejido, etéreo, se pega a su cuerpo
cuando avanza, dibujando sus formas a
la perfección. Con tanta perfección que
podría estar desnuda.
«¡Santa madre de Dios, ojalá lo
estuviera!».
Aparto ese pensamiento sabiendo
que no puedo permitir que esa noche
acabe así.
«¡Usa la cabeza, tío! ¡La que tienes
sobre los hombros!».
Ella se desliza hasta detenerse frente
a mí, toda elegancia y deliciosa piel.
Sus hombros y el nacimiento de sus
senos brillan bajo la tenue luz. Quiero
tocarla, acariciarla, con tanta intensidad
que tengo que cerrar los puños para
reprimirme.
—Estás muy guapa. —Mi voz suena
forzada.
Ella pone una expresión de
desilusión.
—Es demasiado apretado, ¿verdad?
Me he puesto unos tacones muy altos
para que me quede bien el largo, pero el
resto no tiene remedio. —Me doy cuenta
de que ella está realmente preocupada,
lo que provoca mi sonrisa, aunque no
sonrío. Eso es lo último que se debe
hacer ante una mujer alterada—.
Marissa es mucho más delgada que yo
—explica mientras mueve una mano en
el aire—. Y no tengo ninguna cosa
que…
Estiro el brazo y capturo los dedos
que revolotean ante mí al tiempo que
aprieto el pulgar de la otra mano contra
sus labios.
—Shhh… —Se calla al instante. Si,
habría podido conseguir que dejara de
hablar de otra manera que no implicara
tocarla, pero esto es más prudente que
besarla, que es lo que realmente quiero
hacer.
«¡Oh, Dios mío! ¡Qué ganas tengo de
besarla!».
Tardo unos segundos en
concentrarme en algo que no sean los
exuberantes labios algo entreabiertos.
Sería muy fácil deslizar la punta del
dedo entre ellos, sentir el calor, la
humedad de su lengua.
Me sorprende e irrita sentir cómo la
bragueta del pantalón del esmoquin
contiene mi erección. Tengo que tener
mucho cuidado con esta chica. No
recuerdo la última vez que una mujer
puso tan al límite mi contención.
Bueno, si soy sincero conmigo
mismo, sí puedo. Fue Libby Fields,
vestida con un ceñido modelo de baile
cuando regresábamos a casa después del
baile de fin de curso. Me acuerdo de
haber pensado que si se sentaba en mi
regazo y contoneaba el culo una vez más
yo explotaría como el volcán del monte
Santa Helena.
No lo hice, por supuesto, pero
estuve muy cerca. Y la tentación que
supone Olivia —una contradicción
curvilínea y cautivadora que habla y
camina— supera a la que suponía Libby
Fields por goleada, lo que es un dato
muy elocuente dado que ahora tengo
veinticinco años y no catorce.
Me aclaro la voz.
—Por favor no digas nada más.
Estás preciosa. Marissa no podría lucir
ese vestido de la manera en que lo haces
tú ni en sus sueños más salvajes. Seré la
envidia de cada uno de los hombres
presentes. —Sonrío para reforzar mis
palabras.
Aunque no deja de fruncir el ceño
por completo, sé que se siente mejor
porque me agarra la muñeca y separa mi
mano. Es evidente que está conteniendo
una sonrisa.
—¿De verdad?
—De verdad.
—¿De verdad de verdad?
—De verdad de verdad. Solo
deberás recordar que esta noche eres
mía.
Me sorprende cuánto me gusta decir
eso. Pensarlo.
La veo sonreír de oreja a oreja antes
de soltarme la muñeca.
—Señor, sí señor —se burla.
Me encanta que sea tan juguetona. Es
un agradable contraste con Marissa, que
siempre es tan… Bueno, que no lo es.
—Bien, a eso me refería —comento
aprobadoramente—. Una mujer que sabe
que su sitio está debajo de mí. ¡Oh, lo
siento! Eso no ha sonado demasiado
bien —bromeo.
Ella se ríe.
—¡No estoy debajo de ningún
hombre! —me replica con seriedad
antes de que sus labios formen un mohín
travieso—. Al menos sin que me haya
invitado a cenar y a tomar una copa.
—¡Oh! ¿Lo dices en serio? Hay un
McDonald’s al otro lado de la calle.
Le ofrezco el brazo y ella apoya los
dedos en mi codo. Aunque sé que es
absolutamente ridículo, que me estoy
comportando como un crío, tenso el
bíceps esperando que ella lo note.
—¿Es esto todo lo que se necesita
para que tú… er… te pongas firme? —
me pregunta de manera sugerente al
tiempo que me recorre con la mirada.
—Soy un abogado joven y
prometedor que trabaja de pasante en
uno de los bufetes de abogados más
influyentes de Atlanta. McDonald’s no
es una opción. —Me detengo ante la
puerta de salida y la abro antes de
hacerle un gesto con la mano para que
salga primero—. Aunque si vuelves a
mirarme como acabas de hacerlo…
Noto que se le encienden las
mejillas hasta adquirir un delicado tono
rosado y ella baja la vista con timidez.
Me dan ganas de desgarrarle el vestido
con los dientes.
—¿Qué está insinuando, mi coronel?
—¿Coronel? ¿Después de tanto
esfuerzo solo llego a «coronel»?
—No sé… ¿Has ganado suficientes
galones para llegar a general?
Caminamos despacio hasta el coche.
—Depende de cómo pienses que se
ganan los galones. —Los hoyuelos que
aparecen de improviso en sus mejillas
me indican que está tratando de contener
una sonrisa.
—Oh, supongo que como los suelen
ganar el resto de los hombres —replica
ella, haciendo balancear el bolso que
cuelga de su muñeca, en un logrado
intento de parecer indiferente.
—Cariño, si ese es el baremo, soy
un general de cuatro estrellas.
No puede contener una risa. Noto
que no esperaba que le respondiera eso,
pero me alegro de haberlo hecho.
Escucharla reír es como disfrutar de la
mejor sinfonía.
Me siento un poco desilusionado
cuando llegamos al coche. Lo cierto es
que podría seguir caminando, hablando
y bromeando con ella durante el resto de
la noche.
13
Olivia
El silencio en el interior del coche es un
poco tenso. Bueno, quizá tenso no sea la
palabra correcta. Para mí está…
cargado. Sexualmente cargado. Me
pregunto si Nash sentirá lo mismo.
«Quizá no lo haga. Quizá coquetea
así con todas las mujeres».
Lo pienso durante un segundo. La
perspectiva me resulta a la vez
decepcionante e irritante. Sin embargo,
estoy segura de que no es el caso. Es
posible que solo sea mi ego el que
habla, pero realmente creo que Nash no
suele comportarse así con nadie.
Por lo menos eso espero.
Por alguna razón, Nash me parece un
hombre fiel.
«Me sorprendería mucho que
engañase a Marissa».
Apostaría lo que fuera a que es de
verdad un buen tipo, de la clase que
necesito en mi vida. La cosa es que
jamás será mío, precisamente porque es
un buen tipo. Su naturaleza —el chico
bueno que es fiel a su novia hasta el
final— imposibilita que ocurra nada
entre nosotros. Incluso aunque
terminaran su relación, él se
comportaría de una manera sensible y
jamás saldría conmigo por ser la prima
de su ex.
Como diría Shawna, ¡una putada!
—¿Lo has solucionado ya?
La atractiva y profunda voz de Nash
interrumpe mis pesimistas pensamientos.
—¿El qué?
—El hambre en el mundo.
Sé que le estoy contemplando como
si le hubieran salido alas o un tercer ojo
en la frente. Desvía la vista de la
carretera un par de veces para mirarme
antes de reírse.
—Por si acaso no es evidente, no sé
de qué me hablas —le digo.
—Eso parece —replica él con
ironía mientras esboza una sonrisa de
oreja a oreja—. Quería decir que
parecía que estabas pensando cómo
resolver algo muy importante. ¿Va todo
bien?
Me apoyo en el reposacabezas
acolchado de piel y clavo los ojos en su
bien parecido rostro. Con el pelo bien
peinado con raya al lado —a diferencia
de su hermano, que lo lleva revuelto— y
la piel bronceada por el sol, parece
James Bond. Soy tan sensible a sus
encantos como si realmente fuera el
elegante agente del MI6.
«Me ha conquistado por completo.
Hace que me agite, que me revuelva por
dentro».
—Te queda muy bien el esmoquin,
¿lo sabías? —Veo que frunce el ceño sin
sonreír. Muevo la cabeza y miro hacia el
frente, al parabrisas—. ¡Dios mío!
¿Podría dejar de decir tonterías?
«¿Qué me pasa?».
—Imagino que si te esfuerzas lo
conseguirás —me responde él riéndose
por lo bajo.
—Estás en lo cierto, Bond.
Vuelve a reírse.
—¿Bond? ¿Cómo James Bond?
¿Cómo se te ha ocurrido eso?
Giro la cabeza para volver a
mirarle. Al momento, las hormonas me
nublan la vista.
—Er… mmm… er… Estaba
pensando en revolverme y agitarme. —
Me mira de reojo y arquea una ceja—.
Quiero decir que estoy segura de que
podrías agitarme y revolverme. —«¡Oh,
Dios mío! ¡Que alguien me tape la
boca!»—. Me refiero a que estoy segura
de que puedes agitar una bebida sin
revolverla. No a mí. —Resoplo.
«¡Mi madre, acabo de resoplar!».
—¿De verdad estabas pensando
eso? —Curva los labios en una sonrisa
muy sexy. Con la ceja arqueada y los
labios sonrientes, se parece muchísimo a
su hermano. Normal, ¡son gemelos!
Durante varios segundos clavo los
ojos en él de una manera embarazosa y
tardo un rato en ser capaz de volver a
pensar. Cuando llega la razón, comienzo
a recriminarme.
«¿Qué demonios te pasa? Ya que
estás, ¿por qué no le dices que detenga
el coche en el arcén para poder subirte a
su regazo»?
Debo asimilar de una vez que ese no
es el camino correcto para borrar de mi
mente estos pensamientos calientes y
excitantes, pero esa idea me lleva de
nuevo a un estado catatónico, en el que
me imagino algo tan conciso como
ocupar con él el asiento del conductor…
Tras varios segundos recuerdo que
él había preguntado algo.
—¿Qué has dicho? —pregunto,
meneando la cabeza para conseguir
concentrarme en algo razonable.
Él frunce el ceño.
—Olivia, ¿de verdad te encuentras
bien?
Suspiro y le miro fijamente otra vez.
«Nota mental: No esperes ser capaz
de tener pensamientos coherentes
mientras tengas a Nash cerca. Las
habilidades motoras también se ven
deterioradas. Tomar precauciones
adicionales».
Casi me río disimuladamente cuando
me imagino poniéndome un casco,
rodilleras y protector de dientes cada
vez que Nash entrara en una habitación.
A continuación pienso en lo que
podría hacer con las rodilleras puestas.
«¡Agggg!».
Me siento aliviada cuando Nash baja
la velocidad y gira el volante para entrar
en el aparcamiento de una galería de
arte. Si bien no hay ninguna señal que
indique la naturaleza del negocio, sé que
este es nuestro destino. Lo he buscado
en Google antes de salir para saber qué
era lo que me esperaba. No me apetecía
nada caerme por unas escaleras no
esperadas o cualquier cosa por el estilo.
Necesito toda la ayuda que pueda
cuando estoy con este tipo.
En el momento en el que el
aparcacoches se aleja de la acera con el
BMW para estacionarlo, Nash me ofrece
de nuevo el brazo para dirigirnos a la
sala de exposiciones. Cuando miro a mi
alrededor solo veo cuerpos bronceados
con rayos UVA, figuras realzadas con
cirugía y melenas rubias de bote. Tengo
la impresión de haber entrado en la
mansión de Barbie, pero en versión
blanco y negro, dado que todo el mundo
va de etiqueta (de negro de pies a
cabeza). Por otra parte, el color no es lo
único que falta en aquel universo
Barbie… ¡No hay Kens! Las Barbies
solo están del brazo de frikis,
esperpentos o viejos verdes. Es
entonces cuando me doy cuenta de que
hemos aterrizado en una reunión de
mujeres objeto.
Bajo los ojos a mi cuerpo, embutido
en un modelo rojo que marca todas mis
curvas, y luego alzo la vista a aquella
sala monocromática. Me pregunto dónde
estará la salida más próxima. Nash se
inclina para hablarme al oído.
—¿Te pasa algo?
—Me siento como la pincelada de
color en un cuadro abstracto.
—Lo eres. Pero eso no es malo.
Le miro y me sonríe. Parece hablar
en serio. De hecho no parece
avergonzado por mi aspecto. Rezo para
que sea verdad que no lo está.
Me obligo a pensar con madurez. Si
él no está avergonzado, no hay razón
para que lo esté yo. «¿Entendido? Sí».
Respiro hondo.
—Entonces no pasa nada. Vamos.
Cuanto más nos internamos en la
estancia, más cabezas se giran hacia
nosotros. La mayoría de los hombres
parecen apreciar mi atavío, pero ¿y las
mujeres? No, ellas no lo aprecian
demasiado.
Nash se detiene intermitentemente
para hablar con distintas parejas. Es
evidente que está allí por negocios.
Salvo los halagos automáticos a las
mujeres, se dirige en casi todas las
ocasiones a los hombres. Aunque no se
trata más que de conversaciones ligeras,
debe dar la talla. Por suerte, en todas las
ocasiones se granjea aprobaciones a
diestro y siniestro.
«¿A ti qué más te da? Ni su carrera
ni sus miradas deberían importarte».
Pero lo hacen.
Lo malo es que después de veinte
minutos, los guantes comienzan a caer. O
quizá me explicaría mejor si dijera que
las garras empiezan a aparecer. Todo
comienza cuando nos topamos con una
chica que conoce a Marissa.
—Nash, ¿dónde has dejado a tu
media naranja? —pregunta la joven que
he apodado como Gatita Barbie. Me doy
cuenta de que me mira de arriba abajo
con una expresión de burla que no se
molesta en disimular y que dice a las
claras que cree que me he zampado la
media naranja de la que habla.
—Hubo un cambio de planes en el
último momento. Le diré que has
preguntado por ella.
—Por favor —responde sin dejar de
mirarme—. Bueno, ¿y quién es este pavo
real?
«¿Pavo real? ¿Está de coña?».
—Mi acompañante es la prima de
Marissa, Olivia.
—Encantada, Olivia. —Pero su
mirada dice que no está encantada—.
Has elegido un modelito interesante —
asegura con un gesto de barbilla.
—Lo eligió la media naranja de
Nash —replico con una sonrisa muy
brillante, deseando que se abra el suelo
y me trague.
—Interesante —musitan aquellos
labios de colágeno con una sonrisa
falsa.
Nash se aclara la voz.
—Diré a Marissa que te llame —le
dice a Gatita Barbie antes de mirar al
hombre que la acompaña—. Spencer, ya
hablamos la semana que viene.
Spencer asiente con la cabeza y
luego me sonríe. Su expresión dice que
lamenta que su pareja no sea un poco
menos tóxica, así que le devuelvo la
sonrisa pensando que, por su bien, ojalá
sea muy buena en la cama, porque si no
solo habrá sufrimiento en su futuro.
Me alegra mucho que Nash no
mencione el incidente mientras nos
acercamos a la siguiente pareja. Pegan
tan poco el uno con la otra como la
anterior. Este tipo es un friki de libro, y
lo único que le falta es llevar unas gafas
de pasta con cinta aislante en el puente y
una funda en el bolsillo del esmoquin.
¿Y con respecto a ella? Estoy segura de
que la sacó de un plató de películas de
serie B donde solo suena música en plan
«bow chicka bow wow». O eso, o es
inflable.
Pienso para mis adentros que es
imposible que esos dos vayan a ser
desagradables. Parecen tan graciosos
que no pueden lanzar piedras.
Pero lo hacen, y son auténticos
pedruscos.
Mentalmente la apodo la Barbie
Tonta. Mi valoración se ve reforzada
cuando comienza a reírse al detenernos
delante de ellos.
—¡Oh, Dios mío! Alguien no recibió
las instrucciones.
Ni siquiera baja la voz. La miro
boquiabierta y me ruborizo porque noto
por el rabillo del ojo que varias cabezas
se giran en nuestra dirección. Casi
puedo sentir como me juzgan esos ojos
al clavarse en mi colorido vestido.
No digo nada y tampoco doy pábulo
a sus palabras; me limito a sonreír. Una
sonrisa con la que espero disimular mi
creciente humillación.
Aún así, Nash no dice nada. Y se lo
agradezco. Si lo hiciera quizá me
hubiera echado a llorar.
Caminamos hasta la siguiente pareja.
Y a la siguiente. Y a la siguiente. Cada
una es peor que la anterior.
Justo cuando pienso que no hay
nadie más borde en aquella sala, me
tropiezo con ella. La llamaré la Barbie
Insípida.
—¿De dónde has sacado ese
vestido?
Se me cae el corazón a los pies.
Solo quiero huir y esconderme.
Después, iré a buscar a Marissa y la
estrangularé con el vestido.
Para empeorar las cosas, noto que se
me llenan los ojos de lágrimas.
Parpadeo con rapidez y fuerzo una
sonrisa. Sin embargo, en el momento en
que noto que Nash se tensa a mi lado,
me pongo furiosa. Por si no fuera
suficientemente malo que me lo estén
haciendo pasar mal a mí, Nash tiene que
trabajar con algunas de esas personas.
Ya no me molesto en reprimir la
aguda réplica que viene a mi lengua.
—Se lo compré a una sin techo —
respondo sin expresión en la cara—. Me
pareció mucho mejor que el que ofrecía
la stripper a la que robaste el tuyo.
Me mira sin entender hasta que
asimila el significado de mis palabras.
Entonces se pone muy roja y sus
carnosos labios forman una enorme «O»
de sorpresa.
Durante un segundo me siento muy
satisfecha. Haberla dejado muda hace
que me sienta mucho mejor, pero de
pronto recuerdo a Nash y que su única
finalidad para estar allí es causar una
buena impresión.
La sensación de culpa hace que me
quede helada. Incluso mareada.
Brindo una dulce sonrisa a la Barbie
Insípida y a su despistada pareja.
—Disculpadme, necesito ir al cuarto
de baño. —Miro a Nash con el corazón
en los ojos—. Lo lamento mucho.
Y huyo.
Busco en aquel ambiente hostil las
señales universales que indiquen la
situación del cuarto de baño y, al divisar
la pequeña silueta negra con un vestido,
me dan ganas de abrirme paso a codazos
para llegar. No lo hago, por supuesto, en
especial porque seguramente tropezaría
y me caería, lo que provocaría un ataque
de risa colectivo, pero camino todo lo
rápido que puedo.
Ya en el cuarto de baño mantengo la
cabeza gacha y enfilo directamente a uno
de los cubículos. Una vez dentro, cierro
la puerta, apoyo en ella la espalda y
dejo de retener las lágrimas.
Estoy avergonzada. Y enfadada. Y
me siento humillada… porque hayan
sido tan desagradables delante de Nash.
«¡Santo Dios! Esas chicas hacen que
las pullas de Marissa parezcan leves
aleteos de mariposa. No me extraña que
a Nash no le preocupen».
Las lágrimas se vuelven amargas; es
el amargor de la humillación, de la
impotencia de desear a alguien que no
puedo tener, de la certeza de saber lo
inadecuada que soy para alguien como
él.
Después de revolcarme en la lástima
por mí misma durante varios minutos
más, preguntándome el porqué de la
injusticia de la vida, salgo del cubículo.
Sé que si no regreso pronto alguien
pensará que sigo encerrada en el baño
por una razón equivocada… ¡Sería lo
que me faltaba!
«¡No, zorras recauchutadas! Mi
respuesta al estrés no es un colon
irritable».
Por suerte, el cuarto de baño está
vacío, así que me retoco el maquillaje y
limpio las mejillas veteadas por las
lágrimas. Empapo bajo el grifo unas
toallas de papel en agua fría y me las
pongo en los ojos como compresas,
esperando que reduzcan la hinchazón. Lo
único que consigo es apelmazar las
pestañas ya mojadas.
Meneo la cabeza al ver mi reflejo.
Lo único que puedo hacer en este
momento es volver ahí fuera con la
cabeza alta y una sonrisa en la cara;
rezando para que el resto de la noche
transcurra sin incidentes.
—Puedes hacerlo, Liv. ¡Tú puedes!
Casi añado, «por Nash», pero
incluso para mis adentros suena tonto y
rimbombante. No es mío para que haga
nada por él. Da igual lo mucho que
desee que lo sea.
Respiro hondo y abro la puerta con
decisión para regresar al nido de
víboras, pero no llego muy lejos. Veo a
Nash apoyado contra la pared, frente a
la puerta del baño de señoras, y me
detengo en seco. Tiene los tobillos y los
brazos cruzados, y me mira con una
sonrisa triste.
No digo nada, ni siquiera sé qué
decir. Jugueteo con el pequeño bolsito
que cuelga de mi muñeca y lo aprieto
contra la palma.
Por fin, él se endereza y da un paso
hacia mí. No se detiene hasta que está a
unos centímetros de distancia, lo que me
obliga a alzar la cabeza para poder
mirarle a los ojos.
Con el pulgar dibuja una caricia
desde mi pómulo hasta la esquina del
ojo, haciéndome pensar por un instante
si tendré el rímel corrido.
—Lo siento mucho —susurra bajito,
cerrando los ojos como si le doliera. En
su cara brilla una expresión de pesar
que me oprime el corazón.
—No es culpa tuya; no puedes
controlar al resto del mundo. Solo
espero no haberte avergonzado
demasiado y que no se hayan visto
perjudicadas ninguna de esas relaciones
comerciales tan importantes para ti.
—No me importan. No a este precio.
—Pero deberían. Eran el objetivo de
esta noche. No tendrían que verse
afectadas porque tu pareja no encaje.
Una chica como yo no sabe cómo
funciona todo esto.
—No eres tú la que no encaja, soy
yo. Soy yo quien está haciéndose pasar
por algo que no es —comenta
pensativamente.
—Que no seas como ellos no es
precisamente malo, pero tienes que jugar
según sus reglas. Es así, forma parte de
quién eres y de lo que haces.
—Es posible que forme parte de lo
que hago, pero no soy así. No soy esa
clase de personas. No lo soy. Esto… —
Tira con fuerza de las solapas de su
esmoquin—. Esto solo sirve para un
propósito; es un medio para conseguir
un fin. Nada más.
Frunzo el ceño.
—Una manera de conseguir, ¿qué?
Los ojos oscuros de Nash se clavan
en los míos y, durante un segundo eterno,
pienso que va a decirme algo. Pero
luego cambia de idea y esboza una
sonrisa.
—Nada de lo que quiera hablar
ahora. Venga, vámonos —me dice,
tomándome de la mano—. Larguémonos
de aquí.
Me conduce a la puerta y salimos sin
mirar atrás.
No dice nada más mientras me ayuda
a subir al coche, lo enciende y se dirige
al norte de la ciudad. Ni siquiera le
pregunto adónde me lleva; no me
importa. Me da igual dónde sea, siempre
que esté con él y lejos de todas esas
personas. Lo demás son banalidades.
Me sorprendo un poco cuando
comienzo a ver que los edificios crecen
en altura; estamos en el centro. Baja la
velocidad para acceder a un
aparcamiento, en el que entra poniendo
una tarjeta ante un lector electrónico. Se
abre el portón y mete el coche en el
interior. Allí, aparca en la primera plaza
disponible y apaga el motor.
Ni siquiera entonces dice una
palabra. Me ayuda a salir del vehículo y
me guía hasta el ascensor.
Sigo sin hacer preguntas. Estoy
expectante; siento curiosidad por saber
adónde me lleva. No debería sentirme
así porque él no es mío por mucho que
quiera que lo sea.
Pasa la tarjeta por otro lector
electrónico, que emite unas luces rojas,
antes de presionar el botón del piso
veinticuatro. Las puertas se cierran con
un chasquido. Subimos lentamente hasta
que el ascensor se detiene en una zona
de recepción muy lujosa con la luz
tenue. Las lámparas arrancan brillantes
destellos de un letrero donde se puede
leer «Phillips, Shepherd y Townsend».
Me ha llevado al bufete donde
trabaja, donde también lo hacen Marissa
y mi tío, que es uno de los socios; el
Townsend que aparece en la placa.
Quiero preguntar por qué estamos
allí, pero no lo hago. Él me coge de la
mano y tira con fuerza para conducirme
a la ominosa quietud de las oficinas
vacías. Atravesamos la recepción para
dirigirnos a un ascensor más pequeño,
en el que subimos dos pisos más.
Cuando se abren las puertas aparece
ante nosotros una impresionante vista
del skyline de la iluminada ciudad de
Atlanta.
Jadeo. No lo puedo evitar. Jamás he
visto una imagen tan hermosa; es como
una postal, solo que de verdad.
Avanzo esquivando los elegantes y
caros muebles de exterior que decoran
la terraza. La cálida brisa juguetea con
mi pelo, acariciándome las sienes
mientras miro la sede del Bank of
América que están construyendo
enfrente.
—Aquí arriba la gente como esa no
existe —afirma Nash en voz baja antes
de detenerse a mi lado. Estamos tan
cerca el uno del otro que su hombro roza
el mío. Lucho contra el deseo de
apoyarme en él.
Siento que el calor de su cuerpo se
irradia hacia el mío, tentándome con su
agradable calidez. Me estremezco en
respuesta.
—¿Tienes frío? —me pregunta al
tiempo que se gira hacia mí para
pasarme los dedos de arriba abajo por
la parte superior del brazo, como si
estuviera midiendo la temperatura de mi
piel—. Ten. —Me ofrece su chaqueta y
me la pone sobre los hombros. La
chaqueta está caliente y huele a Nash, da
igual qué colonia o gel use. Sea el que
sea debería llamarse Delicioso en vez
de Armani, o como cualquier otro
diseñador. Se me hace la boca agua—.
¿Mejor? —Me rodea además con el
brazo para asegurarse de que no tengo
frío. No se me ocurre quejarme, por
supuesto. No lo haría incluso aunque
rompiera a sudar.
—Mucho mejor, gracias.
Permanecemos quietos y callados
durante un tiempo tan largo que
comienza a resultar incómodo. Pero
cuando estoy haciendo un gran esfuerzo
mental para encontrar algo que decir, es
él quien dice algo.
Suelta una bomba.
14
Nash
—Mi padre está en la cárcel por
asesinato.
«¿No hay otra manera de decirlo,
imbécil?».
No sé por qué me siento impulsado a
contarle a Olivia todos mis sucios
secretos, pero así es. Quizá porque
siente que no encaja y la comprendo muy
bien. En un mundo donde las apariencias
y la reputación lo son todo, tengo que
trabajar el doble para asegurarme de
que todo lo que hago y digo está por
encima de cualquier crítica. Resultó una
hazaña casi imposible superar,
sobrevivir y dejar atrás que mi padre
está en la cárcel, pero lo conseguí. Tras
años y años de duro trabajo, de tener
que hacer la pelota indecentemente a
mucha gente, lo conseguí. Ahora estoy
un paso más cerca de mi meta.
Después de lo que me parece un
silencio eterno, bajo la mirada hacia
ella. Está observándome con los labios
entreabiertos por la sorpresa. Sus
brillantes ojos verdes parecen oscuros
en la tenue luz cuando se clavan en los
míos. Pero lo que me llama la atención
es lo que no leo en ellos. Veo sorpresa,
sí; incredulidad y curiosidad; quizá un
poco de piedad, pero no veo prejuicio,
desdén u horror, algo que he visto
muchas veces en los ojos de otras
personas cuando les he contado mi
historia.
Ahora todavía me dan más ganas de
besarla.
«¡Joder! Esta chica cada vez me
gusta más».
—¿Qué? ¿No te horrorizas? ¿No
gritas? —pregunto, incapaz de evitar el
tono de amargura en mi voz.
Ella me sorprende con una amplia
sonrisa y una mirada vacilante.
—Creo que ya hemos dejado claro
que no soy como la gente con la que te
sueles relacionar.
Me río. Una risa auténtica.
—Sí, creo que sí.
Se vuelve hacia mí. Lo único que
veo ahora en su cara es interés; simple
curiosidad. Aquella pizca de piedad ya
ha desaparecido. Son muchas las
emociones que quiero provocar en esa
chica y la piedad no ocupa un lugar en la
lista.
—¿Quieres hablar sobre ello?
Encojo los hombros.
—Ya no me importa tanto como
solía. Me parece una parte de mi pasado
y nada más.
—Debe significar algo más si me lo
has dicho.
«Es perceptiva. Es tan lista como
hermosa. Y seguramente ni siquiera se
considere guapa».
—Quizá. No lo sé. Ni siquiera sé
por qué te he traído aquí. —Clavo la
mirada en las centelleantes luces de la
ciudad. Ahora me siento idiota por
haberlo mencionado.
—Pero lo has hecho. Ahora tienes
que contármelo todo o acabaré pensando
que eres un tipo sádico y cruel.
—Quizá lo sea.
La veo entornar los ojos antes de
mirarme de arriba abajo.
—No, no lo creo. Además, ¿no
existe alguna ley contra los castigos
crueles y sádicos? No puedes ser
abogado e infractor de la ley a la vez.
Me río con su lógica. No puedo
evitar preguntarme lo que pensaría si
supiera la verdad.
—Pues hay gente que lo es.
—Pero tú no eres esa gente. Eres el
tipo que está a punto de acabar con mi
sufrimiento.
—¿Con tu sufrimiento? —le
pregunto arqueando una ceja.
Sé que mi sonrisa revela la
dirección que han tomado mis
pensamientos, pero ella logra
sorprenderme otra vez cuando me sigue
la corriente.
—Sí, mi sufrimiento —asegura con
una sonrisa—. No eres el tipo de tío que
haga sufrir a una chica, ¿verdad?
Aunque Olivia me parece muy dulce,
inocente y tímida, a veces parece
dispuesta a participar en un juego más
íntimo y peligroso. Aunque sé de sobra
que no debería pensar en jugar, sufrir o
ninguna otra cosa con Olivia Townsend.
«¡Pero que me condenen si no lo
hago!».
Me vienen a la mente montones de
pensamientos lujuriosos y calientes,
pensamientos sobre lo mucho que
disfrutaría haciéndola sufrir. Pero no
sería un sufrimiento malo, no. El que yo
le proporcionaría la haría sudar y
contorsionarse antes de suplicarme que
me corriera en su interior.
Siento la necesidad de acomodarme
en los pantalones y me recuerdo a mí
mismo que estoy pisando terreno
peligroso. Lo sé muy bien, pero cuando
bajo la mirada a la cara de Olivia, a sus
ojos vivaces y sus labios exuberantes,
no soy capaz de ignorar esos
pensamientos.
—Solo si es lo que a ella le gusta —
respondo al tiempo que alargo la mano
para apretar entre los dedos el negro
mechón que veo en su hombro. Los
cabellos son como seda entre mis dedos,
igual que su piel contra el dorso de mi
mano—. ¿Qué es lo que te gusta a ti,
Olivia?
Me parece ver subir su pecho
cuando respira profundamente. Quizá
sea ella la que deba poner freno a todo
esto, bien sabe Dios que yo no lo voy a
hacer. Es posible que lo lamente más
tarde, pero ahora mismo no soy capaz de
pensar en nada más que en el aspecto
que tendría Olivia sin ese vestido rojo.
Arquea una ceja. No sé si está
aceptando mi reto o si solo veo lo que
quiero ver, pero luego se humedece los
labios y alza levemente la barbilla sin
dejar de mirarme entre las pestañas.
Es tímida, pero no es una pose; solo
su manera de ser, lo que la hace todavía
más atractiva.
—¿Quieres decir que no lo sabes?
Pensaba que un general de cuatro
estrellas sabe todo lo que no sabemos el
resto de los mortales.
—Quizá prefiera realizar una
incursión personal.
—¿Y eso en qué consiste?
Sé que tengo que detenerme mientras
todavía puedo, pero no me es posible.
—En utilizar todos mis sentidos para
reconocer el terreno.
—¿Para reconocer el terreno? —
repite con los labios curvados, lo que
hace que le aparezcan dos hoyuelos en
las mejillas.
—Por supuesto —respondo—. Así
podré planificar mejor el ataque.
—¿Reconocer el terreno? ¿Para un
ataque? A ver, cuéntame tu estrategia.
—Primero comenzaría con un
contacto leve. —Estiro el brazo y rozo
un hoyuelo con la punta del dedo antes
de moverlo hacia el labio inferior, que
ha formado un mohín—. El contacto es
la mejor manera de evaluar. La textura
del terreno a reconocer me diría… la
intensidad que necesito imprimir a mi
dedo. Algunas zonas requieren un roce
más delicado que otras.
—Entiendo —replica ella con
suavidad. Su cálido aliento me hace
cosquillas en el dedo—. ¿Y qué más?
—El olor —continúo al tiempo que
deslizo los dedos entre sus cabellos y
que solo detengo cuando entierro la cara
en la aromática piel de su garganta—.
Cierto aroma podría indicarme si estoy
dirigiéndome en la dirección correcta.
Uno un poco dulce… o almizclado… —
susurro.
Noto que ella contiene el aliento
cuando mordisqueo con suavidad la
zona de debajo de la oreja.
—Los sonidos —musito—. Algunas
veces un leve susurro, incluso un
gemido, me indicaría lo cerca o lejos
que estoy de lograr mi meta.
Noto sus manos sobre los
antebrazos. Me clava las uñas a través
de la camisa. Lo único que puedo pensar
es que quiero sentir esa presión en la
espalda y no en los brazos.
—¿Qué más? —jadea ella,
respirando con rapidez junto a mi oreja.
Me inclino y la miro a la cara. Sus
párpados pesados medio ocultan esos
brillantes ojos y las mejillas se han
ruborizado con lo que está ocurriendo
entre nosotros. Ella no quiere detenerse,
lo sé.
—El sabor.
La veo clavar los ojos en mi boca
antes de volver a subir a los míos.
—¿Y qué saborearías?
—Todo. Lo saborearía todo.
Si cabía alguna posibilidad de que
me resistiera a ella, esta se evapora en
el instante en que se apoya en mí y me
hace perder hasta la última onza de
delicadeza que suelo poseer. El beso,
que debería haberse iniciado con
suavidad, comienza con la intensidad de
un incendio forestal. El primer roce con
su lengua me consume.
Y me pierdo.
Noto sus manos en el pelo cuando
comienzo a devorar su boca. Me olvido
de donde estoy y de la novia para cuyo
padre trabajo. Solo puedo pensar en lo
mucho que deseo perderme en el cálido
cuerpo de la chica que tengo en los
brazos.
«Pero ¿por qué? ¿Por qué la deseo
tanto?».
No tengo respuesta para esa
pregunta. De todas maneras, cualquier
pensamiento desaparece de mi mente
cuando me rodea con los brazos y siento
sus uñas en la espalda.
Gimo contra sus labios y Olivia
ronronea en respuesta. Le tiro con fuerza
del pelo, quizá con demasiada fuerza,
consiguiendo que el beso se vuelva
voraz. Ella se apoya en mí como si no
pudiera acercarse lo suficiente. Giro con
ella entre los brazos y la aprieto contra
la pared. Mi cuerpo se funde con el
suyo. Siento cómo cada duro ángulo de
mi figura se disuelve contra su suavidad.
Solo la ropa que nos separa me hace
interrumpir el beso.
Aparto la cabeza para mirarla. Tiene
las pupilas dilatadas y los labios
hinchados. Escucho que la cordura llama
con fuerza a mi cabeza, pero la ignoro
cuando ella se inclina hacia mí
lentamente, poniéndose de puntillas para
morderme el labio inferior.
—¡Ay, Dios! —gimo antes de volver
a besarla. Ella reanuda el beso donde lo
dejamos, sin reservas.
Me inclino para tomarla entre mis
brazos sin interrumpir el contacto con
sus labios y la llevo hasta una de las
tumbonas que hay junto a las puertas del
ascensor. La deposito encima; ella se
estira por completo mientras me
enderezo para mirarla.
Tiene las piernas ligeramente
dobladas y me muestra un atisbo de sus
esbeltos tobillos. No puedo apartar la
mirada. Me hundo de rodillas para
apretar los labios contra su empeine al
tiempo que levanto la tela del vestido,
dejando al descubierto la pantorrilla.
Mi mano resbala por su piel suave
llevando consigo el vestido mientras
beso y lamo cada centímetro hasta la
rodilla, el interior del muslo… Ella
separa un poco las piernas.
Es una invitación.
Rozo la sensible piel con los dientes
al tiempo que deslizo las puntas de los
dedos hasta acariciar las húmedas
bragas. La escucho contener el aliento y
me pongo duro de solo pensar en los
ruiditos que hará cuando posea su
cuerpo.
En el momento en que ella se pone
tensa me doy cuenta de que algo va mal.
Levanto la cabeza buscando sus ojos,
alarmado.
Me siento confundido cuando veo
que los tiene llenos de lágrimas.
—¿Qué te pasa, Olivia? ¿Te he
hecho daño?
No creo haber sido brusco.
Ella menea la cabeza.
—No. Es solo que… Solo… Solo
que no podemos hacer esto.
Por mucho que odie admitirlo, sé
que tiene razón. Marissa es demasiado
importante en mis planes para
estropearlo todo ahora y Olivia es
mucho más que una chica agradable para
arrastrarla conmigo a esta locura.
Apoyo la frente en su rodilla con un
suspiro.
15
Olivia
—Tienes razón —escucho susurrar a
Nash—. Tienes razón —repite con más
firmeza alzando la cabeza—. Por favor,
acepta mis disculpas.
Parece tenso y… distante, lo que
hace que esta situación incómoda de por
sí, lo sea mucho más. Me incorporo y
estiro la mano hacia su brazo antes de
que pueda ponerse en pie para alejarse.
—No, espera. No hagas esto. Ha
sido culpa mía. Estaba coqueteando
contigo a pesar de que sé que no eres
libre. Tienes novia. Es tan culpa mía
como tuya. ¿No podemos simplemente
olvidar que ha ocurrido? No quiero que
esto estropee la relación entre nosotros.
Él me observa con intensidad
durante varios segundos antes de hablar.
Cuando lo hace me siento aliviada.
—Claro —responde al tiempo que
se levanta. Me tiende una mano y yo
deslizo los dedos entre los suyos. Noto
que me los aprieta con suavidad antes de
tirar de mí para que me ponga en pie.
Bajo la mirada asegurándome que el
vestido vuelve a cubrirme las piernas y,
tras comprobar que es así, alzo la vista
para mirarlo. Él no tiene los ojos
clavados en mi cara, sino en mis pechos.
Compruebo avergonzada que lo que está
llamando su atención son las
consecuencias que aquel apasionado
beso ha tenido sobre mi ropa; el vestido
se ha descolocado y mis senos están
prácticamente desnudos. Aunque no se
me ven los pezones y el vestido no está
roto, el escote que aparece ante sus ojos
es absolutamente escandaloso.
Nash todavía retiene mi mano, así
que la recupero y me pongo a recolocar
el corpiño. No puedo evitar sonreír de
oreja a oreja cuando él me mira a los
ojos.
—Es así como se hipnotiza a las
cobras —digo con sarcasmo.
Él me brinda una sonrisa diabólica.
—Si lo que quieres es ver el efecto
que has provocado en mi serpiente, te lo
enseñaré con sumo placer.
Noto las mejillas calientes y un
revoloteo en el vientre. Estamos de
nuevo en el mismo punto en que
empezamos.
Nos miramos durante varios
segundos antes de que él suspire.
—Imagino que debería volver a
pedirte disculpas. Te juro que no suelo
comportarme así con las mujeres.
Me vuelve a tomar de la mano como
si tal cosa y me lleva hasta el ascensor.
—No solo me alegra oír eso,
además te creo —le aseguro. Y lo hago.
Me refiero a que sí creo que es cierto lo
que dice. Es un buen tipo y se nota a la
legua.
—¿De veras? —me pregunta. Su
expresión parece decir que realmente le
importa lo que yo pienso.
«¡Ja! Sigue soñando».
—Sí, de veras. Sé qué clase de
hombre eres.
—¿Y qué clase de hombre soy? —
Me acompaña al interior del ascensor.
—Inteligente, sereno, honorable,
triunfador…
Se ríe.
—¡Vaya! Aunque me resulte
halagador, haces que suene como si
estuviera blandiendo una espada o a
punto de batirme en duelo al amanecer.
—No era mi intención. Quería decir
que aunque no eres perfecto, sí eres un
buen tipo. Se nota.
—¿Eso es bueno? —insiste con
expresión recelosa.
Sonrío.
—En mi opinión es muy bueno.
Me devuelve la sonrisa y me obligo
a apartar la mirada. Tengo la sensación
de que he hablado de más, que no
debería haber personalizado tanto mis
palabras.
«Estúpida».
—Bueno, si eso es lo que piensas…
Recorremos en silencio el camino al
garaje. Apenas puedo pensar por culpa
del remolino que forman mis emociones
y del roce de su pulgar en los nudillos.
Sé que no deberíamos ir de la mano
como si tuviéramos una cita, pero no soy
capaz de liberar mis dedos. Esta noche
acabará dentro de muy poco, y pienso
disfrutar hasta el final de cada segundo.
Luego me espera la realidad… y
Marissa.
Nash inicia una educada charla
mientras regresamos a casa. Es una
buena idea, porque no tengo que pensar
demasiado para responder.
Sencillamente solo puedo… sentir.
Disfrutar… Perderme en fantasías.
Es muy fácil en este momento
imaginar cómo sería regresar a casa
después de tener una cita con Nash. Una
cita de verdad, como si fuera mío. Lo
que supondría tener a aquel apuesto y
triunfador hombre a mi lado, alguien
capaz de derretirme con una mirada y
arder con una caricia. Nash es lo mejor
de los dos mundos. Por desgracia,
pertenece a un mundo en el que yo no
encajo.
Sin embargo, Marissa sí forma parte
de él.
—¿Te gusta trabajar para mi
hermano?
«Cash…».
Solo pensar en él, pronunciar
mentalmente su nombre, hace que note
mariposas en el estómago. La mirada
que me dirigió cuando inclinó la cabeza
para tomar la rodaja de limón de mis
labios fue absolutamente depredadora.
Estar con un hombre así sería suficiente
para dar sentido a la vida, pero sé que
me rompería el corazón.
Siempre lo hacen.
—Por tu silencio parece que no
mucho. ¿Tengo que disculparme también
en nombre de mi hermano?
Me siento avergonzada al estar
pensando en mi jefe en esos términos
cuando estoy sentada junto a su hermano
gemelo —tan guapo y sexy como él—,
que acaba de besarme como Cash no me
ha besado. Sin embargo, es acordarme
de él y empezar a babear.
«¡Ay, Dios! Lo tuyo no tiene
remedio. ¡Además de ligera de cascos
estás chalada!».
—¿Olivia?
Regreso bruscamente a la realidad.
—¡Oh, no! Lo siento, estaba perdida
en mis pensamientos. El miércoles
trabajo.
—Entonces, ¿te gusta? ¿Es agradable
trabajar con él?
Noto algo extraño en su voz.
—¿Por qué lo preguntas? ¿Pensabas
que no sería así?
Lo veo encoger los hombros.
—No, en absoluto.
—¿En absoluto?
—Bueno…
—Bueno, ¿qué?
—Cash es algo…
—Si alguien tan elocuente como tú
se queda sin palabras, no quiero ni
imaginar lo que significa.
—No, no es eso. Es que se me ha
ocurrido que podrías gustarle a Cash.
—Bueno, si es así, me alegro. Me
voy a ahorrar mucho tiempo y dinero en
gasolina.
Él me lanza una mirada llena de
exasperación.
—No quería decir eso y lo sabes.
—¿Qué querías decir?
—Olivia, eres una chica muy guapa,
lista y divertida. Gustas a todos los
hombres y mi hermano no es diferente.
No sé, es solo que se comporta de una
manera… más agresiva cuando desea
algo. No quisiera que te molestara.
Recuerdo lo que he hablado con
Cash sobre el acoso sexual. Es evidente
que traspasó los límites, pero jamás tuve
la impresión de que podría forzarme a
aceptar avances sexuales que no
deseara. Lo único que puedo hacer es
rezar para que no sepa nunca que sus
insinuaciones serían bastante bien
recibidas. De hecho, estoy deseándolas.
—Bien, no es necesario que te
preocupes por él —le aseguro—. Fue un
caballero de pies a cabeza y no tengo
ninguna razón para pensar que vaya a
cambiar. Trabajo para él y eso es algo
que respeta.
Veo por el rabillo del ojo que Nash
me mira como si estuviera loca, pero le
ignoro.
Nuestra conversación se ve
interrumpida cuando llegamos al
apartamento que comparto con Marissa.
Suspiro para mis adentros porque sé que
Nash no entrará conmigo; ni siquiera se
lo preguntaré. Es lo mejor.
Esta situación es insostenible.
Como ya sospechaba, aparca el
coche pero no apaga el motor.
«Es lo mejor… Es lo mejor…»,
repito para mis adentros.
—Gracias. —Busco sus ojos
oscuros e insondables. Parecen
brillantes puntos de ónice con el
resplandor del salpicadero—. Me lo he
pasado muy bien.
—No, no es cierto —asegura con
una risa de incredulidad.
Sonrío.
—Bueno, me lo he pasado muy bien
durante casi todo el tiempo. Gracias por
llevarme. Espero que…
—Eh, eh, eh… —me interrumpe—.
Ni una palabra más. Nada de lo que ha
ocurrido fue culpa tuya. Debería haber
imaginado que solo asistirían mujeres
objeto. No ha sido culpa tuya en
absoluto.
No puedo evitar pensar que es muy
gracioso que él use el mismo adjetivo
que yo misma usé mentalmente para
referirme a ellas. Las grandes mentes…
—Bueno, la noche hubiera sido muy
diferente si Marissa hubiera podido
acompañarte. Ella habría sabido qué
ropa ponerse y… —Me quedo callada
al darme cuenta, por primera vez, que mi
prima me ha hecho quedar mal a
propósito. No cabe duda que ella sabría
lo que ocurriría si me presentaba vestida
de esa manera.
—¿Y…? —me presiona Nash.
Lo miro. Él se merece algo mejor.
Algo mucho mejor. Desearía podérselo
ofrecer, pero sería un suicidio
profesional para un hombre como él.
—Oh, nada, nada… Es solo que ella
habría encajado mucho mejor. Habría
conectado con la gente. Yo solo soy una
chica del campo.
Él se inclina hacia mí y me acaricia
la mejilla. Ladea la cabeza como si
estuviera valorándome.
—No hagas eso. Nunca te
consideres menos que otra persona. Te
equivocarías.
Me mira directamente a los ojos
como si quisiera que me creyera sus
palabras, como si deseara que supiera
que son sinceras. Y lo hago aunque no
cambia nada. No evitan que siga siendo
el novio de Marissa.
Él no es esa clase de hombre y yo no
soy esa clase de chica.
—Aprecio tus palabras, Nash. —
Tengo que salir de allí. Por mucho que
desee que él me bese otra vez, por
mucho que anhele que me acompañe a
mi habitación para terminar lo que
empezamos, sé que no es posible. No
debemos y no lo haremos. Ni él ni yo.
«Pero si él lo hiciera…».
Dejo a un lado ese pensamiento. No
puedo considerarlo siquiera porque él
no va a hacer nada.
—Buenas noches, Nash.
Curva los labios en una sonrisa
irónica que me hace preguntarme en qué
estaba pensando.
—Buenas noches, hermosa Olivia.
Alejarme de ese coche, de Nash,
cuando cabía una minúscula posibilidad
de que me acompañara, es lo más difícil
que he hecho nunca.
Hasta la mañana siguiente no vuelvo
a acordarme de que Nash me ha dicho
que su padre está en la cárcel por
asesinato. Que mis hormonas sean
capaces de ignorar un homicidio resulta
realmente preocupante
16
Cash
Hasta ahora jamás me ha importado
conseguir a una chica en concreto, si no
era esa, era otra. Y, sin embargo, ahora
deseo estar con ella. Hay algo diferente
en Olivia. Quiero llevármela a la cama
ahora mismo. Pero es… No sé… Tengo
la sensación de que necesita un trato más
suave y cuidadoso. Supone un reto.
Y, ¡joder!, me encantan los retos.
La observo servir una bebida
mientras Taryn mira por encima de su
hombro. Podría llevar a Taryn a un lado
y exigirle que le facilite las cosas, pero
no lo haré. No solo creo que es buena
para Olivia —saca a la luz su lado más
salvaje—, sino que estoy seguro de que
a ella no le gustaría. Y la admiro por
ello. Mucho. Cuanto más tiempo paso
con ella, más evidente me resulta que en
Olivia hay mucho más que una tímida
sonrisa o una cara bonita.
Y, por supuesto, que un cuerpo que
apenas puedo esperar a poseer.
Que poseeré.
Y ella disfrutará de cada segundo.
Pienso asegurarme de ello.
17
Olivia
Parece que cada vez que levanto la
mirada veo a Cash. Algunas veces está
hablando con los clientes, representando
su papel como propietario del club, pero
en otras ocasiones, no menos frecuentes,
solo me observa. Me enerva que me
mire, pero eso no afecta a mi trabajo.
Confío en mí misma lo suficiente como
para preparar un buen combinado
incluso con un sargento de artillería
resoplándome al oído. En lo que ya no
confío tanto es en mi habilidad para
resistir lo que Cash no se molesta en
ocultar.
Le intereso y no solo como
empleada. De hecho, como empleada no
le intereso gran cosa. Es como si me
desnudara cada vez que nuestros ojos
coinciden y, ¡que Dios me ayude!, me
encanta la sensación. Esa mirada sexy es
aterciopelada como una caricia. Casi la
puedo sentir sobre la piel, como si
tuviera las manos sobre mi cuerpo y los
labios en mi boca.
Asumí hace mucho tiempo que tengo
debilidad por los chicos malos, pero
Cash es… Ni siquiera sé explicarlo,
simplemente es diferente. Tengo el
presentimiento de que puede resultar
todavía más peligroso que mis
desastrosos novios anteriores.
Alzo la mirada y mis ojos vuelven a
toparse con los suyos. Me guiña uno y
me da un vuelco el corazón.
—Aquí no hacemos así los
margaritas —me gruñe Taryn al oído—.
¿A quién se le ocurre usar zumo de
naranja?
Suelto el aire con tanta fuerza que
casi parece que le respondo con otro
gruñido. Podría explicarle que un
chorrito de zumo de naranja realza el
sabor del tequila, pero paso. Ya recibo
suficiente rencor por su parte.
—Genial —replico, dejando la
botella de tequila sobre el mostrador
con más fuerza de la que quería—. Pues
enséñame como hacéis aquí los
margaritas. —Doy un paso atrás y cruzo
los brazos.
La mirada que Taryn me dirige es a
la vez feroz y satisfecha. Es evidente
que estaba buscando que le respondiera.
Pues, aunque todavía no lo sepa, se va a
encontrar con más de lo que esperaba.
—Venga, vamos. Enséñame. Toda
esta gente está esperando —insisto más
calmada, al tiempo que señalo con un
gesto de cabeza a todas las personas que
nos miran desde el otro lado de la barra.
Sus pálidos ojos azules brillan de
cólera y noto que aprieta con fuerza los
labios rojos. Está preparada para una
pelea… Y yo también.
—Sería mejor que aparcaras esa
actitud antes de entrar, cariño, o esta
noche será la última que trabajes aquí.
Escucho murmullos a nuestro
alrededor; muchos «¡oh!», «¡ah!», y
frases sobre peleas. Los ignoro y me
concentro en Taryn.
—¿De veras? ¿De verdad piensas
que podrás deshacerte de mí solo
porque eres una obsesa del control con
una compulsiva necesidad de atraer la
atención?
La risa que suelta Taryn es amarga,
pero no niega mis palabras. Creo que
reconoce tácitamente que tengo razón.
No he tardado demasiado tiempo en
darme cuenta de cómo es; una chica
insegura que no tuvo una figura paterna
en su infancia. Después de la prueba del
body shot con el tequila, hizo todo lo
posible para atraer las miradas sobre
ella. Hizo que sonara una sugerente
canción de Jessie James y se puso a
bailar encima de la barra, fingiendo que
cantaba Wanted para cada hombre al
alcance de su vista.
A ellos, por supuesto, les encantó.
Taryn es una mujer muy guapa y, a pesar
de las rastas, hace gala de una felina
sensualidad. ¿Qué hombre con deseos
normales no disfrutaría viendo cómo se
exhibe a una mujer así?
Pero tuve claro que aquel numerito
era más para mí que para cualquier otra
persona. De hecho, cuando se bajó del
mostrador me brindó una ladina sonrisa.
Estaba retándome, demostrándome que
podía dejarme en evidencia. Lo que
todavía no ha comprendido es que yo no
deseo ser el centro de atención. Puede
quedarse con todas las miradas y los
piropos.
Ese pensamiento hace que mi
irritación desaparezca casi por
completo. Decido que bien puedo darle
lo que quiere, la atención de todos los
hombres.
—¿Qué te parece si hacemos un
concurso? La perdedora bailará encima
de la barra.
Me sorprende que vacile, pero luego
veo que mira de reojo a mi derecha y
comprendo su problema; Cash está
hablando con un grupo de chicas muy
lanzadas no demasiado lejos de
nosotras.
En ese momento entiendo lo que le
ocurre. Lo entiendo todo con absoluta
claridad.
«¡Maldición! ¡Está loca por Cash!».
Lo primero que pienso es que no
puedo culparla. Cualquiera con una
producción normal de estrógenos se
pirraría por Cash. Lo segundo es que
eso significa que no se ha acostado con
él; lo que no es propio de un chico malo
como él.
«A menos que sí se hayan acostado y
ella no lo haya superado. Lo que ya
sería mucho más propio de un chico
malo».
Por alguna razón, los celos me
corroen las entrañas.
—De acuerdo —concede finalmente.
—El mejor margarita gana —
confirmo, antes de girarme hacia los
clientes que nos observan sin perder ni
un detalle—. ¿Quién quiere ser el juez?
Por supuesto, todos comienzan a
gritar para ser elegidos. El tema deja de
ser un problema cuando se acerca Cash.
—Yo seré el jurado —se ofrece con
una mirada desafiante—. Me parece lo
más justo.
—Claro —me apresuro a decir, algo
jadeante, cuando se acerca sin apartar la
vista. Miro a Taryn; su hostilidad se ha
convertido en impulso asesino. Se me
ocurre que lo que había empezado como
una estrategia para despedirme podría
acabar estallándole en la cara—. ¿Te
parece bien?
—Sí, para mí mejor —asegura con
una brillante sonrisa—. Sé muy bien
cómo le gusta.
Los clientes comienzan a meterse
con ella por la elección de las palabras,
al tiempo que dan palmaditas en la
espalda y codazos a Cash. Él se limita a
sonreír y eso me fastidia. Ya no sé si hay
algo entre ellos o no, o si la suya es una
sonrisa conciliadora de jefe al mando.
«Espero que si ha habido algo entre
ellos haya acabado ya».
Me sienta como una patada en el
culo que él esté coqueteando,
observándome o bromeando conmigo
mientras se acuesta con Taryn. No
debería importarme, lo sé, a fin de
cuentas Cash es un playboy y eso es lo
que hacen los playboys.
«¡Maldito sea!».
—Venga, chicos, vamos a animarlas
un poco. —Cash jalea a la multitud, que
comienza a ovacionarnos de manera
entusiasta. Él sonríe antes de darse la
vuelta para mirarme, apoyándose en la
barra. Sus ojos buscan los míos mientras
arquea una ceja de esa manera tan sexy
—. Ahora tienes la oportunidad de
hacerme la boca agua —susurra.
Contengo el aliento. Ha conseguido
ponerme la piel de gallina.
«¡Ay, Dios! Es muy bueno».
Me alegro de que estemos rodeados
de gente. Si no fuera así acabaría
poniéndome en ridículo, desnudándome
y pasando por encima de la barra para
rodearle con brazos y piernas.
Aunque tampoco pienso
precisamente en precaución cuando le
respondo en tono burlón:
—Oh, puedo hacer mucho más que
eso.
Me fuerzo a apartar los ojos de él y
me concentro en hacer un buen
combinado. Me resulta más difícil de lo
que debería porque mi mirada parece
tener vida propia y me cuesta mucho
reprimirme y no contemplar a Cash.
Cuando estoy frotando con sal el
borde del vaso, me olvido de mi
propósito y levanto la vista. Cash está
tarareando una canción sobre silbidos y,
cuando llega la parte en la que debe
emitir uno, frunce sus labios perfectos y
lo hace sin vacilar.
No puedo evitar mirarle fijamente.
Y, como si no estuviera ya bastante
nerviosa, cuando deja de silbar, le miro
a los ojos y me guiña uno.
En este momento sé que tengo
problemas. Unos problemas enormes.
Taryn me empuja con la cadera para
poner su copa en la barra, delante de
Cash. Por suerte eso me arranca de mi
arrobo, así que sirvo el margarita en una
copa, la adorno con una rodaja de limón
y otra de naranja, y se la acerco a Cash.
Él prueba primero el combinado de
Taryn y luego el mío; repite la acción un
par de veces mientras se relame los
labios, degustando los matices. Me
pregunto si elegirá de verdad la mejor
bebida o si lo hará en función de a cuál
de nosotras quiere ver bailar sobre la
barra.
Al pensar eso me doy cuenta de que
no me sentiré satisfecha con ningún
resultado. Si elige mi copa como la
mejor, me preguntaré si es porque quiere
ver bailar a Taryn, aunque no debería
importarme en absoluto nada de eso.
Y sin embargo me importa.
«¡Maldita sea!».
Claro que si elige su combinado, no
solo tendré que aceptar que considera
mejor su bebida, sino que además tendré
que bailar; algo que no quiero hacer.
Finalmente, lo veo asentir con la
cabeza al tiempo que termina el
contenido de mi copa.
—¡Ya tenemos ganadora! —anuncia,
señalándome.
Me siento aliviada y victoriosa, pero
también extrañamente dividida. En vez
de mirarle, clavo la vista en la copa
vacía cuando él la pone boca abajo
sobre la barra. Luego observo a Taryn,
que sonríe a alguien con timidez; me
figuro que será a Cash.
—Habéis tenido buena suerte,
chicos —grita ella con entusiasmo—.
Seguiré haciendo los margaritas a mi
manera y además tendréis un
espectáculo adicional esta noche. Así
que todos salimos ganando.
Con un grito de júbilo, Taryn se da
la vuelta para poner una música
diferente y elige una canción muy
sugerente, de la que no dudo que sacará
provecho. Cuando la veo subir al
mostrador, me desplazo al extremo
opuesto para preparar las bebidas que
solicitan las pocas personas que no la
están observando y animando con
aplausos.
Me esfuerzo en no mirarla ni a ella
ni a Cash. No quiero ser testigo de su
reacción, pero cuando el jaleo alcanza
su cota más alta, mis ojos se ven
arrastrados al otro lado de la barra a
pesar de mi determinación.
Al parecer, Taryn se ha dejado caer
de un salto en los brazos de Cash. Él la
atrapa en el aire y ella le rodea
apretadamente el cuello con los brazos.
La veo sonreír como el proverbial gato
que se comió al canario —o quizá el que
se quiere comer al canario— y Cash se
ríe.
Justo antes de bajar la mirada a la
bebida que estoy sirviendo, veo de reojo
que Taryn obliga a Cash a bajar la
cabeza para besarle. Y no es un besito,
parece que quiere devorarlo. No es que
él se resista.
Una sensación fría y viscosa en los
dedos me devuelve bruscamente a la
tarea que me ocupa. La cerveza se está
desbordando y se desliza por mi muñeca
hasta la bandeja. Doy un paso atrás y
dejo el vaso en el mostrador para
sacudir la mano. No tengo palabras para
describir lo enfadada que estoy conmigo
misma al permitir que Taryn y Cash me
irriten y afecten de una manera tan
manifiesta.
Estoy limpiando el desorden con
movimientos rápidos y precisos cuando
Cash se inclina sobre la barra para
hablarme.
—Es necesario que te quedes unos
minutos cuando cerremos. En el
despacho tengo algunos papeles que
debes rellenar. No te llevará mucho
tiempo.
Alzo la cabeza y le miro a los ojos.
Quiero clavarle las uñas en ellos y luego
escupirle a la cara, pero solo maldigo
para mis adentros porque él es justo lo
que pensaba que era.
Un chico malo.
Un playboy.
Un rompecorazones.
Sin embargo, saberlo no impide que
quiera besarle, arrastrarle hasta la
habitación privada de la planta superior
y poner fin al creciente deseo que me
corroe desde aquella primera noche en
que le quité la camiseta.
«¡Maldita sea!».
Me brinda una sonrisa mientras se
endereza.
—Por cierto, un combinado muy
bueno. —Da dos golpecitos en el
mostrador como si fueran palmaditas en
mi espalda, y se dirige a la puerta
misteriosa de detrás de la barra.
A partir de ese momento, la noche se
va oficialmente a pique.
Me resulta extraño comprobar que lo
que estaba segura que ayudaría a que
Taryn mostrara mejor disposición hacia
mí solo la ha vuelto más hostil. Por
desgracia para ella, mi humor ha caído
en picado, lo mismo que mi tolerancia,
así que durante el resto de la noche va a
ser un ojo por ojo continuo.
Incluso aunque temo la conversación
pendiente con Cash, me siento aliviada
cuando termina la jornada. Taryn había
pasado de los comentarios por lo bajo, o
los choques accidentales cuando pasaba
por detrás de mí —que respondí con
codazos cuando vertía los licores—, a
derramar una copa en el suelo y
salpicarme las piernas de Bailey’s. El
líquido es tan pegajoso que tardé mucho
en limpiarlo. Llegados a ese punto
pienso que la progresión lógica hubiera
sido tirarle del pelo y arañarle la cara
mientras rodábamos por el suelo,
gruñendo como luchadoras. Y, aunque
pueda parecer una locura, creo que eso
está mal visto en todos los locales que
no incluyan un espectáculo de lucha en
barro.
Por suerte, ahora estoy a punto de
regresar a casa.
Me ocupo de arreglar mi parcela
según las normas que Marco me enseñó.
Y las que no recuerdo bien soy capaz de
improvisarlas echando un vistazo de
reojo a lo que hace Taryn. Es evidente
que la costumbre hace que sea más
rápida que yo.
Cuando termina de limpiar la zona
que le corresponde, corre hasta la
misteriosa puerta por la que desapareció
Cash. No me habla, ni siquiera me mira
por encima del hombro. Lo cierto es que
no me importa en absoluto, no es su
actitud la razón por la que noto el
estómago revuelto. La verdadera razón
de que esté en ese estado es porque
intuyo qué está haciendo y con quién.
Por ese motivo me tomo mi tiempo
para acabar de limpiar. Prefiero morir
que interrumpirlos. De hecho, me
gustaría que él se olvidara de que tengo
que pasar a resolver el papeleo y me
dejara marcharme a casa.
Estoy recriminándome a mí misma
por pensar dos veces en un tipo como
Cash cuando veo que Taryn sale de la
estancia. Alzo la mirada y la observo;
parece… irritada, pero al notar que la
estoy mirando esboza una sonrisa de
oreja a oreja, toma su bolso de detrás de
la barra y camina como si tal cosa hasta
la salida.
Me gustaría hacerle cortes por toda
la piel con el filo de un papel y luego
vaciar sobre ella un cubo de agua
salada.
Pensar tal maldad hace que me ría
para mis adentros, que es lo que estoy
haciendo cuando Cash aparece. No está
recolocándose la ropa ni nada por el
estilo, pero sé muy bien qué acaba de
hacer y me siento furiosa.
—¿Has acabado ya? —me pregunta
como si tal cosa.
Resoplo.
—¿Y tú? —Debería recriminarme a
mí misma por permitir que sepa que
estoy molesta, pero las palabras brotan
de mis labios antes de que pueda
reprimirlas.
Él frunce el ceño por un instante.
—Sí, ya he acabado. Cuando quieras
miramos eso, sé que todavía tienes que
regresar a casa.
«¡Qué conveniente que lo recuerde
justo en este momento! Seguramente sea
él quien esté deseando encontrar una
cama. Una cama de verdad».
Aprieto los dientes, lanzo el paño a
un lado y recojo el bolso de debajo de
la barra. Me niego a apresurarme porque
él tenga prisa. ¡Me niego! Sí, lo pagaré
mañana, cuando esté agotada en clase,
pero ahora mi única arma es esa
agresividad pasiva.
Me indica la puerta oculta detrás del
mostrador. Como sospechaba, es un
despacho pequeño que, para mi
sorpresa, está bien decorado; sobre todo
teniendo en cuenta que está dentro de un
club.
Los colores utilizados son relajantes
y masculinos; tonos cremas y grises. Hay
detalles negros como contraste en
diversos puntos de la estancia, como los
cojines del sofá o las lámparas en las
mesitas, y que hacen juego con el
enorme escritorio negro y la librería que
hay detrás.
Junto a ella hay una puerta
entreabierta. Parece como si pudiera
accederse desde ahí a un apartamento;
un pisito muy espacioso y agradable, por
lo que veo desde donde estoy.
Con una sensación de vértigo
profundo, me doy cuenta de que es muy
probable que Taryn y él hayan estado
allí; en una cama de verdad.
Noto un intenso mareo.
Cash me señala un lujoso sillón de
rayas negras y grises que hay delante del
escritorio mientras él se dirige al sillón
de cuero oscuro que veo detrás. Lo
observo oprimir algunas teclas del
ordenador para imprimir los documentos
pertinentes, que me acerca deslizándolos
sobre el escritorio. Cojo una pluma del
vaso para lápices que hay a la izquierda.
Sin decir palabra, relleno las
casillas necesarias de los formularios
mientras Cash introduce algunos datos
en lo que imagino es una base de datos
de empleados. Al terminar de firmar
todos los documentos, cierro la pluma y
espero. Por fin, el me mira sonriente.
—Bueno, ¿cómo va todo? Sin contar
con Taryn, claro.
Me obligo a sonreír.
—Muy bien, gracias.
Noto que vuelve a fruncir el ceño.
—¿Quieres hablar de algo? ¿Puedo
hacer algo para que te resulte más fácil
el trabajo?
«¿Además de irte al infierno?».
Me muerdo la lengua con esfuerzo y
conservo la sonrisa mientras niego con
la cabeza. Él me mira fijamente,
observando mi reacción.
—De acuerdo. Entonces imagino que
será mejor que te vayas a casa.
Me despido con un brusco gesto de
cabeza, me levanto y salgo de allí tan
rápido como puedo sin que parezca que
estoy huyendo. Una vez que atravieso la
puerta principal, me dirijo hacia el bien
iluminado aparcamiento mientras
contengo el deseo de gritar de
frustración. Pero no puedo evitar emitir
un gruñido.
Me detengo ante el coche y pongo el
bolso en el techo para buscar la llave.
Es entonces cuando escucho unos pasos;
me giro rápidamente, alarmada, y me
encuentro a Cash a mi lado.
—¿Estás bien?
Todavía tiene el ceño fruncido, pero
los ojos están muy abiertos. Es evidente
que está preocupado; seguramente ha
escuchado mi gruñido cuando se
acercaba.
«¡Cojonudo!».
—Estoy perfectamente —siseo—.
Vuelve ahí dentro, ya me voy.
—He olvidado darte una copia del
documento —me explica al tiempo que
me tiende un papel doblado.
Se lo arranco de los dedos y lo meto
en el bolso.
—Gracias. Buenas noches —me
despido con desdén, concentrándome de
nuevo en encontrar las llaves.
Cash me coge por los hombros y me
obliga a girar hacia él.
—Dime qué te pasa.
Suelto otro gruñido.
—Quítame las manos de encima —
le exijo mientras intento zafarme. Él
parece afligido, lo que provoca que
pierda un poco más el control—. No me
toques. Yo no soy Taryn.
—¿Cómo? —Se muestra realmente
confundido. De pronto observo que pone
los ojos en blanco y comienzo a verlo
todo rojo—. ¿Estás así por ese beso?
Cierro los puños; tengo que hacerlo
para no golpearle.
—No, no es solo por ese beso. ¡Es
por ese beso, por esa estúpida
demostración, por haberme hecho ir a tu
despacho a última hora y por un montón
de cosas más que no deberían estar
ocurriendo!
Estoy gritando demasiado y lo sé.
Además, he dado un paso adelante y eso
hace que esté muy cerca del pecho de
Cash, que es donde he hundido el dedo
índice. Lo miro como si no tuviera ni
idea de por qué está ahí; más que nada
porque no sé por qué está ahí.
—¿De qué va todo esto? ¿Crees que
me acuesto con Taryn?
—¡Claro que lo creo! Y estoy segura
de que no es un secreto.
—¿Por qué dices eso?
Está tan tranquilo que casi me
produce curiosidad. Resulta
desconcertante.
—Bueno, para empezar es una chica
muy guapa y…
—Tú sí que eres muy guapa —
asegura con suavidad.
Me da un vuelco el corazón, pero
continúo.
—Y no hace más que intentar ligar
contigo.
—Lo que a mí me gustaría es que
fueras tú la que intentara ligar conmigo.
—Baja la mirada a mis labios, que me
hormiguean como si me los hubiera
tocado.
—Deja de hacer eso. No actúes
como si no hubiera pasado nada.
—No estoy actuando. Es cierto que
estuve liado con Taryn, pero fue antes de
que empezara a trabajar para mí. No
tengo muchas reglas, pero una de ellas
es no enredarme con una empleada. Y
ella lo es, así que eso es todo. Punto.
—Pero la has besado. Yo lo vi.
—No, lo que tú has visto es que ella
me besaba a mí. Lo que yo hice fue
evitar una escena en el club.
—Bueno, no parecía desagradarte
demasiado.
—Pero lo hacía. En lo único que
podía pensar era en besarte a ti. —
Comienza a inclinar la cabeza hacia mí.
La sangre ruge en mis oídos.
—Pero no te lías con tus empleadas
—le recuerdo bajito.
—Haría una excepción contigo. —
Sus labios están cada vez más cerca. Se
aproxima lentamente… muy despacio.
—Pero es una de tus reglas.
—Estoy dispuesto a romperla por ti
—susurra.
—No, no lo hagas —suplico con la
respiración entrecortada.
—Vale, pues estás despedida —
declara antes de que sus labios toquen
los míos.
Están calientes y, al principio,
apenas me rozan. Por mucho que quiera
resistirme, mis buenos propósitos
desaparecen cuando noto su lengua entre
mis labios. Sin pensar, los separo.
Y no hace falta más.
Su sabor es como el del whisky
escocés añejo, delicioso y perfecto. Su
lengua roza la mía acariciándola,
jugueteando con ella mientras me
presiona contra su cuerpo con una mano.
Hago lo único que puedo hacer;
perderme en él.
Enreda los dedos en mi pelo y me
obliga a ladear la cabeza para
profundizar el beso. Se vuelve más
voraz, como si quisiera devorarme. Le
deseo… ¡Oh, Dios! ¡Le deseo!
Me suelta y siento la palma de su
mano en la base de mi columna.
Extiende los dedos y me aprieta contra
él.
Está duro y es enorme. Sentir su
erección contra el vientre hace que me
suba la temperatura corporal y que note
un intenso vacío entre las piernas. Hace
mucho tiempo que no me acuesto con
nadie y hacerlo con Cash sería increíble,
pienso al tiempo que me estrecha contra
su cuerpo.
Tan increíble como lo mucho que
lamentaría haberme acercado a él
cuando se aburra de mí.
La certeza de lo que estoy haciendo
me golpea la cara y retrocedo. Tengo los
dedos entre sus cabellos y estoy pegada
a él de pies a cabeza; le deseo con todas
mis fuerzas. Pero aún así retrocedo un
paso.
—¿Qué pasa? —me pregunta lleno
de confusión, con las pupilas dilatadas
por la pasión.
—No podemos hacer esto.
—No te he despedido en serio.
—No me refiero a eso.
—Entonces, ¿qué es lo que pasa?
Él da un paso atrás pero me coge de
las manos para que no me escape. No sé
por qué permito que me retenga,
seguramente porque en realidad no
quiero alejarme aunque debería.
—Cash, durante toda mi vida he
elegido siempre al hombre equivocado.
El chico malo, el salvaje, el rebelde sin
causa. Estoy segura de que ni siquiera
tienes el título de secundaria, ¿me
equivoco? —Cash no dice nada, no lo
niega—. ¿Ves? Eres el tipo de tío por el
que me siento atraída, ni siquiera voy a
fingir lo contrario. Pero eres veneno
para mí. Ya me han roto el corazón más
veces de las que puedo contar y no
puedo resistirlo más. Los chicos como
tú se han terminado para mí.
Él me observa de cerca mientras
asiente lentamente.
—Lo comprendo. De verdad. Pero
tú me deseas y yo te deseo a ti. ¿No
podemos tener solo eso?
Lo miro boquiabierta.
—No lo dices en serio, ¿verdad?
—Sí, claro que hablo en serio.
—¿De verdad estás diciendo que
tengamos relaciones sexuales sin
ataduras?
—Oh, no serán sin ataduras —
asegura con una provocativa sonrisa—.
Serán como tú quieras, pero con la
certeza de que al final seguiremos
caminos separados.
—En realidad ese es el problema.
¿Quién decide cuando ponerle fin? ¿Tú?
—No, puedes hacerlo tú. O los dos
juntos. Lo que quieras. Podemos dejarlo
cuando tú decidas, o antes de que se
convierta en algo que no deseas.
Sé que debería sentirme ofendida, no
intrigada.
—Pero eso es… Es…
—Es como casi todas las demás
relaciones, pero sin mentiras ni
expectativas. Eso es lo que es; práctico
e inteligente.
—¿Una relación sexual práctica e
inteligente? —Sé que comienzo a
vacilar. Lo sé.
—Sí, pero también apasionada,
excitante e intensa —añade con un tono
de voz cada vez más lento e hipnótico.
Da un paso hacia mí—. Te prometo que
no te arrepentirás. Te prometo que te
haré sentir muchas cosas, disfrutar de
una manera que jamás te has imaginado.
Conseguiré que cada noche sea la mejor
noche de tu vida, hasta que tú digas que
todo ha terminado. Entonces me alejaré
de ti sin remordimientos, solo con
dulces recuerdos —ronronea mientras
desliza nuestras manos entrelazadas por
los lados de mis muslos.
Sé que debería abofetearle, reírme
en su cara o al menos fingir que me
siento insultada, algo que debería sentir,
pero la realidad es que estoy
considerando lo que él me dice.
Cash es lo suficientemente
inteligente para saber cuándo tiene que
dejar de presionar y dar tiempo para que
las cosas ocurran. Así que actúa en
consecuencia.
—Piénsalo. Podemos hablar este fin
de semana. Mientras tanto… —me
susurra al oído—, piensa en lo que
sentirás cuando tengas mi lengua dentro
de ti. —Me mordisquea el lóbulo y la
sensación que provoca se extiende a
todo mi cuerpo. Aprieto los labios para
no gemir—. Yo estaré pensando en cuál
será tu sabor.
Y luego, ¡maldito sea!, se gira y se
aleja mientras yo me derrito junto a mi
coche.
18
Nash
Me he mantenido alejado de Marissa
con el único propósito de no toparme
con Olivia. No solo porque podría echar
a perder mis planes, sino porque no se
merece todos los problemas que
acarreo. No pareció preocupada cuando
le conté lo de mi padre, pero eso solo es
la punta del iceberg. Bueno, no es
únicamente la punta, podría decirse que
es más bien la mitad.
Pero como siempre, Marissa
comenzó a hacer mohínes y a exigir
verme, así que aquí estoy, soplando una
taza para que se enfríe el café. Lanzo
una mirada al reloj con la esperanza de
poder salir de allí sin ver a Olivia.
Recuerdo que le comentó a Marissa que
los únicos días que tiene clase a primera
hora son los lunes y los miércoles, así
que tengo que largarme antes de que se
levante. Verla haría más difícil
mantenerme alejado de ella. Cualquier
hombre tiene un límite antes de ceder sin
que le importen una mierda las
consecuencias de sus actos.
—… estoy segura de que si no fuera
tan importante no me pediría que fuera
—está diciendo Marissa. Debería estar
prestándole más atención en vez de
dedicarme a pensar en su prima.
—Perdona, ¿que fueras a dónde?
Ella hace otro mohín.
—¿Qué te ocurre? Quería que
vinieras para poder pasar algún tiempo
a solas antes de que me fuera, no para
hablar mientras tú miras ensimismado el
café.
Suspiro.
—Lo siento, nena. El caso que me ha
encargado Carl me tiene absorto. —
Dejo la taza sobre la mesa y la tomo de
las manos. Las tiene heladas.
«¡Joder, qué apropiado!».
—Dímelo otra vez, ahora tienes toda
mi atención —aseguro con una sonrisa.
—Mi padre quiere que vaya con dos
de los peces gordos del bufete a las
Caimán para ayudarles con unas cuentas.
Espero que eso signifique que acabaré
haciéndome cargo de todo el proyecto.
Comprendo que se sienta excitada;
me parece una oportunidad envidiable.
Marissa tiene tres años más que yo, así
que ya está graduada y ejerce como
abogado, mientras que a mí todavía me
quedan meses de prácticas.
—¡Genial! Me siento orgulloso de ti.
Aunque te echaré de menos, por
supuesto. ¿Cuándo te vas?
—Mañana —dice con otro mohín.
—¿Cuánto tiempo estarás fuera?
—Serán dos semanas como mínimo,
pero podría ser más tiempo.
—Bueno, eso nos dará la
oportunidad de celebrar tu regreso por
todo lo alto, porque yo te habré echado
mucho de menos y tú tendrás buenas
noticias; estoy seguro. —Tiro de ella y
la siento en mi regazo. Marissa me
rodea el cuello con sus delgados brazos
y me besa. Sé que lo único que tendría
que hacer es tomarla en brazos y
llevarla al dormitorio para disfrutar de
un polvo rápido, pero no lo hago. No
soy tan cruel y desconsiderado, porque
mientras ella me besa y se contonea
sobre mis piernas, yo solo puedo pensar
en unos brillantes ojos verdes, una
espesa melena negra y un cuerpo
menudo y delicioso que duerme a tan
solo unos metros. Y eso no está
precisamente bien.
Ella se inclina y me mira a los ojos
con el ceño fruncido.
—Sigues en Babia.
—No me pasa nada, de veras. Tengo
que irme. Tenía que estar en el bufete
desde hace una hora resolviendo el
papeleo.
La veo sonreír.
—¿Estás diciéndome que has faltado
al trabajo para estar conmigo?
—Sí. Eso estoy diciendo.
Me mira de manera provocativa y
aprieta la parte superior de su cuerpo
contra mí, frotándose sin recato. Sin
ganas, ahueco las manos sobre sus
pequeños senos y fricciono los erizados
pezones con los pulgares. Ella entorna
los ojos y yo sé adónde nos va a llevar
aquello.
De pronto se escucha un carraspeo y
los dos miramos hacia la puerta, donde
está Olivia con una mirada somnolienta
y horrorizada.
—¿Qué pasa? —le espeta Marissa
—. Sírvete un café y lárgate de aquí.
¿No ves que estamos ocupados?
Vuelve a mirarme con idea de seguir
donde lo dejamos, pero la detengo.
—Tengo que marcharme. —Sin
darle la oportunidad de añadir nada
más, la aparto de mi regazo y me
levanto.
Por el rabillo del ojo veo que Olivia
me mira, pero intento evitar que nuestras
miradas se encuentren. Sin embargo, sus
pupilas se clavan en mi corazón como si
fueran dagas afiladas. Y también las
noto en la polla. Estoy seguro de que
ella está a punto para soltar todo su
veneno en la cocina, pero lo que no sabe
es que me odio a mí mismo diez veces
más de lo que ella puede odiarme por lo
que ha estado a punto de ocurrir.
—Espera un momento —interviene
Marissa—. Quería pedirte que el lunes
recogieras mi coche en el taller. Te daré
las llaves.
—De acuerdo —digo de manera
apresurada, tomándola de la mano y
arrastrándola fuera de la cocina.
«Si Olivia quiere hacerme sentir
mal, sin duda lo ha conseguido».
—Te llamaré más tarde —me
disculpo, rozando sus labios con los
míos—. Quizá podamos cenar juntos
esta noche. —Estoy dispuesto a decir lo
que sea con tal de salir de allí.
—¡No voy a poder! Esta noche he
quedado con mi madre y mañana me
llevará mi padre al aeropuerto. Espera
un momento, que te doy ya las llaves.
Puedo llamar a la limusina más tarde.
Se aleja corriendo y me deja
esperándola junto a la puerta, rezando
para que Olivia se mueva, pero no lo
hace… por supuesto.
Sigue inmóvil en el mismo sitio y,
aunque va en contra de mi sentido
común, la miro. En sus ojos puedo leer
una miríada de emociones; vergüenza,
decepción, humillación, pero también
percibo una chispa de lo que crepita
entre nosotros. No podemos negar la
atracción que sentimos el uno por el
otro… y es una atracción enorme.
Escucho la voz de Marissa, lo que
indica que está hablando por teléfono,
así que me acerco a Olivia.
No sé qué decirle, así que me acerco
a ella mientras la miro fijamente. Para
acabar de levantarse está impresionante.
Incluso antes de darme cuenta de lo
que hago, le acaricio la mejilla
suavemente con la punta de los dedos.
Ella parpadea, haciendo que quiera
besarla en los párpados.
—Lo siento —escucho que dice
Marissa acercándose por el pasillo.
Doy un paso atrás y me dirijo a la
puerta para detenerme en el mismo sitio
en el que ella me dejó. Vuelvo a mirar a
Olivia con rapidez. En su cara hay una
mezcla de emociones que no puedo
identificar con claridad… A menos que
se trate de lo mismo que yo estoy
sintiendo.
19
Olivia
Tal vez solo sea culpa del síndrome
premenstrual. O quizá del estrés que
suponen tantos cambios en mi vida. No
lo sé, pero comienzo a tener la
impresión de que mi vida va directa
hacia el desastre.
Todo gira en torno a dos chicos. Dos
hombres que, por razones
completamente diferentes, me
estremecen por dentro. Los deseo a los
dos y no puedo tener a ninguno. Sin
embargo, no soy capaz de dejar de
pensar en ellos.
Deseo a Cash con una intensidad
casi enfermiza, aunque a un nivel físico;
es guapo y encantador, lo que lo hace
todavía más peligroso. A Nash lo anhelo
con la misma fuerza; la diferencia
estriba en que es el tipo de hombre que
necesito en mi vida.
Hoy he tenido tres clases y no he
retenido ni una sola palabra. Es una
suerte que gran cantidad de materia sean
solo chorradas, como estadísticas,
sociología o habilidades motrices, que
es como la versión universitaria de la
clase de gimnasia.
Cuando regreso a casa estoy
cansadísima; más psíquica que
físicamente, pero el resultado es el
mismo. En la soledad del apartamento,
que disfrutaré durante dos semanas (algo
que descubrí sin querer y no porque
Marissa me lo dijera), decido acostarme
en el sofá para echar una siesta.
Me despierto a las cuatro y media de
la tarde sin sentirme mejor. Sigo agotada
y con el estómago revuelto. Cojo el
móvil y llamo a Shawna, pero salta el
contestador diciendo que está con su
madre eligiendo el ramo para la boda.
La otra amiga íntima que tengo es
Ginger, una de las camareras con las que
trabajé en Tad’s durante años. Por
suerte, ella sí está en casa.
Después de hablar sobre
banalidades durante varios minutos, va
al grano; al más puro estilo Ginger.
—Ya está bien, cuéntamelo. A ti te
pasa algo.
—No, no me pasa nada.
—No sabes mentir y te odio por
haberlo intentado.
Suelto una risita.
—No, no me odias.
—Vale, no te odio —reconoce tras
hacer una pausa—. Pero lo haré si no me
cuentas qué es lo que te hace estar así.
Ginger tiene mucha facilidad de
palabra.
—Supongo que echo de menos mi
casa, mis amigos… —Suspiro—. No sé.
La vida me resulta muy… complicada.
—Ajá. Así que tienes problemas de
penes.
—¡Ay, Dios! ¡Ginger! No tengo
problemas de penes. Para ti todo se
reduce al sexo.
—¿Y no es así?
Me río.
—No. No lo es.
—Entonces, ¿lo que te pasa no tiene
que ver con un hombre?
Hago una pausa.
—Bueno, sí. Es posible que el
origen de algunos de mis problemas
tenga pene. En realidad, dos.
—¡Madre del amor hermoso! ¿Estás
saliendo con un tío con dos pollas?
—¡No, Ginger! Evidentemente son
dos hombres distintos.
—Ah… —suelta con evidente
decepción—. ¡Maldición! Eso habría
sido muy interesante.
—¿Qué quieres decir?
—No sé… tendrías una para cada
agujero.
—Estás muy mal de la cabeza, ¿lo
sabías?
—Sí, ya lo tengo asumido.
Vuelvo a reírme.
—Por lo menos lo admites.
—¡Lo admito y lo asumo! Soy
demasiado mayor para fingir ser lo que
no soy. Es demasiado trabajo, igual que
fingir orgasmos. Si no vas a darlo todo,
no te molestes en intentarlo. Estoy
segura de que solo me quedan unos años
de orgasmos en condiciones y pienso
exprimir hasta la última gota de placer.
Y estoy hablando de exprimirlos bien.
Pongo los ojos en blanco al tiempo
que meneo la cabeza.
«Oh, Ginger…».
Después de unos minutos más de
conversación sumamente indecorosa,
Ginger me promete que esta noche
quedará conmigo para ir de copas, lo
que me parece un gran apoyo por su
parte. Quedamos para reunirnos en un
club que ella conoce en el centro y,
cuando cuelgo el teléfono, estoy más
animada.
Estoy terminando la segunda copa
cuando suena mi móvil. El corazón me
da un vuelco cuando veo que se trata de
Ginger.
—¿Dónde te has metido? —le
pregunto sin preámbulos.
—No voy a poder ir, cariño. Tad me
acaba de llamar para pedirme que le
eche una mano; Norma se ha puesto
enferma y necesita ayuda. Acabo de dar
la vuelta en la carretera para regresar a
Salt Springs. Lo siento mucho, Liv. Te
debo una y te la pagaré. Te lo prometo.
Aprieto los dientes.
—No te preocupes, Ginger. Ya
quedaremos en otro momento.
—Mientras tanto, intenta solucionar
esos problemas de penes. Cada
gallinero necesita un gal o, es cierto,
pero solo algunas gallinas especiales
pueden arreglárselas con más de uno.
Intenta elegir a uno y ve a por él. No
eres lo suficientemente mayor para jugar
con dos juguetes a la vez. Eso es para
expertas.
—Intentaré recordarlo —replico en
tono burlón.
—Mándame a mí al que no elijas.
Conseguiré que se olvide de ti; al menos
durante unas horas. —Se ríe con su
ronco tono de fumadora—. Hasta pronto,
cariño. Besos. —Y corta la llamada.
Cuelgo el teléfono y miro a mi
alrededor. No quiero regresar al
apartamento vacío, porque me dedicaré
a pensar en todos los problemas que
tengo, pero tampoco quiero quedarme
allí sola. Con un suspiro dejo unos
dólares sobre la barra y me bajo del
taburete antes de ponerme a buscar las
llaves del coche en el bolso.
«Intenta elegir a uno y ve a por él».
Las palabras de Ginger resuenan en
mi cabeza. ¡Son ridículas! Y… de una
auténtica fresca, pero al mismo
tiempo…
Por mucho que yo quiera salir con
Nash, es imposible; es el novio de mi
prima y les he visto juntos esta misma
mañana. Incluso ahora, después de tantas
horas, me carcomen los celos cuando
pienso en ello.
Después le recuerdo acariciándome
la mejilla y me pregunto si estará tan
obsesionado conmigo como yo con él.
Luego está Cash. Una relación con él
sería mucho menos complicada. Menos
profunda y con menos futuro, por
supuesto, pero por lo menos sabría a qué
atenerme.
Unos alocados pensamientos dan
vueltas en mi cabeza mientras me subo
al coche y enciendo el motor. O más
bien debería decir, mientras intento
encenderlo.
«¿Qué coño pasa ahora?».
Pongo la mano en el volante al ver
que las lucen titilan débilmente.
«¡No! ¡No! ¡No!».
Enciendo la luz interior y apenas se
ilumina un tenue círculo en el asiento
trasero. Con estos síntomas sí que estoy
familiarizada.
«Me he quedado sin batería».
—Eres una mierda —grito al pobre
utilitario al tiempo que oprimo sin
querer el claxon. Suena como un pato
agonizante—. ¡No me repliques! Estás a
punto de irte al paraíso de los coches; es
decir, al desguace.
Sí, así libero parte de mi frustración.
Da igual que esté ante la puerta de un
club gritando a un objeto inanimado. Un
objeto muy inanimado, por lo que
parece.
«¿Qué hago ahora?».
Solo necesito que venga un coche
con unas pinzas. No quiero llamar a la
grúa por esta chorrada, me costaría una
fortuna y ahora el bote para imprevistos
no está demasiado boyante.
«Esto es lo que pasa cuando te pasas
dos años suspirando por un tío y el
tercero de brazos cruzados».
Cierro los ojos e intento pensar.
Como últimamente me ocurre siempre,
aparecen en mi mente dos caras
idénticas.
Estoy segura de que Nash tiene
planes. Según cuenta Marissa, siempre
está muy ocupado. Odiaría interrumpirle
como una damisela indefensa, por
mucho que me guste la idea de que
venga a salvarme.
Luego pienso en Cash. Tiene su
propio negocio y desaparece durante
horas regularmente todas las noches.
Además, está a solo unas manzanas de
aquí. Es la elección lógica, pero cuando
recuerdo nuestra última conversación
siento mariposas en el estómago al
pensar en lo que podría reclamar como
pago.
No puedo negar que la perspectiva
me excita mucho.
«Elige uno y ve a por él».
Intento expulsar la voz de Ginger de
mi cabeza mientras cojo el teléfono y
busco el número de Cash. Responde al
segundo timbrazo.
—¿Cash? Soy Olivia.
—¿Qué te pasa? —me pregunta
bruscamente. Su tono me sorprende. No
sé qué me esperaba, pero esto sin duda
no. Esperaba que se mostrase servicial y
sexy, que intentase convencerme para
que me fuera a la cama con él. Lo más
irónico es que me siento desilusionada
al ver que no es así.
—¿Te interrumpo? Es que no
puedo…
—No interrumpes nada. ¿Qué te
pasa? —repite.
—Bueno, me fastidia molestarte con
algo así, pero creo que me he quedado
sin batería en el coche y estoy atrapada.
Me preguntaba si podrías venir con unas
pinzas. Estoy a unas manzanas del club.
Hay una pausa. Y me parece eterna,
sobre todo porque estoy en ascuas.
Durante un segundo me planteo colgarle
el teléfono. ¿Sería una actitud muy
infantil? Sí, si lo hiciera, me vería
obligada a dejar de trabajar en el Dual y
abandonar la universidad para volver a
casa a lamerme las heridas. Y a pesar de
lo drástica que parece la alternativa, no
deja de tener su atractivo.
Pero no hago nada. Solo espero,
mientras noto que la humillación hace
que me arda la cara.
—Dime dónde estás.
Le doy la dirección.
—¿Te importa esperar quince
minutos aproximadamente? Tengo que
terminar una cosa antes de salir, pero
luego soy todo tuyo.
—No, no me importa. Tómate todo
el tiempo que necesites.
—¿Por qué no vuelves a entrar en
ese club y te tomas una copa mientras
me esperas? No me gusta que te quedes
sola en el coche. Estás sola, ¿verdad?
—Sí, claro que estoy sola. Pero aquí
estoy bien, solo necesito…
—Olivia, de verdad, no me gusta la
idea. ¿Puedes regresar al club?
Considéralo un favor personal.
Si me lo pide de esa manera…
—Bueno, vale. Entraré y me tomaré
una copa. Llámame cuando llegues.
—Hasta luego —se despide antes de
colgar.
Lanzo el teléfono al interior del
bolso y me apresuro a bajar el quitasol
para inspeccionar mi maquillaje.
Aunque sé que no debería importarme,
me alegro de haberme arreglado para
salir con Ginger. Después de retocar el
lápiz de labios, me paso los dedos por
el pelo y recoloco el top rojo con escote
palabra de honor.
Una vez dentro, pido una cerveza. Es
una bebida barata, así que no me
importará dejarla cuando aparezca Cash.
Además, no se sube a la cabeza.
Veinte minutos después estoy
revisando el móvil por sexta vez.
Comienzo a preguntarme si esa va a ser
la noche en la que todo el mundo me
deja plantada, cuando se abre la puerta y
aparece Cash, que se dirige hacia mí a
grandes zancadas.
Se me seca la boca cuando nuestras
miradas se encuentran y él me sonríe con
su arrogancia habitual. Deseo que sus
largas piernas no hagan desaparecer la
distancia entre nosotros con tanta
rapidez. Podría pasarme el día
mirándolo. Tiene un cuerpo perfecto y
resulta de lo más apetecible con el
uniforme de trabajo: vaqueros, camiseta
y botas negros. El algodón se ciñe a sus
anchos hombros, a su cintura estrecha y
el color resalta el tono bronceado de su
piel, por no hablar de los ojos.
¡Malditos sean sus ojos castaños!
Brillan como estanques profundos en su
bien parecido rostro.
Cuando llega junto a mí me pregunto
si necesitaré cambiarme de bragas.
Comienzo a bajarme del taburete,
pero me detiene.
—Termina la cerveza —me indica
mientras hace una seña al barman—. Un
Jack Daniel’s solo.
Cuando le sirven la bebida, toma un
sorbo antes de mirarme como si
necesitara sentirse cómodo.
—Dime, ¿por qué has salido de
copas tú sola?
Me pongo a arañar con la uña la
etiqueta de la cerveza.
—Había quedado con alguien, pero
al final no pudo venir. Me llamó por
teléfono cuando yo ya estaba aquí —
explico en tono amargo.
—¿Quieres que le dé una paliza? —
me pregunta. Levanto la mirada hacia él
y veo que me observa sonriente por
encima de su vaso.
—No. Te sentirías avergonzado
cuando ella te ganara.
—Ahhh… ¿Una novia lesbiana?
Noto el brillo en sus ojos y sé que
está tomándome el pelo y pasándoselo
muy bien mientras lo hace. Esto resulta
todavía más embarazoso que haberlo
llamado por teléfono. Bueno, tampoco
es eso. En realidad este interludio
resulta… encantador.
«No dejes que te encandile».
Pero las palabras de Ginger vuelven
a aparecer en mi mente y me vuelvo más
atrevida.
—No, no me van las chicas. En
realidad me pirro por… los hombres.
No puedo evitar preguntarme si la
vampiresa que pretendo ser no estará
resultando un tanto candorosa.
«Demasiado tarde».
—Ya me di cuenta anoche.
Él arquea una ceja y curva los labios
en una sonrisa incontenible.
«¡Ay, Dios, qué guapo es!».
—¿Qué quieres decir?
—Es difícil de explicar —me dice,
inclinándose hacia mí y hablando en voz
baja—. Pero me encantaría
demostrártelo.
Veo el desafío en su mirada, pero no
sé si estoy dispuesta a aceptar todo lo
que me está ofreciendo. ¿Realmente
podría tener una relación con él sin que
mi corazón se viera afectado?
Carraspeo y bajo la vista a la botella
de cerveza que llevo a los labios
impulsada por la necesidad de
protegerme.
Él, que de tonto no tiene nada, capta
al instante el cambio de humor.
—Bueno —dice ya en otro tono—,
cuéntame todo lo que hay que saber
sobre Olivia.
Me encojo de hombros.
—No hay mucho que contar. Soy de
Salt Springs. Crecí en una granja de
ovejas, donde todavía vive mi padre, y
estoy en el último curso de la
universidad.
—¡Dios! Una vida reducida a dos
frases. No sé si mostrarme impresionado
o deprimido. ¿Tuviste novios? ¿Asististe
a fiestas? ¿Qué…?
Sonrío.
—Sí. Ha habido de todo. No he sido
una chica alocada, pero tampoco una
mojigata. Solo alguien normal y
corriente, imagino.
—No hay nada normal y corriente en
ti —asegura quedamente.
Lo miro a los ojos. No sonríe ni
parece bromear, lo que hace que me
sonroje.
—Gracias.
Nos miramos fijamente durante unos
segundos, hasta que el aire parece
espesarse entre nosotros. Entonces
aparto la vista.
—¿Qué estás estudiando?
—Contabilidad.
—¿Contabilidad? La contabilidad es
para solteronas con moño que tienen el
armario lleno de zapatos ortopédicos.
¿Por qué elegiste contabilidad?
Me río de la imagen que sus
palabras forman en mi mente.
—Se me dan bien los números. Y
cuando finalice los estudios, podré
ayudar a mi padre a llevar el negocio.
Es práctico.
—Entonces, ¿lo estás haciendo por
tu padre?
—En parte sí.
Él asiente con la cabeza muy
despacio. La expresión de su cara me
dice que no me cree, pero no dice nada.
Se limita a cambiar de tema.
—¿Y qué me cuentas de tu madre?
—Se fue hace mucho tiempo.
Me mira con los ojos entrecerrados
pero tampoco ahora dice nada. Es un
hombre muy perceptivo.
—¿Y del chico malo?
—¿Qué chico malo?
—El que al parecer evitas ahora.
—Oh, ya. —Me río. Es más bien un
ladrido de amargura—. Mmm… ¿Cayó
en una trituradora de madera? —
pregunto, esperando que él se dé cuenta
de que no quiero hablar de eso.
Cash hace una pausa para beber un
sorbo de whisky, como si estuviera
juzgando en serio lo que digo. Luego
sonríe de oreja a oreja y bebe un sorbo.
—Pobre tipo. ¿Y el anterior a ese?
—¿Le devoró un tiburón?
—¿Y el anterior?
—¿Fue secuestrado por un circo
ambulante?
Lo veo reírse entre dientes.
—¡Mi madre! Tu vida es como un
cuento con moraleja.
—Mi vida debería servir de
advertencia a los futuros pretendientes.
—Estoy dispuesto a correr el riesgo
—me dice, guiñándome un ojo.
Noto un aleteo en el estómago y el
corazón me da un vuelco que es, sin
duda, una enorme bandera roja.
«¡Cambia de tema! ¡Cambia de
tema!».
—¿Y qué me cuentas tú de tu
familia? —pregunto.
Eso enfría su burlón estado de ánimo
de manera considerable.
—Es una larga historia. Horrible.
Demasiado horrible para oídos
sensibles.
—¡Oh! ¿En serio? Así que tú puedes
preguntar lo que te pasa por la cabeza,
pero yo no.
Mi tono es medio en serio medio en
broma, pero quiero que responda a
algunas de mis preguntas, en especial
mientras tengo la sartén por el mango. O
por lo menos eso creo.
—Mi educación fue cuestionable y
mis amistades sospechosas. Si las
conocieras te temblarían hasta las botas
—sigue bromeando con media sonrisa
en la boca.
Me inclino y me miro los pies.
—No llevo botas.
—Ya veo —comenta él al tiempo
que se inclina para acariciarme la
pantorrilla con la palma de la mano—.
Ni tampoco llevas medias.
Se me pone un nudo en la garganta
que me impide respirar. Me sube un
escalofrío por la pierna hasta el punto
caliente bajo las bragas.
Él me mira con ojos brillantes. Sé lo
que quiere. Y también sé que él sabe lo
que quiero. Lo puedo leer en su mirada.
Ni siquiera me molesto en negarlo, pero
¿qué puedo hacer al respecto?
Indecisa, me echo atrás, lejos de su
alcance. Sonríe; se ha dado cuenta de mi
intención, aunque lo deja pasar.
Por ahora.
Termina su bebida de un largo sorbo
antes de mirarme. Yo aprieto con fuerza
la botella de cerveza.
—¿Estás preparada?
«¡Menuda pregunta capciosa!».
Asiento con la cabeza. No estoy
segura de qué acabo de convenir, pero
todas las terminaciones de mi cuerpo
están erizadas por la anticipación.
—Vamos —responde al tiempo que
ladea la cabeza para lanzarme una
amplia sonrisa—. Vamos a ver si
consigo sacarte de aquí.
No lo puedo evitar, sonrío.
20
Cash
No puedo mantener las manos alejadas
de Olivia cuando salimos del club.
Tengo que tocarla, rozarla… En el
momento en que camina delante de mí,
pongo los dedos en la base de su
espalda. Noto que se pone tensa al sentir
el contacto. No es porque le desagrade,
sino una contracción involuntaria. Como
si mi roce provocara en ella un
escalofrío; como si sintiera lo mismo
que yo. Y apostaría lo que fuera a que es
así.
Es química. Atracción. Anticipación.
Ha elegido. No tiene que decírmelo, ni
siquiera lo ha aceptado para sus
adentros, pero es evidente que ha
elegido. Lo percibo.
La acompaño hasta el coche. He
aparcado la moto justo delante y ella la
ve cuando nos acercamos, deteniéndose
en seco.
—¿Has venido en esto? —me
pregunta, mirándome con las pupilas
dilatadas.
—Sí —respondo—. Pero no te
sorprende, ¿verdad? —añado con una
sonrisa afectada—. ¿No es lo que hacen
los chicos malos? ¿Conducir motos y
romper corazones?
—Es cierto. —Esboza una tenue
sonrisa.
La veo girarse y abrir la puerta del
coche para accionar la palanca del capó.
No debería haberle dicho eso.
Cojo los cables con las pinzas que
he traído y los conecto a la batería de la
moto.
—¿Tendrá potencia suficiente como
para encender el coche?
—Debería tenerla. Vamos a probar.
Observo a Olivia cuando se sienta
detrás del volante para girar la llave de
contacto. El motor no se inmuta; no se
enciende y suena una especie de clic.
Menea la cabeza y sale del vehículo.
—No, no funciona.
—¿Eso piensas? —me río.
Ella ladea la cabeza y me mira con
picardía.
«¡Joder! ¡Es adorable!».
—¿Has escuchado ese clic?
Significa que la razón por la que no
enciende no es la batería, sino el
alternador.
Ella se desploma contra la puerta
del coche.
—¡Oh, Dios mío! Eso es muy caro,
¿verdad? —me pregunta en voz muy
baja.
—No es barato, no. Pero tengo un
amigo… —le aseguro imitando la voz
de un gánster.
Ella alza la cabeza y sonríe de oreja
a oreja.
—Esas amistades sospechosas…
¿verdad? ¿No iras a conseguirme unos
zapatos de cemento?
—No lo descartes —replico,
impasible.
Veo que frunce el ceño. No sabe si
estoy de broma o no.
—Coge tus cosas. Te llevaré a casa.
Le diré a mi amigo que mañana venga a
por tu coche y ya veremos lo que ocurre
de verdad. —Parece indecisa y da
toquecitos con los dedos en el marco de
la puerta—. No le pasará nada por estar
aquí esta noche. Nadie se fijará en él.
Ella resopla y, cuando la miro,
parece avergonzada de haberlo hecho.
—Si le ocurriera, casi me sentiría
aliviada.
—Oye, que conozco a un tipo… —
susurro.
La escucho soltar una carcajada y
me encanta el sonido. Hace que desee
hacerle cosquillas. En la cama…
mientras está desnuda… tumbada sobre
mi cuerpo.
Sin decir nada, cierra el coche con
llave y se acerca a mi moto.
—¿Y ahora qué hago? —pregunta
encogiéndose de hombros.
—¿Nunca has montado en moto?
—No.
—Pero, ¿qué clase de novia de
chico malo eres tú? —pregunto con
fingido pesar.
—Es evidente que una muy mala.
Me subo a la moto y cojo el único
casco.
—No, lo que pasa es que no has
conocido a ningún chico realmente
malo… hasta ahora.
Veo que se sonroja. Quiero volver a
besarla… y lo haré, aunque no será
ahora.
—Ponte esto y móntate detrás de mí
—le indico al tiempo que le ofrezco el
casco. Ella se lo pone obedientemente y
pasa una pierna por encima del asiento
hasta sentarse a mi espalda.
Observo sus largas piernas sin
medias a ambos lados de mis caderas y
la miro a la cara. Sus ojos brillan detrás
de la visera transparente mientras se
acomoda contra mí.
—Rodéame la cintura con los brazos
y agárrate con fuerza.
No deja de mirarme a los ojos
mientras se acerca. Noto sus manos
sobre el estómago, sus pechos redondos
contra mi espalda y mi erección
presiona contra la bragueta de los
vaqueros.
Me giro hacia delante y enciendo el
motor. Dejo que se caliente para
recobrar la compostura. Me resulta casi
imposible dejar de pensar en ella
sentada frente a mí, sin los pantalones
cortos, rodeándome con las piernas. Le
daría el mejor viaje de su vida.
Acelero con un gruñido y recojo la
pata de cabra. Cuando meto la marcha,
salimos disparados calle abajo.
Me encanta el subidón de adrenalina
que me proporciona ir en moto. Siempre
me pasa. Intento con todas mis fuerzas
no pensar en que Olivia está pegada a
mi espalda, pero no lo consigo. Solo lo
lograría después de pasarme una semana
encerrado en un dormitorio con ella.
¡Menuda semana sería!
No tardamos en llegar a su casa. Es
una dulce tortura. Por una parte me
gustaría que el trayecto fuera más largo,
pero por otro me alegro de que no sea
así. Cuanto más tiempo me rodea con los
brazos y se aprieta contra mi espalda,
más difícil me resulta controlarme. En
especial ahora que sé que me desea.
Que está más cerca de rendirse.
Cuando me detengo junto a la acera,
vacila un segundo antes de bajarse. Se
detiene junto a mí para darme el casco
que se acaba de quitar. Yo lo sujeto bajo
el brazo, apoyándolo en la pierna y
espero a que sea ella la que hable.
Parece que tiene algo que decir.
—¿Cómo has sabido dónde vivo?
No parece preocupada, solo
intrigada.
—Por la ficha del club, ¿recuerdas?
—Ah… —murmura. No era eso lo
que iba a decir, y creo que sé lo que es
—. Bueno… er… ¿quieres pasar?
—Es mejor que me vaya, pero
gracias.
Disimula bien la decepción, pero me
doy cuenta de todas maneras.
—Vale. Bueno, pues nada… Muchas
gracias. Te agradezco que vinieras a
ayudarme. Y también que me hayas
traído a casa, por supuesto.
—No tiene importancia.
—Bien, ¿hablamos mañana?
—Sí, ya te llamaré —le digo.
Ella asiente con la cabeza
lentamente, como esperando algo.
—Vale, buenas noches.
Me encanta observarla, notar su
incertidumbre y su vacilación. Sus vanos
intentos de negar lo que los dos sabemos
que siente. Jugar con ella va a ser muy
divertido. Un juego caliente, dulce, sexy
y delicioso.
Estiro el brazo y le aparto un
mechón de la mejilla.
—Que tengas dulces sueños, Olivia.
Me apresuro a ocultar mi sonrisa
poniéndome el casco. Esperaré a que
esté dispuesta a suplicarme.
21
Olivia
Me alejo de Cash antes de hacer alguna
estupidez como hacerle una proposición.
«¿Qué coño te pasa?».
Solo he dado unos pasos cuando
recuerdo mi coche. Me vuelvo hacia él
para captar su atención antes de que se
vaya y busco el llavero en el bolso para
ofrecérselas.
Veo que tiene el ceño fruncido detrás
de la visera del casco.
—¿No necesitas las demás para
entrar en casa? —me pregunta al ver que
hay otras llaves además de la del coche.
—Tengo otras de repuesto —le
explico.
Él asiente con la cabeza al tiempo
que coge las llaves y se las guarda en el
bolsillo delantero.
Le brindo una sonrisa antes de
escapar corriendo. Me niego a girarme y
mirarle, si bien sé que todavía está junto
a la acera porque escucho el atronador
ronroneo de la moto y, sobre todo,
porque siento sus ojos sobre mí. Lo
cierto es que desearía que fueran sus
manos… su boca.
Cierro los párpados mientras me
agacho para recoger la llave de repuesto
de debajo de la maceta, en el porche.
Cuando abro los ojos para meterla en el
cerrojo y abrir la puerta, escucho cómo
acelera. Supongo que solo está
esperando para asegurarse de que entro
en la casa sana y salva.
«¡Oh, Dios, no! ¡Que no me muestre
que puede ser dulce y considerado o no
podré resistirme a él!».
Una vez dentro me apoyo contra la
puerta y permanezco con los ojos
apretados hasta que dejo de percibir el
atronador sonido de la moto de Cash.
Todavía siento las vibraciones en las
piernas y en las nalgas. En el resto del
cuerpo noto un hormigueo por haber
estado en contacto con él. No sé si
hormigueo o comezón. O las dos cosas.
Frustrada —tanto sexualmente como
conmigo misma por mi absoluta falta de
control—, enciendo la luz y me impulso
lejos de la puerta. Lo primero que veo
es un florero con un ramo en la mesita
de café de la sala, que resulta un
brillante punto de color en una estancia
neutra. Me acerco hasta la profusión de
lirios y me inclino para oler uno. El
aroma es embriagador, pero noto un
pinchazo en la mejilla: la esquina de una
tarjeta de la persona que los envió.
Recojo el diminuto papel. Me siento
un poco mal al leer algo dirigido a
Marissa, pero que no lo hubiera dejado
allí, asomando entre las flores.
Cuando saco la tarjeta del sobre, me
recrimino todavía más; estoy segura de
que proceden de Nash y de que la tarjeta
será una tierna declaración de amor que
provocará que quiera tirarme de la
terraza de un rascacielos. Sin embargo,
esa certeza no me detiene; soy
demasiado curiosa y necesito leerla.
Me llevo una sorpresa.
Olivia, si necesitas algo, solo
tienes que llamarme. No estoy
demasiado lejos.
N.
Me baja un escalofrío de emoción
por la columna. Ha debido usar las
llaves de Marissa para entrar y dejarlos.
No puedo evitar preguntarme si las trajo
y se marchó, o si se quedó un rato. Quizá
recorrió la casa… y entró en mi
dormitorio.
Dudo que Nash hiciera algo así,
pero no puedo ignorar el pensamiento.
No puedo. Me excita la mera idea de
que haya podido echar un vistazo a mi
dormitorio. Y ya estoy suficientemente
excitada por su peligroso hermano.
Ojalá tuviera a mano un vibrador,
pero como no es así me preparo para ir
a la cama. El vigoroso cepillado de
dientes y desmaquillarme no me ayuda a
relajarme. Los dos hermanos parecen
jugar al escondite en mi mente,
burlándose de mí con sus palabras, sus
miradas y sus caricias. Cuando me meto
en la cama no me cabe duda de qué
poblará mis sueños… o más bien,
quiénes.
Me despierta un ruido en la puerta.
Acabo de quedarme dormida y tardo
unos segundos en determinar si estoy
despierta o no.
Por extraño que resulte, no siento
temor cuando veo la alta y borrosa
figura en el umbral de mi dormitorio. Le
reconozco al instante. Conocería su
silueta, su manera de moverse, en
cualquier parte.
Es Cash.
O Nash.
Abro la boca para hablar, pero las
palabras mueren en mis labios cuando
veo que se acerca a la cama. Se detiene
a los pies. Siempre me ha encantado lo
oscuro que es mi cuarto hasta este
momento. Ahora daría cualquier cosa
por poder verle con más claridad, por
tener una pista de qué hermano se trata.
Lo veo inclinarse y coger las
sábanas para arrastrarlas lejos de mí.
Noto escalofríos en los brazos y las
piernas, en parte por el cambio de
temperatura y en parte por el hombre
que hay frente a mí.
Él no dice nada y yo tampoco. Sé
que las palabras destrozarían la mágica
perfección del momento, y eso es lo
último que quiero.
Con movimientos muy lentos, estira
las manos y cierra los dedos en torno a
mis tobillos. Poco a poco me arrastra
hacia él, hacia el borde de la cama.
Jadeo; estoy muy excitada, pero sigo sin
decir nada.
Afloja la presión de los dedos pero
no me suelta, desliza las palmas por mis
pantorrillas hasta llegar a las rodillas,
donde se detiene. Entonces veo que se
encorva sobre mí y siento sus labios en
el muslo izquierdo. Al momento noto lo
mismo que si me hubiera marcado con
un hierro al rojo vivo. Mueve la lengua
para saborear mi piel y eso provoca una
miríada de ardientes sensaciones en mi
vientre.
—No puedo dejar de pensar en
hacerte esto —susurra tan bajo que
apenas puedo oírle—. Dime que me
detenga si no lo deseas. Si no me
deseas.
Mientras habla desliza las manos
por la parte exterior de mis muslos hasta
el borde de las bragas. Se detiene. Quizá
esté esperando a que le diga que pare;
quizá esté pensando mejor lo que está a
punto de hacer. No lo sé, porque no
tengo ni idea de quién es aunque, en ese
momento, tampoco me importa. Los
deseo a los dos. Cada uno tiene sus
propias particularidades, su propio
equipaje, y tal vez no saber a quién me
voy a entregar no sea tan malo.
Esta noche no me importa. No
pienso, solo deseo.
Percibo que gira las manos y
engancha los dedos en el elástico de las
bragas. Vuelve a detenerse. Me pregunto
de nuevo qué está pensando y qué debo
hacer para que continúe. Solo se me
ocurre arquear las caderas. Le escucho
suspirar antes de bajarme las bragas por
las piernas. Esa debía ser la respuesta
que estaba esperando.
Contengo la respiración cuando
siento de nuevo sus manos entre los
muslos, separándome las piernas.
Coloca una rodilla sobre la cama, entre
las mías, y se inclina para apretar los
labios contra mi estómago.
—Solo puedo pensar en cuál será tu
sabor —murmura antes de introducir la
punta de la lengua en mi ombligo, lo que
hace que se me tensen los músculos del
abdomen—. Y en cómo será sentirte. —
Ahueca la mano sobre mi sexo. Yo abro
más las piernas y me veo recompensada
cuando desliza un dedo en mi interior.
Le escucho gemir—. ¡Dios…! Estás
empapada. —Me mete otro dedo más—.
Todo esto es mío —susurra, deslizando
los dedos dentro y fuera de mi sexo
mientras yo impulso las caderas para
salir a su encuentro.
Pasea los labios por mi vientre y
luego siento que acomoda los hombros
entre mis piernas. Su cálido aliento me
hace cosquillas justo antes de notar su
lengua entre mis pliegues. Se me arquea
la espalda sin que pueda evitarlo.
—Mmm… eres todavía más dulce
de lo que esperaba… —gime sin dejar
de mover los dedos en mi interior.
Me lame y me chupa con labios y
lengua hasta que siento la familiar
tensión de un inminente orgasmo.
Contoneo las caderas, las muevo hacia
él, contra su boca mientras sigue
penetrándome cada vez con más fuerza,
más rápido.
Enredo los dedos en sus cabellos y
tiro con fuerza cuando el mundo se
rompe en mil pedazos. La luz y el calor
explotan tras mis párpados cerrados y
grito sin control. Me sujeta las caderas
con las manos y finaliza enterrando la
caliente y húmeda lengua en mi interior,
bebiendo todos mis jugos.
El clímax hace que me hormiguee
todo el cuerpo, incluso cuando él me
quita la camiseta por la cabeza. Me
siento laxa bajo sus manos cuando me
acaricia los pechos, deteniéndose a
juguetear con mis duros pezones.
Captura uno con la boca y
mordisquea la punta con los dientes, lo
que intensifica las oleadas de placer que
me atraviesan. Llevo las manos a sus
hombros y toco piel suave. No tiene
puesta ninguna prenda.
Vuelvo a aferrarme a su cabello
cuando lleva la cabeza a mi otro pecho,
que mordisquea y succiona sin
contención.
Vuelve a moverse y, de pronto, sus
labios están sobre los míos.
Me mete la lengua en la boca y
busca la mía con frenesí. Yo apreso la
suya con los dientes y comienzo a
chuparla con suavidad. Cuando le
suelto, escucho un ronco susurro.
—¿Ves lo bien que sabes? —
Encierro su cara entre las manos y lamo
la humedad que rodea su boca, su
barbilla. Él gime con fuerza al tiempo
que mueve su cuerpo contra el mío—.
Así, cariño. Te gusta, ¿verdad?
Escucho el siseo de la cremallera de
los vaqueros y el susurro de la tela
cuando se los baja por las piernas. Uso
los pies para ayudarle, encantada de
sentir su piel desnuda contra el interior
de los muslos.
Él flexiona las caderas y noto la
dura punta del glande entre mis pliegues.
Comienza a moverse con cortos envites,
deslizándose por la empapada zona y
acariciándome con su cuerpo.
—Quiero que sepas —dice entre
jadeos—, que estoy sano. Dime que tú
también lo estás y que tomas la píldora
—implora.
—Sí —respondo con la respiración
entrecortada. Es lo único que he dicho
desde que llegó.
Se apoya en los codos y se sostiene
sobre mí. Sé que me está mirando a la
cara aunque también sé que no puede
verme mejor que yo a él. Sin embargo,
sé que está sonriendo cuando habla.
—¡Perfecto! —Y se desliza en mi
interior.
Quiero sollozar cuando él no me
penetra hasta el fondo y, en cambio, se
retira. Quiero llorar por la sensación de
vacío, pero no me da tiempo. Vuelve a
internarse en mi interior otra vez, ahora
más profundamente, dejando que me
acostumbre a su tamaño antes de
retirarse de nuevo. Continúa clavándose
en mí, cada vez me llena un poco más,
llevándome de nuevo al borde, hasta que
estoy a punto de gritar.
—Dilo —susurra en un momento en
el que apenas ocupa mi cuerpo, jugando
conmigo. Levanto los brazos y le tiro del
pelo para obligarle a besarme. Uso la
boca y la lengua como súplica, para
mostrarle todo mi deseo. Le muerdo el
labio inferior al tiempo que alzo las
caderas, esperando que me penetre de
verdad, pero vuelve a retirarse y solo
me ofrece lo que él quiere—. Dilo —
ordena, exigente.
Jadeo de deseo. Otro orgasmo se
avecina y me tensa los músculos;
capturo sus caderas entre las piernas,
rogándole también con mi cuerpo. Pero
él se resiste, apenas se interna unos
centímetros en mi interior antes de
apartarse.
—Dilo —repite por tercera vez.
Le lamo la garganta, desde la base
hasta la oreja, donde jadeo
entrecortadamente antes de decir lo que
quiere oír.
—Por favor.
Él inclina la cabeza y cubre mi boca
al tiempo que se introduce hasta el
fondo, dejándome sin aliento. Me
entrega por fin toda su longitud y
comienza a taladrarme de manera
violenta una y otra vez. Cada vez estoy
más cerca del éxtasis absoluto.
Desliza los labios por mi cara, por
mi cuello, hasta llegar al valle entre mis
pechos. La sangre se agolpa en mis
enhiestos pezones cuando lleva la boca
hasta ellos. Arqueo la espalda
ofreciéndole los senos, suplicando que
me haga sentir su boca caliente y su
lengua mojada.
—Córrete —dice con suavidad al
tiempo que apresa un inflamado brote y
comienza a darle toquecitos con la
lengua. Siseando al ritmo de los envites
que imprime a sus caderas, me aplasta la
pelvis con la misma fuerza que me
mordisquea el pezón—. Córrete, cariño
—gruñe.
Es toda la motivación que necesito.
Le apreso con mis músculos internos y
me dejo llevar por el segundo orgasmo,
disfrutando del roce de sus caderas
contra las mías mientras me envuelve
una oleada de puro placer.
Jadeo sin control mientras él
martillea con fuerza en mi interior.
Siento que mi cuerpo lo apresa, lo
ordeña. Su respiración se acelera hasta
que, de pronto, se pone rígido.
—Olivia —susurra al tiempo que se
deja llevar, soltando todo su calor y su
pasión en lo más profundo de mi vientre.
Sus movimientos se hacen más
lentos, pero sigue sepultado en mi
interior, por lo que los últimos espasmos
de mi propio clímax le aprisionan con
fuerza. No nos movemos durante un par
de minutos perfectos.
Cuando ninguno de los dos tiene
nada más que dar, se derrumba sobre mí
y permanecemos tumbados en un enredo
de extremidades sudorosas y pechos
jadeantes. Luego se apoya en los
antebrazos y hunde la cara en la curva
de mi cuello para besarme la húmeda
piel de debajo de la oreja. No dice
nada, pero su aliento cálido y pesado
seca cualquier rastro de sudor.
Mi corazón está alborozado, la
cabeza me da vueltas con preguntas sin
respuesta y mi cuerpo palpita satisfecho.
A pesar de que hay mucho en lo que
pensar y preocuparse, por hablar, todo
parece… poco importante. Estoy hecha
un lío. Jamás, ni en mil años, hubiera
pensado que podría dormirme.
Pero lo hago.
Está amaneciendo cuando abro los
ojos. Lo primero en lo que pienso es en
besos ardientes y sexo capaz de quitar el
hipo.
Miro a mi alrededor; la habitación
está vacía. No hay nada que indique que
tuve una pecaminosa visita ayer por la
noche. De hecho, estaría segura de
haberlo soñando si no fuera por el
cosquilleo que siento entre las piernas
cuando me muevo.
Sonrío. Es un dolor agradable, que
me hace pensar en el macizo instrumento
que lo causó.
«¡Ay, Dios! ¿Acabas de pensar en su
instrumento?».
Suelto una risita tonta. No puedo
evitarlo. Me siento feliz, contenta… Al
menos de momento.
Debería estar cansada, pero no es
así. Por el contrario, me noto
rejuvenecida y con ganas de enfrentarme
al día.
—Quizá tenga razón Ginger y el
sexo sea lo mejor para mí —susurro en
el silencio. Las palabras absorben el
sonido y me recuerdan que tengo la casa
para mí sola. Marissa estará ausente
durante un par de semanas más, y esa ya
es una razón para estar feliz.
Pensar en ella hace que me acuerde
de Nash. ¿Y si fuera él quien me visitó
anoche? No pude verle con claridad en
la oscuridad y no sabría decir si el
delicioso pecho que había tenido encima
estaba tatuado o no. ¿Cómo averiguaré
con cuál de los dos estuve?
Durante un momento me pierdo en
los recuerdos de lo que sentí al percibir
su piel suave y tensa bajo los dedos, sus
músculos firmes y los anchos hombros,
las delgadas caderas que acogí entre mis
muslos. Solo pensar en ello es suficiente
como para anhelarle de nuevo.
Aparto las sábanas y me dirijo a la
ducha. Mientras me froto con la esponja
sigo pensando en qué me podría sugerir
qué hermano me regaló una noche tan
increíble. Creo que los dos son
perfectamente capaces de hacerme sentir
así, y no hubo nada que pudiera
identificar con uno de ellos. Lo cierto es
que no necesitamos hablar demasiado.
Sonrío ante la idea.
«No necesitamos hablar
demasiado».
Entrar no fue problema para él. A
Cash le entregué mis llaves y Nash tiene
las de Marissa. La atracción tampoco es
un problema; los dos hermanos me han
demostrado que existe una intensa
conexión física entre nosotros. La
voluntad podría ser la única
discrepancia entre ambos. Cash ha
dejado muy claro que quiere disfrutar de
una relación física conmigo mientras que
Nash está tratando de hacer lo correcto.
Pero entonces recuerdo que cuando
estuvimos en la terraza no fue Nash
quien se detuvo, fui yo. Si no lo hubiera
hecho, ¿habríamos mantenido relaciones
sexuales allí arriba, sobre una tumbona
donde seguramente se ha sentado en
alguna ocasión con Marissa?
Cuanto más lo pienso más confusa
estoy, más preguntas me hago y más
preocupada me encuentro. Así que
olvido el tema por el momento. Sin duda
alguna cuando vea a Cash sabré si me he
acostado con él o no.
Seguramente.
Después de vestirme, me dirijo a la
cocina para hacer café. Me sorprende
cuando suena mi móvil en el dormitorio
y corro para responder la llamada.
Noto un aleteo en el estómago
cuando veo el nombre de Nash en la
pantalla. ¿Por qué me llama tan
temprano? ¿Porque ha estado conmigo
hasta hace poco o porque ha dormido a
pierna suelta, lo que significa que no
estuvo aquí?
Deslizo el dedo por la pantalla para
responder.
—¿Sí?
Una pausa.
—¿Te he despertado?
—No, estaba haciendo café.
—Oh, bien. No quería molestarte.
He dado por supuesto que tendrías el
móvil apagado y pensaba dejarte un
mensaje en el buzón de voz. Me quería
asegurar de que has visto las flores que
te dejé.
Me siento un poco desilusionada. No
me da la impresión de que acabe de
recorrer mi cuerpo de arriba abajo con
la lengua.
—Sí, las vi ayer por la noche,
cuando llegué.
—Perfecto. Solo quería que supieras
que puedes llamarme a cualquier hora si
necesitas algo mientras Marissa está
fuera.
—Mmm… muy bien. Er… gracias.
—Entonces te dejo disfrutar del
café. Tengo programadas algunas
reuniones a primera hora y no me queda
más remedio que prepararlas a fondo.
—Bien. Gracias por las flores,
Nash.
—Fue un placer, Olivia.
Me parece percibir que está
sonriendo. ¿Será verdad?
Mucho después de colgar el teléfono
todavía tengo la piel de gallina en los
brazos. Simplemente escucharle decir
mi nombre me recuerda la noche
anterior, cómo gimió cuando se corrió.
Solo que, evidentemente, no fue
Nash quien lo dijo, sino su hermano.
No me sorprende demasiado suponer
que ha sido Cash. La escena me parece
más propia de su carácter que del de
Nash. Solo un chico malo se presentaría
sin ser invitado en casa de una chica y
entraría en su dormitorio para seducirla.
Y solo un chico malo pensaría que
no importa. Sonrío al pensar eso.
«Tiene mucho valor, hay que
concedérselo».
Pero tiene razón, no me importó. De
hecho, no me importó ninguna de las dos
veces. Y estoy segura de que no me
hubiera importado de haber habido una
tercera o cuarta vez, si no me hubiera
quedado dormida. Fue espectacular; casi
me había olvidado de lo relajante que
puede llegar a ser el buen sexo.
Me siento ante la mesa de la cocina
para leer un poco antes de marcharme a
clase cuando vuelve a sonar mi móvil.
Esta vez el nombre que aparece en la
pantalla es el de Cash, pero mi reacción
es igual. Noto un aleteo en el estómago.
—¿Sí?
—Hola, guapa. ¿Ya estás levantada?
—Sí —respondo, incapaz de
contener una amplia sonrisa.
—Bien, pues tu coche ya está en el
taller de mi amigo. Definitivamente, se
trata del alternador.
—¡Maldición! —farfullo. La
realidad llama al timbre después de una
noche increíble—. ¿Te ha comentado
por cuanto me puede salir?
—Para ti no será nada, me debe un
favor.
—No puedo permitirlo, Cash.
—¿Cómo pretendes impedirlo? —
replica él, en tono burlón.
—Hablo en serio. Es demasiado. No
puedo aceptar un regalo así.
—Puedes y lo harás. Además, no lo
consideres un regalo, me deberás una.
Vuelvo a sonreír y mi cuerpo
canturrea eufórico. Apenas puedo
esperar a ver qué se le ocurrirá pedirme
como pago.
—¿Ah, sí?
—Sí. Podemos empezar con un turno
extra la semana que viene.
Me desinflo de nuevo. Eso no se
acerca ni de lejos a lo que estaba
imaginándome. Después de la noche
pasada, sin duda él sabe que estoy más
que dispuesta a pagarle la deuda de
muchas maneras y en muchas posiciones.
A menos que no fuera él mi visitante
nocturno.
«¿Qué clase de mujerzuela no sabe
con qué hombre se ha acostado?».
Pongo los ojos en blanco.
«¿Y quién usa el término mujerzuela
hoy en día?».
Solo se me ocurre una persona, mi
madre, Tracey. Es una de sus palabras
favoritas.
Meneo la cabeza y me centro en lo
importante, como… ¿quién se pasó gran
parte de la noche estimulando mis
ovarios?
Ahora que lo pienso, lo que me
molesta de verdad es que ninguno de los
dos se muestra esta mañana lo
suficientemente cariñoso como para
saber con certeza con cual me acosté.
¿No es patético?
«¡Oh, Dios mío! ¿He perdido mi
toque? ¿De pronto soy tan mala en la
cama?».
Cash se aclara la garganta para
recordarme que todavía está esperando
que le responda.
—Oh, haré lo que sea para pagarte
la deuda, pero depende de qué noche
sea. No puedo salir hasta demasiado
tarde…
—Ah, no estarás hasta tarde. Lo que
te estoy pidiendo es que me revises la
contabilidad. Aunque pongo como
condición que no lleves moño ni zapatos
ortopédicos.
Me río de la imagen que dibuja.
—Genial. Supongo que puedo
invocar la magia numérica sin esas
herramientas del equipo.
—Estoy seguro de ello —replica
casi distraídamente—. Sin embargo, se
me ocurre que mientras no tengas el
coche reparado necesitarás algún medio
para ir a la universidad, ¿verdad?
—Mmm… sí. —Ni siquiera lo he
pensado. Estos tipos me han fundido de
verdad el cerebro—. Supongo que sí.
—Dame diez minutos e iré a
recogerte.
Por fin se pone en marcha mi mente
y comienzo a pensar como una persona
racional. Si Cash me lleva a la facultad
no me quedará más remedio que
regresar a casa en taxi. Me veo viajando
en taxi durante todo el fin de semana,
con el gasto que supone.
—Bueno, hoy puedo faltar a clase.
Estoy matriculada en asignaturas
bastante fáciles, así que no importará.
No te molestaré más de lo necesario.
—No me importa llevarte, en serio
que no me molesta.
—Estoy segura de que supondrá un
trastorno para ti. Nos veremos esta
noche.
—Vístete y estate preparada. Te
recogeré dentro de diez minutos.
Dicho eso, cuelga la llamada sin
darme opción a negarme.
Casi diez minutos después escucho
el profundo rugido de la moto de Cash.
Me da un vuelco el corazón, me
estremezco de una manera muy evidente.
He intentado mantenerme alejada de él,
pero está claro que estoy enredándome
demasiado.
Y lo peor de todo es que no creo que
quiera detenerme.
No espero a que llegue a la puerta,
salgo a su encuentro y cierro la puerta.
Cash me espera sobre su brillante
moto negra cromada. Los vaqueros —
que son azules para variar— se ciñen a
sus muslos y una camiseta marca cada
músculo de su pecho. Lleva despeinado
el pelo castaño claro, como siempre, y
me hormiguean los dedos por el deseo
de arreglárselo. Pero es su rostro lo que
me hace contener el aliento. Es más
guapo que ningún otro hombre que
conozca; hay algo en sus ojos y en su
sonrisa que parece encender el aire que
nos separa, incendiándolo.
Y aunque conozco muy bien el riesgo
que corro, quiero saltar de cabeza a esas
llamas.
22
Cash
Algo en la mirada de Olivia me hace
sentir como si fuera su comida. Y si
fuera así, sería una comida feliz, estoy
seguro. Aunque sigo impaciente, me
siento aliviado. Suponía que finalmente
ocurriría, sabía que ella no podía luchar
contra lo que existe entre nosotros
durante mucho más tiempo. Es
demasiado intenso.
Y tentador.
—Como sigas mirándome así, vas a
tener una sorpresa con la que lidiar
cuando te subas a la moto —la advierto.
—¿Una gran sorpresa? —me
pregunta con una traviesa sonrisa—.
Bah, ¿seguro que no estás refiriéndote a
un caramelito de menta?
Me encanta su sentido del humor. Es
un poco tímido, igual que ella, y sale a
la superficie cuando menos te lo
esperas.
Sonrío y le tiendo la mano.
—Ven aquí y déjame refrescarte el
aliento.
Se ríe y, como siempre que la oigo
reírse, quiero conseguir que lo haga de
nuevo. Piensa y se preocupa demasiado.
No sé el motivo, pero se nota mucho.
Hace que quiera tomarle el pelo,
ofrecerle un rato sin pensar en sus
problemas.
Despreocupada y tranquila, así la
quiero ver.
Contengo un gemido.
Coge mi mano y se apoya en ella
para sentarse detrás de mí. Le tiendo el
casco sin mirarla. En el espejo
retrovisor observo cómo se lo pone.
Hay algo increíblemente erótico en verla
con el casco puesto. Seguramente sea
que eso hace que la imagine vestida de
cuero negro y ceñido, inclinándose
delante de mí en la moto con mis manos
en sus caderas…
Aprieto los dientes. ¡Maldita sea
ella y ese cuerpo suyo tan exuberante!
Llevo las manos hacia atrás hasta
apresarle las rodillas y la atraigo hacia
delante. Siento más que oigo su jadeo
cuando su entrepierna se pega a mis
caderas y sus pechos se aplastan contra
mi espalda.
Me siento satisfecho de que ahora
esté tan sensibilizada por mí como yo
por ella, pero Olivia sube la apuesta
inicial. Me rodea la cintura con los
brazos y me recorre el estómago con las
manos abiertas, un poco más arriba de
donde sentirá mi dureza si no tiene
cuidado. Respiro hondo antes de quitar
la pata de cabra y acelerar, alejándonos
de la acera.
El camino a la Universidad se me
hace eterno.
Cuando nos estamos acercando, ella
me señala qué calles debo tomar para
llevarla a su destino. Al llegar me
detengo junto a la acera y apoyo los pies
en el suelo para equilibrar la moto
mientras ella se baja. Se quita el casco
frente a mí y agita su melena oscura. Me
recuerda a una modelo de un anuncio de
champú. Sé que no sabe lo sexy que
resulta, pero lo es. ¡Joder, claro que lo
es!
Me tiende el casco mientras me mira
a los ojos. Cuando no lo cojo, ella baja
la mirada al casco antes de volver a
mirarme, dubitativa. Yo sigo allí parado,
sobre la moto ignorando el casco, hasta
que le paso las manos por los largos
mechones de pelo para atraer su boca
hacia la mía.
Aunque la cojo por sorpresa no se
contiene. Me besa con frenesí; como si
quisiera más. Lo único que tendría que
hacer sería decírmelo y la llevaría
directamente a casa para pasar el día en
la cama, pero cuando me aparto y
estudio sus dilatadas pupilas, sé que
todavía es pronto para eso. Está casi a
punto, pero todavía no.
Puedo esperar. Tendré que hacerlo.
—¿Cuándo vas a decirme que sí?
No me responde, pero me observa
con esos profundos ojos color
esmeralda. Tiene los labios hinchados y
rojos, entreabiertos por la respiración
jadeante.
Sonrío. «No me lo digas —pienso
—. No tardarás mucho».
—Llámame cuando quieras que
venga a buscarte —le digo antes de
besarla con rapidez en los labios y
ponerme el casco. Parece aturdida, lo
que hace que quiera sonreír—. No te
preocupes. No tienes que responderme
que sí hoy. Esperaré. Valdrás la pena. —
Antes de bajar la visera sonrío de oreja
a oreja y le guiño el ojo—. Y yo
también.
Me alejo calle abajo. Cuando miro
por el espejo retrovisor, veo que Olivia
no se ha movido del sitio donde la dejé,
y que me sigue con la mirada.
23
Olivia
Es oficial; no puedo quitarme a Cash de
la cabeza. Es posible que esté presente
en todas las clases, pero mi mente vuela
muy lejos. Lo único que puedo pensar es
que él besa como un tornado y que
parece empeñado en arruinarme la vida.
Todavía no puedo afirmar quién
estuvo en mi cama la noche pasada, pero
comienzo a rezar para que fuera Cash y
no Nash. Sí, reconozco que Nash es todo
lo que debería buscar en un hombre,
todo lo que mi madre intentó grabarme a
fuego en la mente. Eso por no mencionar
que me pone a cien y que lograría que
me olvidara de todo si me besara.
Pero al lado de Cash… comienza a
palidecer.
No sé si es mi debilidad congénita
por los chicos malos con más sexappeal
del que debieran o si Cash tiene más
fondo del que pensé en un principio. Sea
como sea, no puedo quitármelo de la
cabeza. Se me ha metido bajo la piel y
dudo mucho que pueda resistirme a él
más tiempo.
Eso no quiere decir que vaya a
engañarme a mí misma. Sigue siendo un
peligro y estoy segura de que acabará
rompiéndome el corazón, por lo que me
resistiré a él todo el tiempo que pueda.
Pero sé en mi corazón, en mis entrañas,
que lo que hay entre nosotros no
desaparecerá a menos que lo dejemos
crecer.
Será divertido.
Pero acabaré con el corazón
destrozado cuando me deje.
Sin embargo en esta ocasión será mi
elección. Mía. Me liaré con él con los
ojos bien abiertos y sabiendo lo que
puede ocurrir. No podré evitar que me
haga daño, pero todavía conservo el
control suficiente como para tomar la
decisión por mí misma.
Y elegiré a Cash. Por mucho que
intente luchar contra ello, es inevitable,
aunque no puedo evitar el deseo de que
se parezca un poco a Nash.
El timbre del teléfono me arranca de
mis pensamientos. He olvidado
desconectarlo. Me muevo con rapidez
para sacarlo del bolso y responder antes
de que me crucifique el profesor.
Estoy a punto de oprimir el botón
para quitar el sonido antes de
devolverlo al fondo del bolso cuando
veo el nombre de Ginger en la pantalla.
Decido recoger mis cosas y salir. En
realidad ya había dado la clase por
perdida y no estaba aprendiendo nada,
por lo que es mejor marcharme y
aprovechar el tiempo.
Respondo a la llamada y me saluda
la voz airada de Ginger con una larga
sarta de obscenidades.
—No dejes tu carril, gilipollas,
cabrón, hijoputa…
—¿Ginger? —la interrumpo.
Ella se calla al instante.
—¡Oh, Liv! Hola, cariño. No me di
cuenta de que habías respondido.
—No me imagino por qué —ironizo
en tono seco—. ¿Qué ocurre?
—Bien, lo cierto es que estoy
yéndote a buscar.
—¿A mí? ¿Por qué? —La ansiedad
hace que se me erice el vello de la nuca.
Si Ginger viene a recogerme es que ha
pasado algo muy grave.
—Porque tienes el coche estropeado
otra vez, ¿verdad?
—Mmm… sí, pero ¿cómo lo has
sabido?
—Te trajo un tipo la última vez que
viniste a Salt Springs, ¿no lo recuerdas?
Sí, Nash.
—Ah, es cierto. Pero desde entonces
ya está arreglado.
—¡Joder! —exclama frustrada—.
Pero, ¿no acabas de decirme que está
estropeado?
—Sí, solo que se ha averiado otra
pieza diferente.
—Liv, en serio, arriesgas tu vida al
desplazarte en esa chatarra. Un coche no
debería averiarse con tanta frecuencia
como el tuyo. ¿No tendrás el síndrome
de Munchausen?
—¿El síndrome de Munchausen?
—Ya sabes, ese trastorno que
padece la gente que se envenena para
llamar la atención de sus familiares y
amigos.
—Ya sé lo que es. Lo que me
sorprende es que lo sepas tú.
—Es que vi un programa sobre el
tema en el Discovery Channel —suelta
con orgullo. Sé que está sonriendo.
—¿Ves el Discovery Channel?
—Sí.
—Mmm… ¿por qué?
—Es que he perdido el mando de la
tele.
—¿Has perdido el mando?
—Sí. ¿Vas a repetir todo lo que
diga?
—Si sigues diciendo estas cosas tan
ridículas, seguramente sí.
—No he dicho ninguna ridiculez. ¿A
qué te refieres?
—Por ejemplo, a sugerir que puedo
tener el síndrome de Munchausen porque
se me estropea el coche; que has
aprendido algo viendo el Discovery
Channel, e incluso que sepas que existe
ese canal. ¿No me digas que no suena
ridículo imaginarte en el sofá viendo un
programa sobre el síndrome de
Munchausen porque has perdido el
mando de la tele? Además, ¿cómo
puedes perder el mando en una casa tan
diminuta como la tuya?
—Es que lo metí en la nevera. Al
parecer lo dejé allí cuando cogí la
botella de vodka.
—Eso tiene mucho sentido, sí —
replico con sarcasmo.
—Seguramente ahora no se le
acabarán nunca las putas pilas —suelta
con una carcajada.
—Ginger, ¿puedo preguntarte algo?
—Cambio de tema con suavidad.
—Claro, cielo. ¿Qué quieres saber?
—¿Por qué vienes a recogerme?
Algunas veces Ginger necesita que
la ayudes a centrarse en la conversación.
Incluso me pasa a mí cuando estoy con
ella.
—¡Oh, mierda! Es por tu padre. Se
cayó y se rompió la pierna. Me obligó a
prometerle que no te lo diría pero… ya
sabes cómo soy. ¿Cómo voy a callarme
algo así?
—¿Se rompió la pierna? ¿Cuándo?
—Hace dos días.
—¿Y por qué no lo he sabido antes?
Tengo que concentrarme para
mantener la calma, pero me resulta muy
irritante enterarme de que me han
ocultado la verdad.
—Es que no iba a decirte nada, ya te
digo que me lo hizo prometer, pero
cuando Tad me mencionó que cuando fue
a verlo al hospital tu padre le contó que
esperaba el nacimiento de algunos
corderos, bueno… supe que tenías que
saberlo. Tiene que haber alguien en la
granja hasta que nazcan. Alguien que
sepa que hay que hacer y todo eso.
—¿Estás diciéndome que si no
estuvieran a punto de nacer los corderos
no me lo habrías contado?
Cada vez me enfado más.
—Er… —Ginger baja el tono; sabe
que pisa terreno peligroso—. Yo no
tengo la culpa de que tu padre haya
hecho prometer a todo el mundo que no
te lo contaría. Dice que no quiere que
vengas a casa para ocuparte de él.
Me pellizco el puente de la nariz
deseando poder detener el latido que
crece en mi cabeza. Contengo la miríada
de comentarios que tengo en la punta de
la lengua.
—¿Cuánto tardarás en llegar?
—Unos diez minutos.
—Todavía estoy en la universidad.
Vas a tener que recogerme aquí.
—De acuerdo. Dime cómo llegar.
Suspiro en voz alta. Intentar orientar
a Ginger mientras espero a que aparezca
es como intentar cortar el aire con un
cuchillo. Una peligrosa estupidez que
puede acabar con alguien herido. Con
ella al volante hemos acabado en
lugares más que dudosos en alguna
ocasión, lugares a los que jamás se te
ocurriría llevar el coche a menos que,
por supuesto, fueras acompañada de dos
ninjas y un luchador de sumo.
Pero, ¿acaso tengo otra elección en
este caso? No resultaría cómodo
pedírselo a Nash o a Cash. No sería tan
grave si pudiera utilizar los poderes de
mi vagina mágica, pero solo funcionan
con los hombres con los que me he
acostado y, dado que todavía no sé qué
hermano me quitó las bragas anoche, no
puedo recurrir a ellos.
Digo a Ginger que me recoja en el
centro de estudiantes. Por lo menos
puedo tomar un refresco mientras la
espero.
Cuando cuelgo el teléfono, llamo a
Cash para decirle que no podré ir a
trabajar este fin de semana.
—Lo lamento mucho, pero me ha
surgido una emergencia familiar.
—No te preocupes, lo entiendo.
¿Quieres que vaya a buscarte?
—No es necesario, me va a recoger
mi amiga Ginger.
Él permanece en silencio durante
varios segundos.
—Te dije que te llevaría a donde
fuera necesario.
—Te lo agradezco, pero ella se
había puesto ya en camino cuando me
llamó.
—Mmm… —Es su única respuesta.
—Bueno, pues muchas gracias por…
todo. Te prometo que me encargaré del
coche cuando vuelva. Y haré todas las
horas extras necesarias para que
estemos en paz.
Odio pensar que tengo que faltar a
mi nuevo empleo para ayudar a mi
padre, pero no tengo más opción.
—No te preocupes por eso, ya lo
arreglaremos. Tu puesto estará
esperándote cuando regreses, te lo
aseguro.
Cierro los ojos, aliviada. El
pensamiento ha pasado por mi mente.
—Aprecio mucho el gesto —aseguro
con toda la sinceridad que soy capaz de
reunir.
—Estoy seguro de que se me
ocurrirá alguna manera de que me
pagues la deuda.
El comentario es absolutamente
inapropiado, claro está, pero noto que
está sonriendo. Me toma el pelo.
—Estoy segura de que sí. Mi única
duda es, ¿se te ocurrirá algo que no
implique quitarme toda la ropa?
Estoy jugando con fuego y lo sé.
—¡Por supuesto! Ponte una falda y
solo necesitarás quitarte una prenda.
Odiaría que perdieras… todo lo demás.
Me baja un estremecimiento por la
espalda y noto un aleteo en el estómago.
Suelto una risita incómoda; es evidente
que mis bromas no están a la altura de
las suyas.
Él debe notar mi confusión porque
se ríe entre dientes.
—Tómate todo el tiempo que
necesites y llámame si necesitas algo.
—Eso haré. Y, Cash…, gracias.
Después de colgar el teléfono pido
un refresco en el centro de estudiantes y
camino hasta uno de los bancos
exteriores para esperar a Ginger. Me
pregunto si debería llamar a Nash. Solo
para que sepa que no estaré en la ciudad
durante todo el fin de semana; quizá
quiera saberlo.
O al menos eso me digo a mí misma.
Es mi única excusa.
—Nash, soy Olivia —digo cuando
contesta.
Escucho su risa.
—Ya sé quién eres, Olivia.
Noto que me sonrojo y me alegro de
que no pueda verme.
—Oh, cierto. Lo siento. —Me aclaro
la voz con nerviosismo—. Mira, solo
quería decirte que estaré de viaje
durante el fin de semana. He pensado
que quizá quisieras saberlo… bueno,
por si acaso necesitas algo.
«¡Oh, Dios mío! ¿Podría sonar más
imbécil?».
—Bien. Gracias por decírmelo. ¿Ya
necesitas alejarte un tiempo de mi
arrogante hermano?
Sé que está bromeando, pero no me
gusta que haga de menos a Cash.
—Cash no es arrogante. Y no, no me
voy por eso. Tengo que irme a casa este
fin de semana. Eso es todo.
La ligereza que tenía su voz
desaparece, reemplazada por la
preocupación.
—¿Va todo bien?
—Sí. Mi padre se ha roto una
pierna. Está bien, pero están a punto de
nacer algunos corderos y, cojo, no puede
salir a atenderlos ni comprobar cuántos
son…
—¿Y tú puedes hacerlo sola? ¿No
necesitas ayuda?
—No, me crié en esa granja y le
ayudé hasta que fui lo suficientemente
mayor como para hacerlo sola. Estaré
bien, pero gracias por interesarte.
«¡Es un buen tipo! ¡Maldita sea!».
—Bien, pues si necesitas que te eche
una mano, ya sabes dónde encontrarme.
—Gracias, pero no voy a pedirte
eso.
—Olivia, por favor… —Parece
molesto y la manera en que dice mi
nombre hace que me dé un vuelco el
corazón. Suena muy parecido a la
manera en que lo dijeron la noche
anterior. ¿Habrán sido sus labios los que
besé? ¿Sus caricias las que sentí?—.
Pídeme lo que necesites. Si necesitas
ayuda, quiero saberlo.
—Vale —convengo con la
respiración algo entrecortada.
Demasiado jadeante para ponerme a
discutir—. Lo haré.
—Muy bien. Echaré un vistazo a la
casa hasta que regreses. Llámame
cuando llegues.
—Lo haré. Gracias, Nash.
—De nada.
Los dos hermanos parecen alternarse
para ocupar mi mente, como ocurre
demasiado a menudo últimamente,
mientras espero a Ginger. No tengo ni
idea de cuándo me será más sencillo
tratar con ellos ni si lo conseguiré en
algún momento.
Todavía sigo dándole vueltas al
asunto cuando escucho un claxon y que
alguien grita mi nombre con toda la
fuerza de sus pulmones.
Es Ginger.
—No puede ser —musito por lo
bajo mientras me acerco a su coche.
Está de pie en el asiento del conductor y
me hace señas a través del techo
corredizo. Cuando llego junto a ella, me
sonríe como una loca.
—Estoy segura de que pensabas que
me iba a perder, ¿verdad?
No respondo. De hecho, estaba
completamente segura de que se
perdería; hubiera puesto la mano en el
fuego.
Por supuesto, me habría equivocado.
Quizá esa fuera mi nueva habilidad:
equivocarme. Quizá me equivoco sobre
muchas cosas; temas en los que me
gustaría equivocarme.
«Ojalá tuviera esa suerte».
Ginger no tarda mucho tiempo en
sacar a colación el asunto que le
interesa.
—Bueno, ¿has resuelto tus
problemas de penes?
—¡Ginger!
—¡Olivia! Tienes algo que
contarme, lo sé. Quiero los detalles.
Hace mucho tiempo que no disfruto de
nada parecido.
—Bueno, ya. ¿A qué te refieres con
«mucho tiempo»? ¿A una semana?
Ella me mira de soslayo,
horrorizada.
—¡Dios mío, no! Solo han pasado
cuatro días. Una tiene sus necesidades.
—Ginger, estoy segura de que no
eres normal.
—Soy muy apasionada, cariño —
añade con descaro.
Me río. Eso es lo mejor de Ginger.
No oculta cómo es ni lo que le gusta.
Lleva cada verruga y espinilla con
orgullo, de una manera impecable.
—Si fueras yo, te morirías de
aburrimiento.
—No, usaría esa juventud tuya para
poner la vida patas arriba.
Pongo los ojos en blanco.
—Estoy segura de ello. Te tirarías a
todo el que se te pusiera a tiro de aquí a
Atlanta.
—Iría rompiendo corazones y
mentes a mi paso —confirma con un
pícaro guiño.
—¡Oh, Dios! —Meneo la cabeza; es
incorregible. Es absolutamente
imposible insultarla, no cabe duda.
—Deja de cambiar de tema. ¿Lo has
hecho o no?
No puedo ocultar la sonrisa que me
curva los labios y ella es demasiado
observadora.
—¡Lo has hecho! ¡Lo has hecho! —
deduce animadamente—. ¿Cómo ha
sido? ¿A cuál has elegido? ¿Cuándo
vendrá a visitarme el otro?
—Bueno, ese es el quid de la
cuestión; no estoy segura de con cuál de
ellos me he ido a la cama.
Me encojo en el asiento cuando la
veo mirarme con los ojos muy abiertos
por la sorpresa. No es fácil
impresionarla. El hecho de que lo haya
conseguido no es una buena señal.
—¿Qué ha ocurrido?
Desgrano la historia. La versión
corta y poco detallada, por supuesto.
Cuando termino, ella empieza a reírse
con fuerza.
—Bueno, ya sabes lo que tienes que
hacer, ¿verdad?
—No pienso preguntarles, si es eso
lo que me vas a sugerir.
—¡No, por Dios! Solo iba a
sugerirte que siguieras acostándote con
los dos. Es la única manera de saber
quién es el propietario de esa lengua
mágica. —Me mira con una provocativa
sonrisa—. Oh, pobrecita, forzada a
acostarse con dos gemelos increíbles.
¡Oh, por favor, no! ¡Cualquier cosa
menos esa!
—Si solo fuera eso no estaría mal,
pero sabes que no puedo… Que no…
Me mordisqueo las uñas, pero aún
así noto por el rabillo del ojo que
Ginger me está mirando.
—No estarás acordándote de ese
capullo de Gabe, ¿verdad?
—Sabes que Gabe no tiene nada que
ver con…
—¡Gilipolleces! Liv, tienes que
superar eso. Solo que un hombre se
parezca, vista o actúe de manera similar
a él no quiere decir que sea como Gabe.
Y, por ese mismo motivo, que no se
parezca a él no quiere decir que no lo
sea. No se puede juzgar un libro por la
cubierta. No se puede dejar de correr
riesgos en la vida solo porque te hayas
quemado antes.
Recuerdo mi decisión de
arriesgarme con Cash, pero también
pienso en lo amable y considerado que
ha sido Nash cuando le llamé para
avisarle de que me ausentaba. Sí, Ginger
tiene razón, sea cual sea su apariencia
externa, cualquiera de ellos podría
resultar ser como Gabe, pero ¿cómo
saber si lo es o no?
O quizá los dos acaben resultando
iguales.
«Fíate del instinto. Déjate llevar.
Nash es un chico bueno y Cash un chico
malo. Los chicos malos no cambian».
Pero Nash está pillado y Cash no.
Nash no me ha ofrecido nada y Cash
ha sido honesto conmigo; está dispuesto
a darme lo que pueda.
¿Vale la pena tener a alguno de ellos
en mi vida? ¿Sería mejor olvidarme de
los dos y seguir adelante?
Ginger debe percibir mi estado de
ánimo porque cambia de tema y
comienza a hablar de los juguetes
sexuales.
«¡Oh, Ginger!».
Me sorprendo un poco cuando
atravieso la puerta principal y veo una
cama de hospital en la sala. El corazón
se me cae a los pies con un ruido sordo
que solo yo puedo escuchar.
Cuando veo que mi padre está
sentado en su viejo sillón verde
reclinable con la pierna en alto sobre
una almohada me siento bastante
aliviada, pero todavía confusa. La
escayola no cubre la parte inferior de su
pierna como esperaba, sino que sube
hasta la cadera.
Mi padre se ha roto el fémur y nadie
me lo ha dicho.
«¡Malditos sean todos!».
Dejo mis pertenencias en el suelo y
me acerco hasta detenerme frente a él
con los brazos en jarras, armada con
justa indignación.
—¿No podías haberme llamado para
decírmelo? ¿Por qué has dejado que me
entere por Ginger?
Puedo ver en sus ojos color avellana
que no está por la labor. Ese deseo de
evitar cualquier enfrentamiento es lo que
hizo que mi madre saliera en busca de
pastos más verdes y fuertes. Y más
sabrosos. Y más ricos. En general,
cualquiera que fuera distinto al que tenía
allí. ¡Vaca asquerosa!
Algunas veces, insultarla para mis
adentros es lo único que evita que la
odie.
—Mi pequeña ladronzuela —
comienza usando el apodo cariñoso de
mi infancia, el que siempre me ha
convertido en masilla en sus manos—.
Sabes que jamás te mantendría alejada a
menos que estuviera seguro de que es lo
más conveniente para ti. Acabas de
comenzar a trabajar en un sitio nuevo y,
si a eso añadimos tus clases en la
universidad y que estás viviendo con tu
prima, entenderás que no quisiera
molestarte. Intenta verlo desde mi punto
de vista —termina con voz suave.
Resulta imposible seguir enfadada
con él cuando hace eso, aunque admito
que resulta muy frustrante.
Me arrodillo junto al sillón.
—Papá, deberías haberme llamado.
—Liv, no podías hacer nada, solo te
hubieras preocupado. Y ahora vas a
faltar al trabajo por mi culpa.
—Tampoco es para tanto. Ginger me
ha dicho que hay varias ovejas a punto
de parir. Esperaré a que ocurra y luego
regresaré al trabajo.
Él cierra los ojos y recuesta la
cabeza en el respaldo antes de menearla
con desesperación. No dice nada
durante unos segundos, dando por
terminada de manera muy eficaz aquella
conversación.
Ese es otro de sus frustrantes
hábitos. No decir nada; dejar de hablar,
de dar su opinión… No hacer nada.
Noto algunas canas en sus sienes que
no vi la última vez que estuve en casa, y
me da la impresión de que las líneas que
rodean sus labios son más profundas.
Hoy representa cada uno de sus cuarenta
y seis años. La vida, dura y
decepcionante, ha cobrado su precio y
ahora se muestran las consecuencias.
—¿Cómo puedo ayudarte, papá? Ya
que estoy aquí, bien puedes decírmelo.
¿Tienes los libros al día?
Él no me mira, pero responde.
—Los libros están actualizados.
Jolene me ha ayudado con ellos entre tus
visitas.
Aprieto los dientes. Jolene se
considera contable aunque no lo sea ni
de cerca. Estoy segura de que habrá
hecho un desaguisado con los asientos
contables. Suspiro para mis adentros y
me limito a cambiar de tema.
—¿Y en la casa? ¿No necesitas que
haga algo aquí?
Por fin, levanta la cabeza y me mira.
En sus ojos brilla una chispa de humor.
—Soy un hombre hecho y derecho,
Liv. Sé como apañármelas sin que mi
hija me ayude.
Pongo los ojos en blanco.
—Eso ya lo sé, papa, pero no me
refiero a eso y lo sabes.
Él se inclina hacia mí y coge entre
los dedos un mechón de pelo. Tira con
fuerza igual que solía hacerlo con mis
coletas cuando era pequeña.
—Claro que sé a qué te refieres,
pero también sé que, desde que tu madre
se fue, crees que tienes que encargarte
de mí. Pero no es cierto, nena. Por eso
no quería que renunciaras a tu vida para
venir a cuidarme. Ve en busca de una
vida mejor; eso es lo que más feliz me
hará.
—Pero papá, no tengo…
—Te conozco muy bien, Olivia
Renee. Te he visto crecer. Sé lo que has
planeado para tu futuro y cómo piensas.
Te ruego que no hagas esto. Déjame a mí
con mi vida. Ahí fuera hay algo diferente
para ti; algo mejor.
—Papá, adoro estas tierras y a las
ovejas. Lo sabes.
—No digo que no sea así. Siempre
estaremos aquí para que vengas a vernos
y, un día, cuando yo no esté, todo será
tuyo. Entonces podrás hacer con la
granja lo que quieras, pero ahora mismo
es mía. Son mis problemas, mi vida, mis
preocupaciones… no las tuyas. Tú
tienes que concentrarte en licenciarte y
obtener un buen trabajo para poder
aspirar a mucho más que tu padre. Quizá
entonces me piense lo de dejarte
regresar a casa. ¿Qué te parece?
Sé lo que está intentado. Lo que
pretende… Y lo comprendo. Es evidente
que se siente culpable. Pero cuando
asiento con la cabeza y sonrío, es solo
para que se tranquilice. Lo que él no
sabe es que jamás le abandonaré como
hizo ella. Nunca. Jamás elegiré una vida
más cómoda en vez de a la gente que
amo. Nunca.
—Ahora, ya que estás aquí, me
gustaría pedirte un favor. Bueno, en
realidad dos.
—Pídeme lo que quieras.
—Tengo los ingredientes necesarios
para hacer frijoles al estilo
chuckwagon, ¿puedes prepararlos para
la cena?
—Son tu comida favorita, claro que
los cocinaré.
—Buena chica.
Me dirige una breve sonrisa y luego
vuelve a concentrarse en el programa
que estaba viendo en la televisión.
—¿Papá?
—¿Qué? —me pregunta mirándome
de nuevo con las cejas arqueadas.
—¿Cuál era el otro favor?
Lo veo fruncir el ceño antes de
sonreír.
—¡Oh! ¡Oh, sí! Ginger y Tad quieren
que vayas al bar porque te van a ofrecer
una fiesta de despedida.
Comienzo a menear la cabeza.
—No pienso dejarte solo para ir…
—Sí, claro que lo harás. Esta noche
hay partido. Me gustaría verlo tranquilo
mientras te diviertes con tus amigos. ¿Es
demasiado pedir para un hombre
herido?
Resoplo.
—¿Como voy a negarme si me lo
pides de esa manera?
Una vez más, sé lo que está
haciendo. Y por qué. Pero en esta
ocasión cedo porque sé lo mucho que le
gusta el fútbol americano y seguramente
sea cierto que quiera ver el partido a
solas, sin que me preocupe por su
presión sanguínea cuando comience a
ponerse nervioso y a gritar por lo que
vea en la pantalla.
Hay una sonrisa de satisfacción en
su rostro cuando vuelve a mirar hacia el
televisor. En esta ocasión le dejo para ir
a la cocina a preparar la cena.
Cuando atravieso la puerta del bar
de Tad me saludan una serie de silbidos
que me hacen ser consciente de la
longitud de mi falda. Eso es lo malo de
no haber tenido tiempo para preparar
una bolsa. No me queda más remedio
que utilizar la ropa que tengo en el
armario de casa, prendas que usaba hace
algunos años.
La minifalda negra es mucho más
corta de lo que me gustaría y la camiseta
que la acompaña demasiado ceñida, por
no mencionar que no recuerdo que
dejara tanta tripa al descubierto. Si no
fuera ya adulta, estoy segura de que mi
padre me hubiera obligado a cambiarme.
Por desgracia, los pantalones de yoga o
los vaqueros cortos manchados de
pintura eran las únicas alternativas, por
lo que no me quedó más remedio que
recurrir a la faldita y la camiseta minis.
No me lleva demasiado tiempo
acomodarme en la familiaridad del
local. La bebida fluye libremente y hay
una atmósfera más festiva de lo habitual.
Falta poco para que la cabeza me dé
vueltas, lo que me advierte de que debo
tener cuidado con las copas.
Me río de lo que dice Ginger, que ha
decidido estar sentada al otro lado de la
barra conmigo, cuando se abre la puerta
a su espalda. El corazón se me acelera
en el pecho dolorosamente cuando veo
que mi ex, Gabe, entra con su novia,
Tina, del brazo.
Tiene el mismo aspecto de siempre
—guapo, con el pelo oscuro, los ojos
azules de mirada arrogante, la sonrisa
matadora—. Lo mismo de siempre, una
chica del brazo y la mirada exploradora.
Ni siquiera intenta ocultar el hecho de
que mira a otras mujeres. Y Tina,
¡pobrecita mía!, finge que no se da
cuenta. ¡Hablando de seres
disfuncionales!
Ginger, que ha percibido mi mirada,
gira la cabeza.
—¡Madre del amor hermoso! ¿Quién
ha dejado entrar a ese capullo?
Se baja del taburete dispuesta a
rectificar la situación. Le pongo la mano
en el brazo y la detengo.
—No lo hagas. No vale la pena.
La verdad es que me gustaría que lo
mandara fuera de una patada en el culo,
pero eso solo haría que pareciera
patética, así que prefiero seguir
bebiendo para olvidarme de todo.
Señalo a Tad, que está detrás de la
barra para cubrir la ausencia de Ginger,
y le pido otro par de chupitos. Esa es la
mejor manera de mostrar que no me
importa que Gabe esté allí. Y me parece
muy atractiva, para qué negarlo.
Ginger y yo brindamos y bebemos de
golpe el contenido de los vasos. Siento
que el líquido me hace arder el esófago
hasta el estómago, donde aviva un fuego
caliente. Ella grita de alegría y yo me
río con ella, pero no puedo evitar que
mis ojos se desvíen una y otra vez hacia
la multitud en busca de Gabe.
Cuando le encuentran, está
sentándose tras una mesa alta. A pesar
de que está acompañado, me busca con
su mirada. Veo en ellos el
reconocimiento, el deseo… algo que
siempre ha habido entre nosotros. Y
reacciono al instante, como siempre
también, aunque ahora la reacción muere
casi al instante. Las llamas se apagan
por las aguas frías que genera la
realidad de que está allí con Tina y no
conmigo.
Escuché sus mentiras durante meses,
enamorándome más profundamente de él
cada día que pasaba, cuando durante
todo ese tiempo él tenía otra novia que
no tenía intención de dejar. Lo peor de
todo es que tienen un hijo en común. En
realidad eran una familia. Si bien es
cierto que nunca se llegaron a separar,
me hizo sentir una destroza hogares. Me
hizo sentir como mi madre. Y aunque
solo sea por eso, no merece mi perdón.
Intento disfrutar del resto de la
noche, de la despedida que han
organizado mis viejos amigos y
compañeros de trabajo, pero mi estado
de ánimo es cada vez más triste. Cada
bebida y cada carcajada parecen
infectadas, contaminadas por la
presencia de aquel chico del que estuve
enamorada.
Ginger pide otra ronda de chupitos y
yo acepto gustosa, aunque sé que estoy a
punto de llegar al límite. Los bebemos
entre los gritos de ánimo de nuestros
amigos. El alcohol comienza a quemar
mi amargura cuando la puerta se abre de
nuevo, captando mi atención.
En esta ocasión, es Cash quien entra.
24
Cash
No me sorprendo de lo que veo cuando
entro en el bar de Tad. Es el típico bar
deportivo, con su docena de pantallas en
las paredes y una gran cantidad de
mesas en el centro de la estancia
orientadas hacia ellas. Al fondo del
local hay cuatro mesas de billar
iluminadas por viejos apliques
Budweiser. A un lado hay una pequeña
pista de baile.
Al cabo de unos segundos, veo a
Olivia. Es como si mis ojos se sintieran
atraídos por ella. En cuanto la veo
sentada ante la barra con sus amigos
tengo dos certezas: como no deje de
beber acabará como una cuba y va a
tener esa falda negra por la cintura antes
de que acabe la noche.
Cuando su mirada se encuentra con
la mía, leo en ella cierta resistencia. Ya
la he visto antes, pero pensaba que ya
habíamos superado eso. No puedo evitar
preguntarme qué ha ocurrido desde esta
mañana para que vuelva a estar en
guardia.
Tengo la explicación en la punta de
la lengua, pero me la muerdo y mantengo
una expresión neutral mientras me
acerco. Cuando me detengo ante ella,
noto que endereza la espalda y alza la
barbilla. Sí… está resistiéndose. Y
mucho.
Si bien me frustra ese contratiempo,
lo encuentro excitante. Hace que quiera
conseguir que me desee a pesar de todas
las razones por las que cree que no
debería.
Así que eso haré… otra vez.
—Iba a preguntarte si podía invitarte
a una copa, pero me parece que ya has
tomado demasiadas.
—Ya tengo padre y está en casa, con
una pierna rota. Muchas gracias —
replica ella con cierto retintín.
—No lo he dicho con ánimo de
ofender, era una simple observación. —
Miro al barman, que me observa con
hostilidad—. Un Jack Daniel’s sin hielo.
—Ahora estoy en su terreno. Olivia está
con sus amigos y, por lo que parece, son
muy protectores. Lo más extraño es que
sientan necesidad de protegerla de mí,
aunque no me conocen de nada.
«¡Joder! Va a resultar que sí es
cierto que siente debilidad por cierto
tipo de hombre. Y todos sus amigos
deben estar al tanto».
Me cabrea que me haya encasillado,
que me hayan encasillado todos. No hay
nada que odie más que ser tratado
injustamente. Ninguna de esas personas
sabe nada sobre mí, ni siquiera ella.
Sería interesante saber cómo
reaccionaría si lo supiera todo, toda la
verdad. Con dos o tres frases podría
darle todas las razones del mundo para
alejarse de mí tan lejos y tan pronto
como fuera posible. Pero no voy a
hacerlo porque soy un egoísta; no quiero
que se escape de mí, necesito que antes
sea mía.
Mía.
Cuando el barman me pone el
whisky delante, le doy un billete de diez
y me lo bebo de golpe. Le indico con un
gesto que me sirva otro al tiempo que
dejo el vaso sobre la barra.
Me obligo a ignorar a Olivia
mientras espero que lo rellene. Cuando
por fin ella habla, casi sonrío. Quería
que tomara la iniciativa y lo ha hecho.
—¿Qué estás haciendo aquí? —me
espeta, bajándose del taburete para
acercarse más a mí. Me pregunto si lo
hace porque así cree que tiene el mando.
O tal vez estar de pie hace que se
sienta más segura, como si pudiera
escapar con rapidez. Huir.
—He pensado que podías necesitar
que te echara una mano. He venido a
ayudarte.
Veo que le brillan los ojos antes de
responderme.
—¿Cómo has sabido donde
encontrarme?
—Por mi hermano.
—No, ¿me refiero a cómo supiste
que estaba en el bar?
—Ah, por tu padre.
—¿Has ido a mi casa?
Es evidente que esa idea la deja
anonadada.
—Sí. ¿Te parece mal que lo haya
hecho? ¿No son bienvenidas las visitas a
tu guarida secreta?
Observo, fascinado, que la cólera le
tensa los músculos. Cierra los puños y
pone los brazos en jarras. ¡Joder! ¡Qué
apasionada es!
—¿No se te ha ocurrido nunca que
quizá deberías esperar a que te inviten?
—Si me hubieras invitado, entonces
no habría venido espontáneamente a
ayudarte, ¿verdad?
Incluso con lo agitada que está, veo
que lanza una rápida mirada hacia una
mesa a la derecha. Sigo la trayectoria de
su vista hasta un tipo que está allí
sentado con una chica no demasiado
llamativa. Por la manera en que él
observa a Olivia, es evidente que se
conocen… Que se conocen muy bien.
Doy un paso hacia ella y me inclino
para hablarle al oído.
—¿Es ese tipo?
Ella gira bruscamente la cabeza
hacia mí con expresión culpable.
—¿Qué tipo? ¿De qué estás
hablando? —replica con expresión
colérica.
—Oh, venga… admítelo. Ese es el
último chico malo, ¿verdad? —Clavo
los ojos en el capullo que me está
haciendo la vida más difícil sin saberlo
—. Me parece que se ha recuperado
bastante bien de la trituradora de
madera. ¿Quieres que le dé una paliza?
Me vuelvo hacia ella. Su rostro es
atravesado por una miríada de
emociones, comenzando con confusión y
acabando con algo que parece diversión.
Sonríe.
—No, no quiero que le des una
paliza.
—¿Estás segura? Porque estoy
especializado en desgilipollar
gilipollas.
Esta vez suelta una risita.
—¿Desgilipollar gilipollas?
—Sí. Soy el mejor desgilipollador
del mundo.
—Bueno, aprecio la oferta, pero no
merece la pena.
Me inclino hacia delante para
colocarle un mechón de pelo negrísimo
detrás de la oreja.
—Si te hizo daño, te aseguro que la
valdrá.
Estoy seguro de que Olivia no sabe
lo expresiva que es su cara. Puedo
darme cuenta de lo mucho que la afecto,
de que le gusto y no protestaría si la
desnudara y la lamiera de pies a cabeza,
incluso aunque permitirlo fuera contra su
sentido común. Pero también es evidente
que no quiere sentir lo que siente. Le
gustaría ser insensible a mí, aunque no
lo es. Y, si de mí depende, tampoco lo
será en el futuro.
Reconozco la canción que está
comenzando a sonar. Ho Hey jamás
sonaría en mi club, más que nada porque
es un club, pero me gusta. Las palabras
me hacen mirar de una manera más
sentimental a la asustadiza y confundida
Olivia.
—Venga, ven —la animo,
cogiéndola de la mano—. Vamos a
demostrarle lo poco que te importa.
Le tiendo también la mano a su
amiga, la mujer que me ha mirado desde
que entré como si fuera un sabroso
bocata.
—Soy Cash, el jefe de Olivia. Ven a
bailar con nosotros.
—Yo soy Ginger —se presenta con
una amplia sonrisa. Me aprisiona los
dedos sin mostrar ningún tipo de
resistencia.
Arrastro a las dos chicas a la pista
de baile. Ginger capta la atención, lo
que es perfecto para mis planes.
—Vamos allá, Liv. Este será un baile
de despedida que no olvidarás.
Unos segundos después, dos docenas
de amigos de Olivia nos rodean en la
pista, cantando a gritos y cubriéndola de
sonrisas, abrazos y atención. Noto su
alegría, está más relajada.
Solo mira a ese tipo una vez e,
incluso así, es casi de pasada. La mayor
parte del tiempo su atención se centra en
las personas que la rodean… y en mí.
Noto que el hielo se derrite cada vez
que sus ojos coinciden con los míos.
Cuando sonrío, ella me devuelve la
sonrisa; al cogerla de la mano, entrelaza
sus dedos con los míos, y cuando me
mira parece como si, al menos en ese
instante, no me estuviera incluyendo en
el grupo de imbéciles que desearía
empujar a una trituradora de madera.
Le brillan los ojos de alegría y
parece pasárselo bien.
—Gracias por venir. Sin duda eres
un desgilipollador muy eficaz.
—Oh, no es así cómo suelo actuar,
créeme. Pero si esto te hace feliz, me
conformo.
Aparta la mirada con timidez, pero
vuelve a buscar mis ojos, incapaz de
ignorar el magnetismo que vibra entre
nosotros.
—Pues sí, me hace muy feliz.
—Entonces vamos a poner la guinda
final, ¿vale?
Arquea una ceja y sonríe. Veo salir a
la superficie a la joven atrevida que es
en realidad, la que se cree capaz de
ponerse el mundo por montera y
conquistar lo que quiera, incluso a un
exnovio.
Está lista para saltar y yo estoy
dispuesto a atraparla en el aire.
—¿Qué se te ha ocurrido? —me
pregunta con timidez antes de
humedecerse los labios.
Miro a mi alrededor en busca de la
señal que indica dónde se encuentran los
cuartos de baño. Le brindo una sonrisa
y, tomándola de las manos, la arrastro
hacia allí entre la multitud. No aparto la
vista de sus ojos ni un segundo.
Tiene las mejillas rojas y los ojos
muy abiertos por la excitación. No sabe
lo que se me ha ocurrido, pero sabe que
será algo atrevido. Me doy cuenta de
que no le parece mal, lo que me hace ser
todavía más osado.
No mira a ese tipo ni siquiera una
vez cuando pasamos junto a su mesa,
pero yo sí me fijo en él por el rabillo
del ojo. Está diciéndole algo a la chica
con la que está, y se levanta para
marcharse. Tiene cara de cabreo, lo que
consigue que esboce una sonrisa
burlona.
Cuando llegamos al pequeño
vestíbulo previo a los cuartos de baño,
atraigo a Olivia hacia mi cuerpo y la
beso. Es dócil y maleable y, a los pocos
segundos, ha enredado los dedos en mi
pelo al tiempo que se aprieta contra mí.
Solo pensaba besarla en un lugar
donde pudiera observarnos ese capullo,
pero ella ya no piensa en él.
Ni yo tampoco.
La música se desvanece a nuestro
alrededor en el momento en que ella se
pone de puntillas y aprisiona mi cadera
con su pierna. Bajo el brazo y recorro
de arriba abajo con los dedos la suave
piel de la pantorrilla. Ella pone su mano
sobre la mía y me la sube a la cadera.
Dispuesto a complacerla, la ahueco
sobre sus nalgas perfectas y doy un
apretón.
El gemido que emite me hace
cosquillas en la lengua y vibra contra mi
torso, tensando mi cuerpo de arriba
abajo. El beso, que debía ser juguetón,
se vuelve apasionado e intenso; dejo de
pensar en todo, salvo en la chica que
tengo entre los brazos.
Llevo el brazo atrás y giro la manilla
de la puerta para poder meternos en el
cuarto de baño. Me detengo solo un
segundo para recobrar el aliento y mirar
a mi alrededor; estamos en el baño de
señoras.
Pongo el pestillo y vuelvo a
estrechar a Olivia, inclinándome para
pasarle las manos por la parte trasera de
los muslos y subirle la faldita.
El tanga deja su trasero al
descubierto y acaricio la suave piel con
las palmas, deslizando los dedos por la
hendidura entre las nalgas al tiempo que
pego su pelvis a la mía. Quiero que
sienta cómo me pone.
Jadea contra mis labios y comienza a
pelearse con la hebilla de mi cinturón.
«¡Joder! ¿Por qué me he puesto
cinturón?».
La ayudo a despojarme de los
vaqueros. Estoy a punto de meter la
mano dentro de la bragueta cuando ella
me la aparta para meter la suya. Cierra
los dedos alrededor de mi erección y
aprieta con suavidad. Casi exploto
cuando pasa el dedo por la punta y luego
la baja de nuevo, al tiempo que me
chupa la lengua con el mismo ritmo
lento.
Le agarro la muñeca para detenerla.
Ella me mira con las pupilas dilatadas
por la pasión y la cara ruborizada. Tiene
los labios tan rojos e hinchados que solo
puedo pensar en tenerlos alrededor de
mi miembro succionándolo.
Pero no será esta noche. Hoy se trata
de Olivia, de mi hermosa, sexy, valiente
y apasionada Olivia. Esta noche quiero
que se vea como yo la veo.
La obligo a girar hacia el lavabo,
situándola frente al espejo. Parece
confusa cuando sus ojos se encuentran
con los míos en el reflejo.
—Mírate —le digo al tiempo que le
aparto el pelo para besar la curva de su
garganta. Ella inclina la cabeza a un
lado, ofreciéndomela—. Eres la chica
más guapa del bar. —Deslizo las manos
por su estómago, por debajo de la
camiseta. Sus pezones se endurecen
contra mis palmas y los pellizco por
encima del sujetador sin dejar de
mirarla ni un instante. Veo cómo separa
los labios para gemir—. Tan sexy… —
añado, acariciándole los pechos
mientras presiono las caderas contra sus
redondas nalgas.
Bajo una mano por su vientre.
Todavía tiene la falda subida a la altura
de las caderas, lo que deja a la vista el
tanga blanco. Deslizo los dedos entre
sus piernas y se me escapa un gemido
cuando noto que el tejido está mojado.
—Cualquier hombre moriría feliz
teniéndote aunque solo fuera una noche
—aseguro, al tiempo que separo la tela
a un lado para deslizar un dedo en su
interior. La veo cerrar los ojos y apoyar
la cabeza en mi hombro—. No, quiero
que me mires. Quiero que veas lo que yo
veo. Quiero que los dos veamos cómo te
corres.
Obediente, abre los ojos sin dejar de
mover las caderas contra mi mano, con
la boca entreabierta. Me reclino sobre
ella y pongo la otra palma, abierta, en el
centro de su espalda para presionar un
poco hasta que se inclina hacia delante.
Instintivamente se sujeta en el lavabo.
Sigo observándola mientras deslizo
los dedos bajo el elástico de las
braguitas y se las bajo hasta las rodillas.
Le acaricio la suave curva de las nalgas
al tiempo que me meto un dedo en la
boca para, luego, introducirlo en su
interior. Ella gime. Yo siento como su
cuerpo me ciñe.
La tomo por las caderas para
inmovilizarla mientras busco la entrada
con la punta de mi pene. Contengo un
gemido al notar lo caliente y húmeda
que está cuando me succiona hacia el
interior de su cuerpo.
Baja la mirada al punto en el que se
unen nuestros cuerpos como si le gustara
observar cómo me deslizo en ella. Al
ver que no me muevo, busca mis ojos en
el espejo; asiento con la cabeza y ella
me responde con un gesto similar.
Entonces empujo en su interior
profundamente, con fuerza.
Se le abre la boca y cierra los ojos
con expresión de placer. Me quedo
inmóvil en su interior, disfrutando de lo
estrecha que es, de cómo me aprieta,
recuperando un poco de control para no
correrme demasiado pronto.
Cuando abre los ojos, se inclina
hacia delante, provocando que me
deslice fuera casi por completo.
Entonces, con la misma lentitud, embiste
contra mí y vuelve a clavarme en su
interior.
Le sujeto las caderas con las manos
y la animo a seguir esa lenta cadencia
con la esperanza de no explotar antes de
tiempo. Cuando encuentra su ritmo,
deslizo los dedos entre los resbaladizos
pliegues en busca del inflamado brote
para comenzar a frotarlo. Olivia
comienza a emitir pequeños gemidos
mientras dibujo suaves círculos sobre el
clítoris que se convierten en ronroneos
cuando encuentro el punto más sensible.
Solo tardo un par de minutos en
sentir que su cuerpo palpita a mi
alrededor. Sé que está cerca. Incremento
el ritmo y froto el dedo con más fuerza.
Cuando se le entrecorta la respiración y
el placer se convierte en suspiros, me
inclino hacia delante para aprisionarle
el pelo con la mano libre y atraer su
cabeza hacia mi boca.
Le hablo al oído.
—Quiero que observes cómo te
corres, Olivia. Que veas lo hermosa y
sexy que resultas. Quiero que entiendas
por qué te deseo tanto.
La obligo a moverse, implacable,
hasta que grita y se muerde los labios
para contenerse, hasta que su cuerpo se
ve atravesado por el torbellino del
orgasmo.
La penetro hasta que ya no puedo
aguantar más, hasta que mi propio
clímax es incontenible. En ese momento
busco sus ojos en el espejo con la
respiración tan acelerada como mi
corazón.
—¿Ves lo que me haces? Quiero que
me mires a los ojos mientras mi semen
te resbala por las piernas.
Mis palabras la excitan. Noto un
espasmo a mi alrededor que me lanza
directo al borde. Con un apremiante
gemido, noto que se me contraen todos
los músculos de mi cuerpo y eyaculo
profundamente en su interior.
Me obligo a mantener los ojos
abiertos aunque el instinto me lleva a
cerrarlos, y los dejo clavados en los de
ella. Olivia también me mira, sin apartar
la vista ni un segundo.
Mientras me deslizo suavemente con
las últimas oleadas, siento que el
caliente líquido rebosa y comienza a
caer a mi alrededor, mojándome los
muslos. Estoy seguro de que ella
también lo siente.
Clavo mis caderas en las suyas y la
veo sonreír.
«Bien, lo sientes, ¿verdad, cariño? Y
todavía mejor, te gusta».
¿Qué es lo que más me gusta de esta
noche? Saber que Olivia oculta bajo esa
tímida fachada a una chica sexy y
atrevida.
Y yo voy a dejarla en libertad.
25
Olivia
Cash no puede mantener las manos
alejadas de mí mientras intento
arreglarme para salir del baño. Sé que
debería estar preocupada o
avergonzada, y seguramente mañana lo
estaré, pero ahora mismo solo me siento
anonadada; jamás había tenido una
experiencia sexual tan intensa.
Por un lado, y basándome en esta
vez con Cash, estoy segura de que fue
Nash el que vino a mi habitación. Pero
por otro, Cash no me ha preguntado
sobre el control de natalidad, lo que me
hace pensar que ya lo sabía, y eso
querría decir que fue él quien me visitó
esa noche.
No cabe duda de que algo tan
impulsivo como esto encaja más con la
manera de ser de Cash. Un tipo como él
asumirá que si no digo nada, es que
estoy tomando la píldora.
Una vez más, la realidad solo me
deja preguntas, aunque en este momento
no me importa. Todavía estoy consumida
por Cash; siento sus caricias; huelo su
aroma… Todavía le siento y espero que
esa sensación no se desvanezca nunca.
No puedo dejar de pensar en él y, en
este momento, no me importa.
Me peino por segunda vez mientras
Cash sigue pegado a mi espalda,
acariciándome la cintura desnuda. Tengo
las bragas mojadas y, a este paso,
seguirán así toda la noche.
Me aparta el pelo y me besa el
cuello antes de mordisquearlo.
—¿Tenemos que volver ahí fuera?
—me pregunta.
No lo puedo evitar, emito una risita
tonta.
—Estoy segura de que habrá mujeres
que necesiten usar el cuarto de baño.
—Que se jodan. Hay otro.
Suelto una carcajada.
—¿Dónde vas a dormir?
Él levanta la vista y busca mis ojos
en el espejo.
—Buscaré un hotel. ¿Por qué?
¿Quieres compartir habitación?
«Mmmm… ¡sí, por supuesto!».
Lo pienso pero no lo digo. Me giro
entre sus brazos y alzo la vista buscando
sus ojos.
—Mira, has venido a ayudarme, lo
mínimo que puedo hacer es ofrecerte una
cama. De todas maneras, es la casa de
mi padre, así que…
—Así que tendremos que ser
silenciosos —susurra al tiempo que
arquea las cejas en un gesto cómico.
Yo me limito a sonreír. No confirmo
ni niego si vamos a compartir la cama.
Pero sé que lo haremos. Solo tendrá que
insistir un poco para conseguirlo.
Nos dirigimos muy despacio hacia la
puerta y respiro hondo antes de abrir el
pestillo.
—Tú primero —sugiere—. Yo
esperaré unos minutos. Así no será
demasiado obvio lo que hemos estado
haciendo.
Sonrío ampliamente.
—Mmm… no creo que nadie lo
dude, pero eres un encanto al haberlo
pensado.
Comienzo a abrir la puerta, pero
Cash la vuelve a cerrar poniendo la
mano en la hoja. Cuando le miro, sus
labios se apoderan de los míos en un
beso posesivo que me hace volver a
considerar seriamente su sugerencia de
quedarnos allí dentro.
Pero… no es posible.
El resto de la noche resulta una de
las mejores de mi vida. Cash no se aleja
de mí ni un momento, durante todo el
rato me toca de alguna manera, haciendo
que se me erice la piel. Compartimos
muchas miradas y sonrisas cómplices
que hacen que no se borren de mi mente
los minutos que estuvimos en el cuarto
de baño. De todas formas, están muy
frescos en mi mente y estoy segura de
que seguirán estándolo cuando tenga
cien años y no pueda recordar dónde he
puesto los dientes. Siempre recordaré a
Cash… en el cuarto de baño… y ese
espejo.
Ninguno de los dos bebe demasiado.
Creo que ambos queremos tener la
mente despejada y no arruinar la magia
de la noche. Cuando todo el mundo se
marcha de la fiesta, Cash me escolta
hasta el coche de Ginger para que pueda
llevarla a casa. Ahora estoy sobria y
feliz por ello.
—Te seguiré, así podré llevarte
luego a casa.
—De acuerdo —convengo con una
sonrisa de oreja a oreja. Al parecer, no
puedo dejar de sonreír.
Se inclina para darme un beso
rápido en los labios antes de separarnos.
Durante el trayecto hasta casa de Ginger
miro el espejo retrovisor una y otra vez
buscando el faro delantero de su moto.
Y sonrío… Por supuesto que sonrío.
—Bueno, supongo que ya sé a cuál
de los dos has elegido, Liv. —Doy un
respingo. Ginger no articula bien las
palabras, y es la primera vez que habla
desde que nos subimos al coche.
Pensaba que estaba dormida.
—¿Por qué lo dices?
—Porque es un chico malo y las dos
sabemos que siempre eliges al chico
malo.
Se le cae la cabeza a un lado
después de hacer tal declaración.
Siempre elijo al chico malo y
siempre lo lamento. ¿Estaré cometiendo
un enorme error con Cash?
Sus palabras me dan vueltas en la
cabeza mientras la acompaño al interior,
y siguen haciéndolo cuando él me lleva
a casa en la moto. Le doy un casto beso
después de enseñarle su habitación,
dispuesta a desaparecer.
Él me pone la mano en el hombro
para detenerme.
—¿Qué pasa? —susurra. Estoy
segura de que quiere saber por qué no
me voy a la cama con él. Mi padre está
profundamente dormido en la sala y los
dos lo hemos visto.
Intento esbozar una sonrisa, pero no
soy capaz.
—Nada. Buenas noches, hasta
mañana.
Me dirijo a mi habitación y cierro la
puerta después de entrar. Me preparo
para irme a la cama, pero después de
más de una hora, sigo sin lograr
conciliar el sueño. Decido darme una
ducha esperando poder refrescarme y
relajarme. Quizá es el olor a humo del
bar lo que me mantiene despierta.
Cuando estoy debajo del chorro de
agua caliente, intentando no pensar en
nada, escucho el sonido metálico de las
anillas de la cortina de la ducha al
deslizarse por la barra. Me enjuago los
ojos y veo a Cash entrando en la cabina.
No puedo evitar deslizar la mirada
por su cuerpo desnudo. Es todavía más
perfecto de lo que esperaba. El pecho
ancho y bronceado, con aquel tatuaje en
el pectoral izquierdo. Los tensos
abdominales, las piernas largas y
fuertes. Es perfecto de pies a cabeza,
incluso en aquellos centímetros más
duros, impresionantes y orgullosos, que
me derriten las entrañas.
Sé que estoy mirándole fijamente,
pero no puedo evitarlo. Es verlo y estoy
mojada, preparada para él.
Me pone un dedo debajo de la
barbilla para obligarme a subir la
cabeza. Su expresión es seria y tierna,
sus rasgos devastadoramente atractivos.
—Te preocupas demasiado, ¿no
puedes confiar en mí?
Busca mi mirada. Le deseo, pero no
sé si entregarme a él es la opción más
inteligente.
«Ojalá se pareciera más a Nash…».
—No lo sé. —Decido ser honesta.
Él asiente, aceptando mi respuesta.
—Aprenderás a hacerlo, te lo
prometo.
Y me besa. Es un beso lento,
profundo, lleno de significado, de
emociones que no sé cómo interpretar.
Me aparto para hablar, pero él me
pone un dedo sobre los labios.
—Shhh… Déjame hacerte el amor,
¿de acuerdo? No pienses, limítate a
sentir.
Sus pecaminosos ojos son oscuros e
insondables, pero brillan de pasión.
Tardo unos segundos en asentir con la
cabeza. Entonces sonríe y me besa otra
vez, ahora con más ternura.
Lame el agua de mi piel con los
labios y la lengua, sigue bajando por el
cuello hasta los pezones… hasta mi
vientre. Se arrodilla entre mis piernas y
me lleva al borde del éxtasis dos veces,
deteniéndose en ambas ocasiones como
si estuviera esperando algo.
Cuando estoy a punto de explotar
por tercera vez, se levanta y me vuelve a
besar mientras me alza contra la pared
de la ducha y me separa los muslos. Me
deja bajar sobre su erección al tiempo
que me mete la lengua en la boca,
imitando los movimientos de su cuerpo.
Alcanzamos juntos el clímax. Se
traga mis gemidos, sin duda por respeto
a mi padre, que sigue durmiendo en la
sala. Cuando terminamos, no se retira de
mi interior, y se gira conmigo entre sus
brazos para ponerme debajo del chorro
de agua. El líquido caliente me apacigua
y casi me quedo dormida con la cabeza
apoyada en su hombro.
Me deja de pie en el suelo, cierra el
grifo y, tomando la toalla, me seca de
pies a cabeza antes de llevarme a la
habitación contigua, donde me mete en
la cama, desnuda.
—Duérmete —ordena con suavidad
—. No pienses. Hasta mañana.
Se aleja y yo me duermo.
26
Cash
Me despierto con una erección y una
mujer en la mente. Apenas se distingue
el reflejo del amanecer tras las cortinas.
Sé que no debería despertarla, pero
temo no hacerlo. Es evidente que su
cabeza le dice que no soy bueno, y me
resulta difícil adivinar de qué humor
estará cuando abra los ojos.
Me levanto dispuesto a ir a su
habitación.
Entreabro mi puerta un poco y
agudizo el oído. Escucho unos profundos
ronquidos en el piso de abajo, así que
salgo de puntillas para atravesar el
pasillo, entrando en silencio en el
dormitorio de Olivia.
Me muevo sigilosamente para
acercarme. Su respiración es profunda y
calmada, está tumbada de lado, en
posición fetal, dándome la espalda. Me
quito los vaqueros y levanto las sábanas
lo justo para deslizarme junto a ella. Me
acurruco contra su columna.
Sin despertar, mueve las nalgas
contra mí, acomodándose más cerca. Me
muerdo los labios para no emitir ningún
sonido. Todavía está desnuda y la
hendidura entre sus nalgas parece un
imán.
La rodeo con un brazo y ahueco la
mano sobre uno de sus pechos perfectos.
Incluso en sueños su cuerpo responde a
mi contacto; noto que se le eriza un
pezón. Se lo pellizco con suavidad con
la punta de los dedos, arrancándole un
gemido. Vuelve a contonear el trasero
contra mí y en esta ocasión respondo
frotando mis caderas contra sus nalgas.
Me inclino hacia su espalda para
besarla en el cuello al tiempo que bajo
la mano por su estómago plano hasta el
vello recortado que cubre su monte de
Venus. Ella cambia de posición y separa
las piernas, lo que me permite deslizar
un dedo entre sus pliegues. Los froto
lentamente, con suavidad, hasta que sus
caderas siguen el ritmo de mi mano.
Introduzco un dedo en su interior y
descubro que está empapada, lo que
hace que mi pene palpite de
anticipación, irguiéndose todavía más
contra su trasero.
Bajo la mano y curvo los dedos
sobre su muslo, que alzo por encima de
mis piernas. Ahora está abierta para que
pueda penetrarla desde atrás. Tengo que
contenerme para no gemir con fuerza
cuando me sumerjo en su apretada funda,
pero respiro hondo sin hacer ruido. Ella
arquea las caderas hacia mí, haciendo
que me hunda hasta el fondo. No sé si lo
ha hecho a propósito o es puro instinto,
porque todavía no sé si está despierta o
no.
Sumerjo los dedos entre sus pliegues
buscando el inflamado brote, que froto
para que el orgasmo avance lentamente,
deslizando las yemas en aquel húmedo
calor. Cuando siento que sus músculos
internos comienzan a ceñirme con más
fuerza, sube la mano a mi cadera para
que me apriete más contra ella.
Está despierta.
La oigo jadear antes de contener el
aliento. Siento los espasmos de su
orgasmo y la escucho gemir por lo bajo.
La inmovilizo con las manos y comienzo
a embestir con más fuerza, más rápido.
De pronto exploto, me dejo llevar
por las sensaciones mientras eyaculo en
su interior. Antes de saber lo que estoy
haciendo, le muerdo un hombro y eso
parece enardecerla. Lleva la mano a mi
cabello y tira con fuerza, haciendo que
siga estremeciéndome dentro de su
cuerpo.
¡Joder! Apenas puedo contener la
impaciencia por saber cómo será cuando
se deje llevar.
27
Olivia
No puedo dejar de sonreír otra vez. A
pesar de las dudas que pueblan mi
mente, es imposible no pensar en sexo
cuando estoy tumbada sobre el pecho de
Cash y dibujo su tatuaje con el dedo.
—¿Qué quiere decir? —susurro.
—Es un símbolo chino que significa
«espectacular» —se burla.
Suelto una risita tonta.
—Si no es cierto, que imagino que
no lo será, debería serlo.
—¿Estás haciéndome un cumplido?
Solo quiero asegurarme para saborearlo
a tope.
Le doy un golpecito en las costillas.
—Haces que parezca horrible y
mezquina solo porque no me desmayo a
tus pies.
—No tienes por qué desmayarte a
mis pies. Aunque si quieres, seguro que
se me ocurre algo que puedas hacer
mientras estás por ahí abajo.
Le miro y arquea las cejas.
—Sí, no lo dudo. —Meneo la
cabeza al tiempo que vuelvo a apoyar la
cabeza en su pectoral para seguir
dibujando las formas de tinta—. En
serio, ¿qué quiere decir?
Cash guarda silencio durante tanto
tiempo que comienzo a pensar que no va
a responder. Pero al final comienza a
hablar.
—Es una composición de cosas que
me recuerdan a mi familia.
Observo cada rasgo por separado y
no soy capaz de distinguir imágenes.
Trazo unas líneas que parecen dedos
oscuros.
—¿Qué es esto?
—Simboliza el fuego que me la
quitó.
Me apoyo en el codo y le miro a la
cara.
—¿A qué te refieres?
Él parece desconcertado durante un
segundo antes de responderme.
—Bueno, mi madre murió en la
explosión de un barco. Pretendían matar
a toda la familia. Mi padre está en la
cárcel, acusado de haberla asesinado.
Mi hermano y yo estamos…
distanciados. Ese fuego acabó con mi
familia. Con mi hogar. Ahora estoy solo.
Recuerdo que Nash me contó que su
padre estaba en la cárcel por asesinato.
No volvimos a mencionar el tema, así
que no sabía que su madre estaba muerta
y que acusaban a su padre de haberla
asesinado.
Me muero de curiosidad y quiero
saber más, por supuesto. En mi mente
dan vueltas cientos de preguntas, pero
no quiero presionarle.
—¿Te… te apetece hablar de ello?
Esboza una sonrisa amarga y
educada.
—La verdad es que no, perdóname.
Odiaría arruinar un día que ha
comenzado tan bien. —Su sonrisa se
hace más amplia cuando se inclina para
acariciarme las nalgas. Noto que se
endurece contra mi vientre, que apoyo
en su cuerpo.
Yo también sonrío.
—Bueno, pues vas a tener que
enfriar esa pasión. Mi padre se
levantará muy pronto y no sé si te he
mencionado que es un tirador de
primera.
—En ese caso… ¿qué te apetece
desayunar?
—Sabia elección, valiente —me
burlo de él con una risita.
—No te rías. ¿Para qué te serviría
luego si tu padre me vuela la polla?
No le respondo, pero sonrío. Sin
embargo en mi interior siento el corazón
pesado como si fuera de plomo. Sé que
Cash es mucho más que un magnífico
amante. Es encantador y ocurrente,
considerado y apasionado. Es inteligente
e ingenioso. Posee muchas cualidades
maravillosas que no tienen nada que ver
con su habilidad entre las sábanas.
«Y en un cuarto de baño público…
Y contra la pared de la ducha…».
Aquellos pensamientos hacen que
desaparezca la tristeza.
Poco después, Cash se va de
puntillas a su dormitorio y yo voy a
darme una ducha… otra vez. Necesito
lavarme.
No puedo dejar de sonreír. No hay
lugar de mi cuerpo que roce con el jabón
que no parezca marcado a fuego por
Cash. Es una sensación muy agradable,
por lo menos de momento.
La realidad de mi situación amenaza
con entrometerse de nuevo. Otra vez la
ignoro con implacable crueldad. Ya me
ocuparé de sopesarla el lunes, este es un
fin de semana para desconectar. Voy a
ignorar al sentido común y las
responsabilidades, las voces que gritan
en mi mente. Durante este fin de semana
solo importamos Cash, yo y esta alocada
atracción que crepita entre nosotros.
Después de ponerme unos vaqueros
cortos y una camiseta que pone «Mejor
chicos que libros», bajo las escaleras.
Me sorprende un poco lo que me
encuentro.
Mi padre está sentado ante la mesa
de la cocina. Tiene la pierna apoyada en
un taburete y las muletas reposan contra
la pared, a su espalda. En la cara luce la
sombra de una barba incipiente. Pero no
es nada de eso lo que me sorprende,
sino que está charlando amigablemente
con Cash mientras este hace el
desayuno.
En mi pecho burbujean miles de
sentimientos diferentes cuando observo
la escena. No doy la bienvenida a
ninguno de ellos. Todos y cada uno
significan problemas para mí… y para
mi corazón.
«Ojalá fueras un poco más parecido
a Nash», pienso mientras observo cómo
Cash añade a los huevos los
condimentos que le indica mi padre.
—Buenos días —saludo con una
gran sonrisa, intentando ocultar la
opresión que tengo en el corazón y que
me arrastra a un pozo de desesperación.
Los dos me miran con sonrisas
felices. Cash me guiña un ojo desde los
fogones y el deseo arde en mi vientre.
No puedo negar que este hombre me
pone a cien. A mil. Seguramente me
pone más caliente que el fuego que arde
en la cocina.
Entro para echar una mano y me dejo
llevar por aquella mañana tan surrealista
como encantadora y excitante. Me siento
para dar buena cuenta de los huevos, el
beicon, las tortitas y el café, sabiendo
que compararé cada mañana del resto de
mi vida con esta. Y seguramente salgan
perdiendo por un buen margen.
«¡Maldita sea!».
Después de lavar los platos del
desayuno, Cash ayuda a mi padre a
regresar a su sillón. Mientras nos
dirigimos al granero, me acribilla a
preguntas sobre cómo se crían las
ovejas y todo lo que ello conlleva.
Intento responderlas tan rápido y
sucintamente como puedo, aunque es
difícil condensar una vida de
conocimientos y experiencia en unos
minutos.
—Entonces, ¿qué es lo que vamos a
hacer hoy?
—Saldremos a buscar corderitos.
Las ovejas se alejan del rebaño para
parir y dan a luz en el bosque o en el
campo. Tenemos que asegurarnos de que
los recién nacidos están en perfecto
estado y, si no es así, resolver los
problemas. Es necesario hacer una lista
de todos ellos en la que aparezca qué
oveja es su madre. De esa manera
también sabremos cuánto tiempo
debemos esperar para marcarlos, cortar
el rabo a las hembras y los testículos a
los machos.
—¿Cortar el rabo a las hembras y
los testículos a los machos? ¿Por qué?
—Cash me mira horrorizado ante
aquella costumbre salvaje.
—A las hembras se les corta el rabo
porque luego es mucho más fácil para
ellas cuando dan a luz. Supone
seguridad para ellas y para los recién
nacidos. Y también sirve para distinguir
a las hembras de los machos. En cuanto
a los machos, los castramos porque…
Bueno, ya sabes lo que harían si no lo
hiciéramos.
Tras superar la sorpresa que le
producen los procedimientos, sonríe de
oreja a oreja y arquea las cejas.
—Sí, ya lo sé.
Sonriendo, paso una pierna por
encima del asiento acolchado del quad y
doy una palmadita en el lugar que queda
a mi espalda.
—Ahora me toca conducir a mí —le
informo con mi voz más traviesa.
Él arquea una ceja de esa manera
que tanto me gusta y se sienta detrás de
mí muy despacio. Al instante se me
acerca, atrayéndome hacia él por las
caderas, para colocarme en la V que
forman sus piernas y presionar el pecho
contra mi espalda. Le siento a lo largo
de mi columna cuando me rodea la
cintura con los brazos. Desliza las
manos por mi vientre y más abajo,
consiguiendo que el fuego del deseo se
avive en mis entrañas.
Siento sus labios contra la oreja.
—Estoy preparado cuando tú lo
estés —me susurra al oído.
Giro la llave con dedos temblorosos
y pongo el quad en marcha. Cuando
acelero al máximo no tengo claro qué
está más revolucionado, si mi libido o el
motor. Si Cash no se reprime un poco,
dentro de una hora estaré sentada sobre
un charco.
Salgo del granero, pero me detengo
poco después para abrir el primer
portón. Uno de los perros de casa sale
corriendo hacia nosotros y me inclino
para acariciarle la enorme cabeza
blanca.
—¡Salomón! ¿Qué tal, guapo? —
pregunto al mastín.
Me agacho más y el animal me da un
lengüetazo en la mejilla antes de
alejarse para que pueda abrir la ancha
puerta. Atravieso el hueco con el quad y
es Cash quien se baja para cerrar. Esta
acción se convierte en una rutina cada
vez que nos topamos con un portón
cerrado. Y son muchos los que puntean
las setenta hectáreas que posee la granja
donde pasé mi infancia.
Conduzco por los antiguos caminos
de mi niñez y juventud mientras señalo
lugares que creo que Cash podría
encontrar interesantes. Me pregunta con
incisiva curiosidad y eso me deja muy
claro que su intelecto no tiene nada que
envidiar al de Nash.
«Inteligente y sexy. ¡Maldición!».
Cash me ayuda a buscar ovejas y
corderos. Me señala a varios de
principios de primavera; como no se ha
criado entre ellos no es capaz de
reconocer las sutiles diferencias que los
distinguen de los recién nacidos, como
hago yo.
Por fin, localizamos a siete
corderos. Son todos hijos de Rambo,
uno de los carneros, que se escapó de
nuevo de su corral y fue a por las
ovejas. Por lo general, mi padre intenta
reducir el apareamiento a ciertos meses
del año para que las ovejas den a luz en
primavera, pero en algunas ocasiones
ocurren cosas como esta y nos
encontramos con crías por sorpresa.
Apunto todos los que hemos
encontrado. Según me ha dicho mi
padre, él esperaba que fueran de siete a
nueve, lo que me hace pensar que al día
siguiente encontraremos un par más,
vivos o muertos. Ese pensamiento me
acelera el corazón.
Incluso después de tantos años, me
entristece perder a alguno.
De regreso hacia el campo que se
extiende hasta la casa, vemos a otros
dos perros y a Pedro, la llama. Por
supuesto, Cash no puede contener un
comentario jocoso sobre cada uno de
ellos, y yo soy incapaz de reprimir la
risa.
Sin embargo, me preocupa la alegre
actitud que muestro durante todo el día.
A pesar de lo peligroso que es para mi
corazón, estoy encariñándome con Cash;
enamorándome de él. Es como mirar
hacia el horizonte y ver una nueva
extensión de mentiras ante ti bajo la
ominosa sombra de una tormenta. Sería
muy fácil imaginarnos asumiendo juntos
el control de la granja algún día lejano.
Y pensar tal cosa sería un desastre.
En vez de regresar a casa, me dirijo
al granero norte. Jugar con Salomón
cada vez que nos paramos ha hecho que
estemos muy sucios. Además, conducir
entre hierba crecida provoca que se te
peguen toda clase de insectos y polvo.
En resumidas cuentas, lucimos una capa
de suciedad sobre otra.
Tomo rumbo al granero para poder
limpiarnos. Es el lugar más próximo en
el que podemos disponer de agua
corriente.
Dejo que sea Cash el primero en
limpiarse. Después de lavarme las
manos y los brazos, empapo una toalla
de papel para pasármela por el escote y
el cuello sudorosos, y luego por la parte
superior de los brazos.
Cuando acabo, me acerco a la
basura para tirarlo y me encuentro a
Cash observándome. Está recostado
contra la pared, con los brazos cruzados
sobre el pecho y me mira fijamente. No
sonríe, pero me observa con una
expresión que comienza a resultarme
familiar. Sus ojos arden oscuros y
peligrosos y sé que pueden hacer que me
queme si no tengo cuidado.
Me quedo inmóvil. No es a
propósito, sino porque siento que el
mundo se mueve bajo mis pies cuando él
avanza hacia mí. Me da la impresión de
que un león me ha elegido como
merienda y me acecha.
Cash se detiene ante mí. No dice
nada, solo se inclina y me toma en
brazos para regresar al quad.
Lo he aparcado al sol, en la cima de
la colina. Nos rodean bosques por tres
lados y lo único que hay bajo nuestros
pies es hierba. Nadie puede vernos, solo
hay hierba. Hierba crecida, a la que la
cálida brisa mece con suavidad.
Él se sube al quad y me acomoda
sobre su regazo. Me mira durante varios
segundos a los ojos observándome como
si yo fuera todo lo que quiere ver,
mientras yo solo lo veo a él. En ese
largo momento parece que estamos solos
en el mundo, cada uno consumido por el
otro. No existe nada más.
Me da un poco de miedo que me
guste que sea así. Solo él y yo. Nadie
más.
Me encierra la cara entre sus manos
y me besa. No es un beso voraz, sino
lento, que se desliza bajo la piel hasta
abrasarme las entrañas. Es como si
estuviera tratando de llegar a mi alma;
como si quisiera colarse en mi interior.
Con manos expertas me desabrocha
los pantalones y frota la mano contra mi
vientre, haciendo que me bajen por las
piernas unos intensos escalofríos y
avivando un enorme fuego en mi
interior; un volcán de lava ardiente que
siempre emerge a la superficie cada vez
que él me toca.
Me rodea con un brazo para alzarme
y me baja por las piernas los pantalones
cortos y las bragas, dejándolos caer al
suelo. Todavía no ha dicho nada, y sigo
sintiendo ese peligro que me posee
cuando estoy con él, cuando dejo que me
tome donde quiera.
Pero lo hago. No puedo negarme.
Me resulta imposible, me siento
indefensa contra él. Al menos en este
momento; quizá no sea así mañana, pero
hoy sí lo es.
Sin apartar la vista de la mía, me
empuja hacia atrás y se baja la
cremallera de los pantalones. No puedo
evitar bajar la mirada y regocijarme en
su perfección.
Alargo la mano confiada y cierro los
dedos en torno a su grueso miembro
para acariciar con suavidad la dura
longitud. Le escucho gemir y veo una
gota transparente en la punta. Eso hace
que me deslice en el asiento para poder
inclinarme y rozar el glande con la
lengua, lamiendo la humedad una y otra
vez.
Lo capturo con los labios y siento
que Cash cierra el puño en mi cabello.
No puedo albergarle profundamente en
la boca, así que le lamo y chupo de
arriba abajo a mi manera, por los lados,
ahuecando la mano sobre sus testículos
antes de rozarlos con la lengua.
De pronto, Cash me obliga a
incorporarme para besarme. Me
introduce la lengua con fuerza en la
boca, notando su sabor en mi saliva. Me
agarra por las caderas y me alza sobre
su miembro y, con un brusco
movimiento, flexiona las caderas al
tiempo que me baja para clavarse en mi
interior.
No puedo contener el grito de placer
que sale de mis labios. Es como si
surgiera de lo más profundo de mi
interior contra mi voluntad.
Le cabalgo bajo la brillante luz del
sol, con la respiración entrecortada.
Gimo cuando me muerde la oreja;
suspiro cuando me levanta la camiseta y
me muerde el pezón por encima del
sujetador. Me explica qué siente al estar
en mi interior; me susurra lo que sueña
llegar a hacerme.
No necesito que me diga que solo
piensa en mí, que soy todo lo que ocupa
su mente, lo veo en su cara, lo siento en
su beso. Ahora mismo, es todo mío y yo
soy suya.
Perdida en su pasión, en sus ojos, en
sus caricias, pierdo de vista la realidad
cuando mi cuerpo se ve envuelto por las
oleadas del orgasmo. Lo único que
siento es el aliento de Cash en mi oído y
la sensación de que se está corriendo
conmigo. Con cada uno de sus latidos
noto que su calor se derrama en mi
interior, intensificando mi placer.
Jadeo al tiempo que le rodeo con
brazos y piernas. Percibo su respiración
entrecortada contra la garganta mientras
extiende las manos por mi espalda para
estrecharme contra él.
Podría quedarme así para siempre.
Si él fuera de los que se
comprometen.
Me aprieta con fuerza entre sus
brazos como si supiera lo que estoy
pensando. Suspiro contra su garganta y
espero que no sea así.
28
Cash
El regreso desde Salt Springs a Atlanta
la noche del domingo no es exactamente
lujoso. A fin de cuentas nuestro medio
de transporte es una moto. Sin embargo,
Olivia parece cómoda. Noto su mejilla
en la espalda y los muslos apretados
contra los míos mientras se aprieta
contra mí como si se sintiera feliz.
Pero tengo la sensación de que no es
así. Algo vuelve a rondar en su cabeza y
no sé qué hacer al respecto.
A lo largo del fin de semana hemos
mantenido relaciones más de una docena
de veces y en lo único que puedo pensar
es en la próxima vez, en lo siguiente que
quiero hacer con ella, por ella. No soy
capaz de saciarme.
Pero me cabrea que cada vez que me
acuesto con Olivia sienta que puede ser
la última. Es lo que piensa; lo puedo
percibir. Lo veo en sus ojos cuando baja
la guardia; cuando no le da tiempo a
ocultarlo detrás de una sonrisa. Algo la
irrita. Creo que sé lo que es, pero no
estoy seguro de si podré arreglarlo… de
si seré capaz de solucionarlo.
Cuando me detengo delante de la
casa que comparte con su prima, apoyo
la moto en la pata de cabra pero no
apago el motor. Algo que dice que no va
a invitarme a entrar.
Y no lo hace.
—Te agradezco todo lo que has
hecho por mí durante este fin de semana.
«¿Está dándome las gracias?».
Esbozo una sonrisa, mi
despreocupada sonrisa de costumbre.
—Oh, créeme, ha sido un placer.
Ella también sonríe, pero con
tristeza. Y quizá con aire de derrota.
Creo que, para ella, lo nuestro ha
acabado antes de comenzar. Me pregunto
si puedo hacerla cambiar de idea, y
cómo.
Incluso me fijo en el incómodo
silencio que se produce, y eso que nunca
los percibo. No suele molestarme nada,
pero esto sí me irrita.
Necesito tiempo para pensar. Pero
es necesario que ella no piense más.
Cuando lo hace acabo teniendo
problemas, al menos en su mente.
—Me dijiste que podrías echar un
vistazo a las cuentas del club esta
semana sin que afectara a tus turnos.
¿Podrías venir mañana después de
comer? No es necesario que te quedes
hasta muy tarde.
Observo que la he frustrado.
Seguramente estaba pensando en la
mejor manera de evitarme, pero eso no
ocurrirá. Intentaré prever cualquier cosa
que le moleste, no pienso darle elección.
—Lo tomaré como un sí. Entonces te
devolveré el coche. Iré a buscarlo por la
mañana.
Observar su expresión es como ver
un choque en cadena, y ella es la última,
la que se queda sin aire. Sé que me
debería remorder la conciencia por
hacerla sentir así, pero no lo hace. No
de verdad. Sé que se le ha metido entre
ceja y ceja que soy malo para ella y no
es cierto. De hecho, cuanto más la
conozco, cuanto más tiempo paso con
ella, más seguro estoy de que soy lo que
necesita. Aunque ella todavía no lo
sabe, todo llegará. Tendré que
contárselo todo, por supuesto, pero
esperaré a que sea el momento
adecuado; si no sería un desastre.
Por fin, asiente con la cabeza.
—Me parece bien. Muchas gracias
otra vez. Cash, no sé que…
—Eh, tranquila. Quizá ahora te des
cuenta de que no soy tan malo.
Sé lo que está a punto de
responderme, así que prefiero besarla en
la boca antes de ponerme el casco y
marcharme.
Mi mejor estrategia es mantener la
mente —y la boca— de esta chica
ocupadas.
«Y eso será muy divertido».
29
Olivia
«¿Qué voy a hacer?».
Me desplomo boca abajo sobre la
cama. Sé que tengo serios problemas.
Cash no es el tipo de hombre del que
debería enamorarme.
Creo que jamás imaginé que podría
acabar enrollada con él; no de verdad.
Me refiero a que sí, es sexy, atractivo,
divertido y zalamero, pero jamás había
imaginado que si llegáramos a mantener
relaciones sexuales se convertiría tan
rápidamente en… esto. En lo que sea
que esto es.
Ha sido un enorme error pasar tanto
tiempo en casa con él. Que conociera a
mi padre. Mi casa es el único lugar en la
tierra que considero mi santuario. Dejar
que entrara en él, en ese entorno y que
haya encajado tan perfectamente, como
si ese lugar estuviera esperándole, solo
ha provocado que caiga en toda clase de
trampas y clichés.
«¡Maldición!».
Es como si mi madre se hubiera
apoderado del control de mi mente y, de
pronto, me encuentro respondiendo a
todos los puntos negativos de Cash con
los positivos de Nash; enfrentándolos a
un combate a muerte.
Deseo poder ignorar su voz en mi
cabeza, que deje de decirme que jamás
funcionará con Cash, que él no es lo que
necesito. Prácticamente la escucho
parlotear sobre lo perfecto que es Nash.
Y tiene razón.
Que Nash me desee, que se vea
superado por esa atracción a pesar de
luchar contra ella, que intente hacer lo
correcto por Marissa, me da esperanzas.
Incluso aunque sea una fría y
desagradable serpiente, es su novia.
Sé que no estoy pensando con
claridad. Estoy en «modo emergencias
on», y solo porque los sentimientos que
tengo hacia Cash me provocan pánico.
Pero no importa lo mucho que lo intente,
estoy cayendo en barrena. La voz de mi
madre es demasiado fuerte, ha clavado
las garras a demasiada profundidad. Y
ver a Gabe este fin de semana no ha
ayudado tampoco.
Es el antídoto perfecto, «antiCash»,
y está haciendo estragos.
Antes de poder pensarlo dos veces,
marco el número de Nash. Quizá alguna
palabra suya pueda poner las cosas en
su justo lugar de una vez por todas. En
cualquier caso, haya o no posibilidades,
no puedo seguir considerándolo una
opción viable si no lo es.
Al principio me siento un poco
aliviada cuando no contesta. Pero
finalmente responde a la llamada y
también me siento aliviada al escuchar
su voz.
—Nash, soy Olivia. Lamento mucho
molestarte tan tarde. ¿Estabas ocupado?
—Er… no. Acabo de llegar a casa.
¿Va todo bien?
«¿Por dónde empezar? Ni siquiera
sé qué decirle ahora que tengo su
atención».
—Sí, todo va bien. —Me detengo a
ordenar mis embarullados pensamientos
—. Lo cierto es que no, no va todo bien.
¿Sería posible que vinieras por aquí?
—¿Esta noche?
Algo en su voz, una nota de
vacilación, me lleva al borde del
frenesí. Al borde, pero no sucumbo.
Ignoro el nerviosismo y continúo.
—Sí. Esta noche. Cuando puedas.
—¿Qué te ha ocurrido, Olivia? Estás
empezando a asustarme. ¿Ha pasado
algo? ¿Te ha hecho algo mi hermano?
Noto que su voz se endurece y me
siento confundida. Me lleva un par de
segundos imaginar lo que está pensando.
—¿Qué? ¿Cash? No, por Dios. No
me ha hecho nada.
«¿Por qué se le ha ocurrido
preguntar eso? ¿Realmente piensa algo
así de alguien de su propia sangre?».
Le escucho suspirar.
—Bueno, estaré ahí dentro de veinte
minutos.
—Genial. Gracias. Hasta luego.
Espero, y mientras lo hago me
paseo. Y podría añadir que no de una
manera demasiado paciente. Me debato
entre dos horribles opciones: lanzarme
con Nash o mudarme a Siberia.
Cuando escucho el timbre de la
puerta, Siberia me parece la mejor de
las dos.
Abro la puerta y no estoy preparada
para lo que veo. Nash ha debido estar
trabajando hasta tarde. Lleva un traje
negro que se adapta perfectamente a su
cuerpo, con una corbata roja. Está
despeinado, lo que hace que se parezca
todavía más a Cash. Es como el Cash
que he deseado, con un poco más de
Nash.
«¿Por qué no pueden parecerse un
poco más al otro?».
Me respondo al instante.
«Porque entonces los querrías a los
dos. Igual que ahora, pero sin razones
para mantenerte alejada».
Meneo la cabeza y me muevo a un
lado para dejarle entrar. Se dirige
despacio al sofá y se hunde en él; parece
exhausto. Yo me siento en el otro
extremo, frente a él.
—¿Un día duro?
Él sacude la cabeza.
—Sí, a ratos.
Trago saliva.
—Siento haberte llamado tan tarde.
—No pasa nada, todavía no me
había acostado. Además, te dije que me
llamaras si necesitabas algo.
Lo miro fijamente. Su cara me
resulta ahora demasiado familiar. Sin
embargo me resulta extraño identificarla
con la personalidad de Nash, no sentir la
intensa fuerza de Cash emanando de
aquellas pupilas brillantes, negras como
la noche.
Arquea las cejas al ver que no digo
nada.
—Bueno, ¿qué ocurre?
Jamás he sabido qué me pasó. Un
momento estoy preguntándome qué hacer
y al siguiente estoy soltando tonterías.
—Nash, ¿me deseas?
Si no hubiera estado tan
conmocionada por lo que acababa de
salir por mi boca, posiblemente hubiera
considerado cómica su expresión, pero
ahora mismo solo quiero morirme.
—¿Cómo?
Me acerco a él y le pongo la mano
en el brazo para dar más énfasis a mis
palabras.
—¿Me deseas?
—Creo que ya sabes la respuesta.
¿De qué va esto, Olivia?
Estoy siendo muy torpe, lo admito.
No he pensado demasiado cómo actuar,
solo he ido a por él, así que no me
queda más remedio que improvisar. Lo
que se traduce, básicamente, en saltar
sobre Nash.
Me inclino hacia él y aprieto mi
boca contra la suya. No sé quién se
queda más horrorizado, si él o yo. Al
principio, sus labios parecen de hielo,
lo que hace que mi humillación crezca
todavía más, si es que es posible, pero
luego se estremece como si le hubiera
quemado.
Me agarra por la parte superior del
brazo, clavándome los dedos en la
carne, y me mira a los ojos. Hubiera
jurado que durante unos breves segundos
veo en ellos daño y cólera. Sin embargo,
eso no tiene sentido. Pero después de
parpadear, ha desaparecido y me
pregunto si habrá sido cosa de mi
imaginación.
Lo veo curvar los labios en una
mueca cruel.
—Así que, así va a ser —comenta
de manera enigmática. Intento zafarme
de su agarre porque comienza a hacerme
daño, pero él no me suelta. Me sube a su
regazo y me acaricia la cara—. ¿Es esto
lo que quieres?
Antes de que pueda responder, me
aplasta los labios con los suyos. No son
suaves ni apasionados, ni siquiera son
excitantes. Son castigadores… y fríos.
Me encojo, intentando alejarme,
cuando fuerza la entrada de su lengua en
mi boca. Es tan brusco que por un
segundo creo saborear un gusto acre a
sangre. Luego aquel sabor se mezcla con
algo salado y sé que estoy llorando.
Nash se aleja y abre la boca para
maldecirme, pero se interrumpe
sorprendido. Supongo que se ha dado
cuenta de que estoy llorando y el hombre
que suponía que era se hace cargo de la
situación.
Cambia de expresión y, con suma
ternura, alza la mano para secarme las
lágrimas de la mejilla izquierda. Me
tiembla la barbilla y quiero detenerla,
pero no soy capaz.
—¿Te he hecho daño? —susurra al
tiempo que me cubre los labios y
pómulos con besos diminutos—. Lo
siento, cariño.
—¡Yo lo siento! —respondo—. No
debería haber hecho eso. Sé que estás
saliendo con Marissa. No sé qué me ha
ocurrido.
—¿Me deseas a mí? —me pregunta,
inclinándose hacia atrás.
No sé qué decir.
«¿Tengo que admitir que es así? Ni
siquiera estoy segura de que sea
verdad».
Cash inunda mi mente.
—¿Qué pasa con mi hermano? —me
pregunta Nash, como si supiera la
dirección que han tomado mis
pensamientos—. Pensaba… Quiero
decir… Sé que ha pasado el fin de
semana en Salt Springs.
Me había olvidado de que Cash
obtuvo la dirección porque Nash se la
facilitó. Me siento todavía más
humillada si es que eso es posible. Sin
duda me considera una cualquiera.
—¿O acaso yo también estaba allí?
—Me roza los labios—. ¿Pensabas en
mis labios cuando te besaba? —Ligera
como una pluma, me desliza la mano de
arriba abajo por el exterior del muslo y
vuelve a subir para apretarme la cadera
—. ¿Deseaste que fuera yo quien te
tocara? ¿Querías que te acariciara como
la noche que fui a tu habitación?
Jadeo en estado de shock.
«¡Oh, Dios mío! ¡Fue Nash!».
Me aparto para hablar, pero sus
labios capturan los míos y consigue con
rapidez que responda al beso. Cuando le
siento respirar en mi boca, la sensación
ahoga por completo cualquier
pensamiento.
—¿Todavía me deseas? Si es así,
soy todo tuyo —concluye, antes de
profundizar el beso. Me lame la lengua
al tiempo que mueve la mano libre hasta
mi cintura y mi estómago. Noto
escalofríos en todo mi cuerpo. Su
contacto es casi igual al de Cash.
«Cash…».
Le empujo poniéndole las manos en
el pecho y él se deja ir sin ofrecer
resistencia.
Me mira a los ojos sin que ninguno
de los dos diga una palabra.
Asiente con la cabeza y sus labios se
curvan en una sonrisa que no transmite
ni pizca de diversión.
—Buenas noches, Olivia.
No se mueve, solo me observa.
Por fin, asiento con la cabeza y me
levanto de su regazo para ponerme de
pie. Le acompaño a la puerta y es él
quien la abre. Se vuelve hacia mí como
si quisiera decirme algo, pero cambia de
idea. Le observo desaparecer en medio
de la oscuridad sin volver la vista atrás
ni una sola vez.
No es de extrañar que no consiga
dormirme. Entre descubrir que me he
acostado con Nash, haber hecho un
ridículo espantoso ante él la noche
pasada y el apuro en que me encuentro
ahora, prefiero no asistir a clase el lunes
y dirigirme a casa de Cash. No estoy
segura de por qué siento necesidad de ir
allí, quizá me estoy dejando llevar por
un presentimiento. No lo sé, pero sé que
debo verlo. Y no me pregunto por qué,
solo voy.
Sé que él está despierto porque vi
mi coche junto a la acera cuando miré
esta mañana por la ventana y las llaves
estaban en el buzón.
La primera vez que me presenté en
el Dual durante el día, Cash estaba
esperándome, así que la puerta principal
no estaba cerrada con llave. Me
pregunté si sería así siempre.
«Es evidente que no», pienso cuando
intento abrirla y la encuentro cerrada.
Trabajar allí no incluye tener una llave
en mi poder, porque es Cash el que abre
y cierra siempre. Me pregunto por qué
no va a ser así, a fin de cuentas vive en
el apartamento que hay detrás.
Rodeo el edificio. Intuyo que debe
haber al menos una puerta trasera para
sacar la basura y para que él entre y
salga de dondequiera que aparque la
moto.
Uno de los lados del edificio no
tiene puerta, así que continúo el periplo.
Como sospechaba, hay una en la parte
posterior. Se accede desde el callejón
donde hay un contenedor enorme contra
la fachada opuesta. Por desgracia, la
puerta trasera también está cerrada.
Sigo caminando alrededor hasta
llegar al otro lado con la esperanza de
que haya otra entrada. Y tengo suerte. La
hay; una muy grande.
Al parecer, Cash ha convertido esa
parte del club en un apartamento con
garaje. Es evidente, porque el portón
está abierto y la moto está aparcada
dentro. Ese es un buen indicador.
Sin embargo, me siento un poco
confusa cuando veo que el coche de
Nash también está aparcado allí. O al
menos es uno exactamente igual al de
Nash.
Se me revuelve un poco el estómago.
Sé que no se llevan demasiado bien,
pero eso no quiere decir que no se
hablen. Sin duda tienen mucho en
común, sobre todo después de los
últimos acontecimientos.
Siento náuseas. Me debato entre
salir huyendo a toda velocidad o
regresar despacio a mi coche, cuando se
abre la puerta interior y Cash sale por
ella. No me ve y se gira para cerrarla.
Está hablando por teléfono, que tiene
sujeto entre el hombro y la oreja
mientras gira la llave.
No puedo evitar escuchar lo que
dice.
—Marissa, ya te dije que tenía
reuniones todo el fin de semana. No
había manera de que lo hiciera. No
tenía…
Se detiene en seco cuando se da la
vuelta y me ve junto al portón del garaje.
Estoy segura de que estoy boquiabierta y
de que muestro una expresión
absolutamente confundida.
Solo una pregunta da vueltas en mi
cabeza.
«¿Por qué Cash habla de esa manera
con Marissa? ¿Por qué Cash habla de
esa manera con Marissa?».
Nos miramos fijamente durante el
minuto más largo de mi vida. Él se ha
quedado paralizado dentro del garaje y
puedo escuchar a Marissa repitiendo una
y otra vez el nombre de Nash.
—Tengo que irme. Te llamaré más
tarde —responde finalmente antes de
colgar, sin apartar la mirada de la mía.
Me observa durante tanto tiempo que
comienzo a pensar que no va a decirme
nada.
—¿Por qué no entras? —me invita al
cabo de un rato—. Tenemos que hablar.
El corazón me golpea las costillas
con mucha fuerza. Puede haber muchas
explicaciones lógicas; quizá solo
estuviera gastándole una broma a
Marissa. Quizá está cubriendo a Nash o
yo no haya interpretado bien la
situación, pero la manera en que Cash
me observa me hace pensar que ocurre
algo. Algo muy grave. Algo que no va a
gustarme nada.
Pienso en huir. En regresar a mi
coche. Estos hombres han sido un
problema para mí desde el día que los
conocí. Si fuera inteligente, les daría la
espalda y no miraría atrás.
Pero no sé por qué, no puedo. En el
mismo momento en que se me ocurre
pensar en que podría no volver a ver a
Cash, noto un profundo dolor en el
pecho. Una intensa y devastadora
sensación. Una herida abierta. Eso
cambiaría mi vida por completo. Lo
siento todo menos la sangre en mis
venas, sangre que debería estar
empapando mi ropa.
Asiento una vez con la cabeza y
camino lentamente con la mirada
clavada en el brillante suelo. Él sostiene
la puerta para que entre.
Me da la impresión de que voy
directa a la horca.
Y, sin duda alguna, es posible que
ahí se dirijan mi corazón y mi confianza.
30
Cash
Mi instinto me impulsa a alejarme de
allí a toda velocidad. La mera idea de
pensar en confesarlo todo, de contar a
otra persona mis secretos, hace que esté
aterrado. No sé por qué voy a
explicárselo a Olivia, solo sé que tengo
que hacerlo. Sin más. Es necesario que
confíe en ella si quiero que ella confíe
en mí. La cuestión es que todavía no
tengo claro por qué es tan importante
para mí. Por qué me preocupa.
Pero es así, me preocupa muchísimo.
Ella sabe que ocurre algo. Camina
como si lo hiciera por una tabla sobre
aguas infestadas de tiburones. Y supongo
que, en cierto modo, es así, si es que a
mí y a la historia de mi familia se nos
puede considerar escualos.
Ni siquiera percibo el desorden que
hay en mi apartamento desde anoche.
Después de dejar a Olivia, me despojé
del traje y lo tiré al suelo antes de
volver a vestirme con mi ropa habitual
para cerrar el club. Luego me dejé caer
en la cama boca abajo y dormí
profundamente hasta esta mañana,
cuando Jake comenzó a golpear mi
puerta para entregarme el coche de
Olivia. ¡Esto de tener una doble vida es
una mierda!
Y ahora estoy aquí, preparándome
para contárselo todo a una chica que no
hace mucho tiempo que conozco; para
confesarle mi más profundo, oscuro,
sucio y peligroso secreto. Y lo único
que me preocupa es si ella querrá seguir
viéndome después. ¿No es una locura?
—¿Quieres beber algo? Acabo de
preparar café, así que todavía está
caliente.
Ella mira a su alrededor con estupor,
como si intentara encajar las piezas de
un puzle, pero no lo conseguirá. Ni en
mil años adivinaría la verdad, a menos
que se la cuente.
—Olivia, siéntate en el sofá. Te
traeré un café. Después hablaremos.
Creo que ella lo necesita más que
yo, que ya es decir. Sirvo dos tazas
grandes y lleno de agua caliente la jarra
de café vacía para lavarla más tarde.
Hace mucho tiempo que vivo solo y este
tipo de cosas se acaban haciendo
automáticamente.
Le tiendo una de las tazas y me
siento enfrente de ella. No quiero
agobiarla físicamente y lo que estoy a
punto de contarle no es bueno.
Seguramente necesitará espacio después
de escucharme.
Me sorprende cuando es ella la que
habla primero, aunque no debería. Es
una mujer de armas tomar. No siempre
se comporta así, pero sí cuando es
necesario. Como ahora.
—No me gustan los juegos ni las
mentiras. Dime lo que ocurre. La
verdad.
Tiene una expresión neutra, lo que
indica que se ha preparado para
cualquier cosa. Imagino que si existe un
momento ideal para dejar caer
semejante bomba, es este.
—Lo único que quiero es que me
des la oportunidad para explicártelo
todo. No quiero que salgas de aquí sin
haber escuchado la historia completa.
¿Trato hecho?
No se muestra de acuerdo de
inmediato, lo que me pone un poco
nervioso, pero cuando lo hace sé que lo
cumplirá.
—Sí.
Me pregunto por un segundo si debo
decirle que repetir lo que va a escuchar
será desastroso, pero decido no hacerlo.
Eso sería como demostrarle que no
confío en ella, algo que no es cierto. Se
trata solo de que jamás se lo he contado
a nadie. Estoy seguro de que es normal
que sea un poco suspicaz.
—Soy Cash.
Ella me mira fijamente durante unos
breves segundos. Imagino las vueltas
que debe estar dándole a eso.
—Eso ya lo sé —replica con
serenidad—. Lo que quiero saber es por
qué estabas actuando como si fueras
Nash.
—Porque también soy Nash.
Su mirada me dice que,
sencillamente, se ha perdido. Que la he
dejado noqueada.
—¿Qué se supone que quiere decir
eso?
Sé que ella jamás logrará entenderlo
a menos que se lo explique desde el
principio.
«Vamos allá».
—Mi padre hizo negocios con
algunas personas un tanto… peligrosas
cuando era más joven, con idea de ganar
algún dinero extra para ayudar a su
familia. Eran muy pobres. Pero todo eso
ocurrió antes de que conociera a mi
madre. —Me río por lo bajo—. Pero
cuando te mezclas con gente así, jamás
logras deshacerte de ella. Creo que él lo
sabía, aunque fuera inconscientemente,
pero a pesar de eso, intentó escapar. Y
cuando lo hizo, decidieron recordarle lo
mala que era esa idea. Esa gente expresa
su opinión de manera… realmente
inolvidable. En esta ocasión fue
saboteando el barco de mi padre.
Olivia me observa y escucha con
atención. No sé si se cree lo que le
cuento, pero no me detengo. Le relataré
toda la historia de una vez por todas, no
quiero tener secretos para ella.
—Eran las vacaciones de Navidad y
pensábamos disfrutar de unos días en
familia. No se trataba de un viaje
demasiado largo y mi madre y mi
hermano se dirigieron antes al barco
para guardar las provisiones. Nadie
pensó que llegarían tan pronto. Hubo una
explosión y ambos murieron. Se
abrasaron con el fuego.
Su expresión no muestra ninguna
reacción durante un buen rato y yo no
añado una palabra más mientras espero
a que digiera lo que le he dicho. Sé
exactamente en qué instante lo hace,
porque se queda pálida como un
cadáver.
—¿Era tu hermano gemelo? ¿Se
llamaba realmente Nash?
—Sí.
La escucho soltar el aire de manera
temblorosa. También le tiemblan las
manos cuando se lleva los dedos a la
boca para mordisquearse las uñas.
—Así que Nash existió, pero yo no
lo he conocido nunca —deduce
correctamente. Lo dice con una
serenidad casi temible.
—Exacto.
—Y durante todo este tiempo, te has
hecho pasar por tu hermano.
—Correcto.
—¿Por qué?
—La gente con la que hizo negocios
mi padre amañaron las cosas para que
las sospechas recayeran sobre él. Le
llamaron para advertirle antes de que
explotara el barco. Le dijeron que si
alguna vez intentaba ir a por ellos,
matarían a todos los que él amaba. En
aquel momento no sabía que mamá y
Nash estaban a bordo.
»Intentamos ponernos en contacto
con mi madre, pero no lo conseguimos.
Cuando llegamos al barco, no era más
que pedazos diseminados por la bahía.
No sólo tuvimos que enfrentarnos a la
muerte de Nash y mamá, además
sabíamos que él acabaría en la cárcel
por homicidio. Que hubieran sido dos
las muertes solo haría que la pena fuera
mayor. En ese momento decidí que
podía ser los dos. Si Nash hubiera
sobrevivido, mi padre solo sería
culpable de un asesinato. No había
mucho más que pudiera hacer, así que
pensé que podría vivir con esa mentira.
Imagino que también ayudó que solo
encontraran algunos restos de mi madre.
—¿Cuánto tiempo hace que ocurrió
eso?
—Siete años. En diciembre, durante
el último curso en el instituto.
Ella me mira con cautela. Está
incrédula pero sobre todo insegura.
—¿Y nadie se dio cuenta? ¿Cómo es
posible?
Suelto una risa amarga, va a
disfrutar cuando escuche esta parte.
—Tú tienes razón sobre mí; siempre
he sido el chico malo, el rebelde. Dejé
el colegio sin terminar la secundaria,
quería ayudar a mi padre en el club que
acababa de adquirir, este club, y para
eso no necesitaba un diploma.
Ella arqueó las cejas.
—¿Este club?
Asiento con la cabeza.
—Nash siempre fue el bueno, el
deportista, el buen estudiante. Llegaría
lejos y toda la familia lo sabía. ¡Dios!
Todos los que lo conocían lo sabían.
Jamás habrían sospechado, ni por un
segundo, que acudía al instituto en su
lugar, que obtenía buenas notas, que
recogía su diploma. Fui a la universidad
como Nash, total, de mí nadie esperaba
nada. Bueno, nada positivo, sino una
vida mediocre como la de mi padre. Lo
único que tenía que hacer era aparecer
de vez en cuando en alguna fiesta y
llamar la atención para que no se
olvidara nadie de que seguía vivo, y
luego volver a ocupar el papel de Nash.
Era fácil. La gente quería que
desapareciera.
No puedo evitar que mi voz rezume
toda la amargura que guardo en mi
interior. Casi quiero que ella la conozca,
que la sienta. Como si eso hiciera que
fuera menos doloroso. No sé por qué es
así, qué hace diferente a esta mujer, pero
sé que lo es.
—Así que, durante todo este tiempo,
has llevado dos vidas paralelas. Le has
mentido a todo el mundo, incluida la
policía.
Siento un horrible vacío al
escucharla.
—Sí.
A pesar de todo lo que he padecido,
la recriminación que veo en su mirada
es todavía más dolorosa.
—¿Por qué? ¿Cómo has podido
hacerlo? Entiendo que por los que
quedabais vivos, pero ¿y la memoria de
los muertos?
Me siento cansado. Muy cansado.
De repente, el precio a pagar por esa
vida de engaño pesa como una losa
sobre mi pecho.
—Lo perdí todo en esa explosión.
Todos los que amaba fueron apartados
de mí. Lo que llamaba hogar
desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
Pensé que al menos podía llevar alguna
clase de honor a su memoria.
—¿Es así como crees que honras su
memoria?
Me pellizco el puente de la nariz
mientras deseo poder hacer desaparecer
el creciente latido que siento detrás de
los párpados.
—Es difícil de explicar. Tanto mi
padre como mi madre querían lo mejor
para Nash y para mí, querían que
encontráramos nuestro camino.
Cualquier cosa era mejor que seguir los
pasos de mi padre. Nash era un genio,
tenía un brillante futuro; mucho mejor
que el mío. No es justo que muriera él y
no yo. Hice lo que pude para que mis
padres se sintieran orgullosos y le he
dado a Nash el nombre y la reputación
que merecía. Lo que hubiera conseguido
de seguir con vida.
Ella guarda silencio. Me
preocuparía de no ser por la mirada de
empatía que veo en sus ojos, en su
expresiva cara. Con su buen corazón
comprenderá mi razonamiento. Solo
tengo que estar seguro de explicárselo
todo. De no olvidar ningún detalle.
—Además, siendo abogado, tengo la
oportunidad de hacer algo para ayudar a
mi padre.
Ella parece más animada al
escucharme. No me sorprende, Olivia es
el tipo de persona que defiende a los
oprimidos, que quiere que brille la
justicia y todo eso. Es, sencillamente,
una buena persona. Mucho mejor de lo
que yo merezco. Nash sería digno de
ella, pero yo no.
Y a pesar de ser consciente de ello,
no soy capaz de alejarme de Olivia.
—¿Crees de verdad que podrías
cambiar algo? ¿Qué habrá alguna
diferencia?
Encojo los hombros.
—No lo sé, pero pienso intentarlo.
Es la razón por la que quiero entrar en
un bufete prestigioso como el de tu tío.
—¿Lo sabe? —me pregunta—.
¿Sabe lo de tu padre?
—Sí. No es algo que pueda
mantenerse en secreto, así que no se lo
he ocultado. Se lo he contado a algunas
personas más, que también saben que mi
intención es conseguir una apelación. Es
increíble lo que se puede aprender
trabajando en un bufete, observando a
los socios y sus ayudantes.
Ella asiente con la cabeza, pero no
dice nada durante un tiempo que se me
hace eterno. Sin embargo, cuando lo
hace, la espera ha valido la pena.
La veo bajar la mirada a sus dedos,
tal vez porque no quiere que sepa que le
importa o, quizá, porque no sabe qué
hacer. Da igual, me siento
profundamente aliviado. No es
necesario que le vea los ojos, sus
palabras lo dicen todo.
—¿Sigue habiendo peligro?
Sonrío.
—No, creo que no. Mi padre ha
estado todos estos años en la cárcel;
creo que ya no les importa.
—¿Porque se ha mantenido en
silencio?
Me tomo mi tiempo. En parte es por
eso.
—Er… sí. Estaba bastante
desesperado y quería escapar. Eligió
una manera desaconsejable para
recobrar su libertad.
—¿A qué te refieres?
Respiro hondo.
—A que les hizo chantaje.
Me mira con la boca abierta.
—¿Tu padre intentó chantajear a La
Mafia? ¿Has visto El Padrino?
No puedo evitar reírme.
—No creo que la ficción se parezca
demasiado a la realidad, pero sí, fue una
estupidez. La cosa es que lo hizo. —
Noto aquel viejo dolor, tan familiar,
extendiéndose por mi pecho—. Pagó
caro su error. Todos lo hicimos.
—¿Cómo les chantajeó? ¿O quizá es
mejor que no pregunte esto?
Tiene curiosidad, aunque observo en
su expresión que es una curiosidad
cautelosa.
—Les sustrajo un par de libros… de
contabilidad. Libros de asientos
contables.
Ella jadea y se cubre la boca con las
manos.
—¡Joder! —exclama ahogadamente.
Sus ojos color esmeralda están abiertos
como platos—. ¡Ay, Dios! Esto es como
una película. ¿Se los entregó a alguien?
Niego con la cabeza.
—No llegó a hacerlo, solo les
amenazó con ello. Si se los hubiera
entregado a la Policía, estaríamos todos
muertos.
—Entonces, ¿qué es lo que
pretendes hacer para ayudarle?
—Bueno, por fin he conseguido que
el padre de Marissa se encargue del
caso, así que pude echar una mirada a
toda la documentación judicial. Por
desgracia, las pruebas son bastante
incriminatorias.
Ella se desliza hasta quedar sentada
en el borde del asiento.
—Bueno, ¿y tienes otro plan? ¿No
puedes hacer nada? ¿Tomar otro
camino?
Me aclaro la voz.
—La verdad es que es posible que sí
pueda hacer algo. Pero es peligroso…
Muy, muy peligroso.
La veo entrecerrar los ojos.
—¿El qué?
Me detengo a pensar la mejor
manera de continuar. Es la única parte
que podría representar una amenaza para
ella, aunque solo saberlo no debería
suponer peligro alguno. Y aún así…
—Los libros que robó están en mi
poder.
Arquea las cejas y me mira con los
ojos muy abiertos.
—¿Estás tomándome el pelo?
¿Conservas en tu poder los libros
contables que fueron el detonante de que
volaran el barco de tu padre y de que
ahora esté en prisión?
Si bien estamos solos, me siento un
poco paranoico y tengo que reprimir el
deseo de mirar por encima del hombro.
—Sí —susurro—. Le obligué a
entregármelos antes de que lo arrestaran.
Le prometí que los mantendría ocultos y
a salvo. Si bien suponen un enorme
problema, son también la razón de que
él siga con vida. Mientras no vuelvan a
sus manos, estamos a salvo.
—¿Para qué piensas que pueden
valerte?
—La verdad es que iba a pedirte que
los miraras por encima. No pensaba
decirte qué debías buscar, yo mismo los
he estudiado durante más horas de las
que puedo contar durante los últimos
meses y creo que contienen alguna
evidencia capaz de encerrar de por vida
a los jefes. Si lo que sospecho es cierto,
habría pruebas suficientes para
demostrar evasión fiscal. Si a eso
añadimos varios crímenes de los que mi
padre sabe que son culpables, entre
ellos el asesinato de mi madre y mi
hermano, podría demostrar que existe
crimen organizado y serían procesados
bajo los supuestos que recoge el acta
RICO.
Permanece en silencio durante tanto
tiempo que llego a preguntarme si ha
comprendido lo que he dicho.
Pero cuando abre la boca y habla, sé
qué es lo que más le ha impactado.
La parte que me hace parecer el
capullo que todos han pensado siempre
que soy.
31
Olivia
Esta es la situación más extraña y
surrealista de mi vida. Ir en busca de un
hombre al que conozco como Cash y, de
repente, encontrarme con Nash. El pelo
despeinado sigue siendo de Cash,
también la ropa sport y algunos de los
gestos. Pero las palabras, la
inteligencia, el éxito… El futuro
abogado es Nash. Y me resulta
sorprendente.
Pero no tanto como para admitirlo en
voz alta.
—¿Estás diciendo que ibas a
involucrarme en un asunto
potencialmente peligroso sin avisarme?
—susurro, intentando mantener la calma
—. ¿Sin un simple aviso? —Estoy
furiosa, no puedo evitarlo. La ira me
atraviesa como un relámpago y no puedo
permanecer sentada. Si lo hago,
explotaría—. ¿Sin dejarme elegir?
Por lo menos, Cash tiene la
consideración de parecer avergonzado.
Arrepentido.
—Estoy seguro de que eso es lo que
parece, pero te prometo que jamás te
pondría en peligro. Solo quiero que
revises los números, que me des tu
opinión. Pensaba decirte que
pertenecían a otro negocio que tenía
intención de adquirir. Sé que puedo
confiar en ti; que me informarías si
encontrabas cualquier detalle extraño o
ilegal. Pero si los llevo a una asesoría,
podrían verse obligados a averiguar el
nombre de la empresa para
devolvérselos. O alguna locura similar.
Si bien eso hace que la situación
parezca menos horrible, todavía estoy
molesta y enfadada. Sin embargo, en el
fondo, sé que lo que más me molesta es
que pensara mentirme. Por extraño que
parezca, me siento capaz de lidiar con el
resto; es posible que llegara a necesitar
un poco de alcohol, ansiolíticos o
tiempo para pensar, pero al final me las
ingeniaría.
Pero esto, esta mentira… Siempre he
odiado a los mentirosos y que me
engañaran por encima de todo lo demás.
Para mí siempre ha sido el único pecado
imperdonable.
¿Será Cash la primera excepción?
¿O esto acabará con cualquier
sentimiento que haya entre nosotros?
—Olivia, por favor, quiero que
entiendas que jamás… Nunca…
Alzo una mano para interrumpirlo.
—Basta. Por favor, no digas nada.
Creo que ya he oído suficiente por hoy.
Quizá sea incluso suficiente para el
resto de mi vida. No lo sabré hasta que
pueda pensar en ello.
Parece derrotado. No está
preocupado como si temiera que pudiera
decírselo a alguien, solo derrotado.
Como si hubiera dejado pasar una
oportunidad importante. Sofoco la
sensación de culpa por estar impidiendo
que se justifique. No puedo sentir
ternura hacia él en este momento,
necesito ser práctica y racional. Fría, sin
emociones.
Finjo rebuscar algo en mi bolso
porque no me atrevo a mirarle a los
ojos. Si lo hiciera me desmoronaría, lo
sé.
—Gracias por haber llevado a
arreglar mi coche y por aparcarlo
delante de casa. Te pagaré lo que te
debo. —Me aproximo a la puerta
lentamente, correr solo me haría parecer
una cobarde, aunque es lo que me
gustaría hacer. Correr, huir muy lejos de
allí.
Cash no dice nada. No le miro hasta
que tengo agarrada la manilla y está a mi
lado. Entonces me detengo; sé que
debería decirle algo, pero no se me
ocurre nada.
Abro la puerta y salgo. No miro
atrás, pero siento sus ojos en la espalda
hasta que doblo la esquina.
Nunca he sido de esos estudiantes
que faltan a clase. Una hora de vez en
cuando, un día quizá, pero nada más.
Hasta ahora.
La mañana del martes no trae
consigo la paz que esperaba. De hecho,
por segunda noche consecutiva no he
sido capaz de dormir demasiado. Si a
eso añadimos mis preocupantes
pensamientos, me siento casi enferma.
Se me revuelve literalmente el estómago
cuando veo las flores que me dejó Nash.
—Cash —me corrijo en voz alta por
enésima vez.
Como la mayor parte de la tarde y de
la noche, vuelvo a revivir la humillación
de lo que ocurrió con Cash cuando
pensé que era Nash. Lo que le dije,
cómo actué, lo que hicimos. O más bien,
lo que casi hicimos. La manera en que
me torturé durante días sin saber quién
había entrado en mi dormitorio aquella
noche.
Me divido entre la ira y la
mortificación, ganando la furia.
«¿Cómo ha podido hacerme esto?
¿Cómo ha hecho esto a todos?».
Me dirijo a la cocina a hacer café.
Cuando paso junto al teléfono, veo que
la luz de la pantalla parpadea. Anoche le
quité el volumen y lo dejé en la sala
porque no quería sentir la tentación de
responder. El nombre que aparece es el
de Cash.
«¿Volverá a utilizar el número de
Nash para llamarme?», me pregunto con
tanta amargura que casi puedo
saborearla en mi boca. Ignoro la
llamada igual que la docena que
aparecen como perdidas y sigo hacia la
cocina.
Mientras bebo el café en la salita,
intento pensar en otras cosas, pero todas
me llevan de regreso a la más
importante en este momento de mi vida:
Cash.
¿Cuándo se volvió tan importante?
¿Cuándo me vi involucrada tan
profundamente con él? ¿Cómo es
posible que me haya enamorado de él
sin saberlo?
Respuesta: no lo sé. Sabía que me
sentía muy atraída por él. Me mentí a mí
misma para que cuando cada uno
siguiéramos nuestro camino, el impacto
fuera menos brutal, pero sabía que iba a
acabar así. Es la historia de mi vida.
Otra oleada de ira y amargura.
Después llega el anhelo… y la
soledad.
Y otra vez la cólera. Contra Cash
por haber hecho que me enamore de él,
por atraparme con su red como una
araña.
«¡Su red de mentiras!».
Por lo menos no lloro, y eso es de
agradecer. Las lágrimas son agobiantes
mientras que la cólera es como el
combustible de un cohete. Quizá no lloro
porque la pelota está en mi tejado.
Porque sé que lo único que tengo que
hacer es responder a una de sus
llamadas, a alguno de los muchos
mensajes que me ha dejado, y estaré con
él otra vez. Al menos por un tiempo.
En una red diferente de mentiras. En
una relación sin futuro.
32
Cash
Oprimo el botón rojo para poner fin a la
llamada. La propia palabra se burla de
mí. ¿He estropeado cualquier
posibilidad de estar con Olivia? ¿Me
importa si es realmente así?
Las respuestas están claras: «No lo
sé» y «Sí». En ese orden.
Solo puedo esperar que confesárselo
todo haya sido la decisión correcta.
Estaba seguro de que alguien como
Olivia apreciaría el gesto, pero quizá
me haya equivocado. Jamás he sentido
nada como lo que siento por ella.
¡Joder! Jamás he sentido nada por una
chica, por lo menos nada como esto.
Resisto el deseo de lanzar el
teléfono contra la pared. El siguiente
paso deberá darlo ella. Tiene que elegir.
Yo tendré que aceptar su decisión, sea la
que sea. No suplicaré. Jamás le
suplicaré a una mujer.
Jamás.
33
Olivia
El martes se transforma en miércoles; la
cólera y la amargura dan paso a la
tristeza y a la depresión. A su manera,
Cash es el hombre perfecto. Siempre
quise que se pareciera más a Nash
cuando, en realidad, ya lo era. Ha sido
capaz de cambiar totalmente su vida
para convertirse en alguien útil para su
padre mientras honraba, de paso, la
memoria de su hermano. De su familia.
Es la combinación perfecta de chico
malo y hombre de éxito; he encontrado
lo que siempre quise, lo que siempre
necesité, envuelto en un paquete sexy y
atractivo que, a su vez, está cubierto de
una red de mentiras y peligros.
Si esto no es una putada, no sé qué
lo es.
34
Cash
Supongo que tienen razón los que dicen
«nunca digas de este agua no beberé».
Me prometí a mí mismo que no
suplicaría. Resulta ridículo; solo es
miércoles y he perdido ya la cuenta de
las veces que la he llamado. Debería
sentirme avergonzado.
Pero no es así.
Me veo superado por la
desesperación. Cada día un poco más.
Me aterra perderla, pero ya no sé qué
más hacer. Odio la idea de ir a su casa
para obligarla a hablar conmigo, pero
acabaré haciéndolo. Lo cierto es que no
se me ocurre nada que no fuera capaz de
hacer por ella; por verla, por hablarle,
por acariciarla y saborearla otra vez.
«¡Joder! ¡Esto es un puto desastre!».
35
Olivia
El miércoles se convierte en jueves. La
pantalla del móvil se ilumina cada vez
con más frecuencia. Lo tengo a mano por
si es mi padre quien me llama, pero
nunca es él. Siempre que le llamo me
dice que está bien y me promete que se
pondrá en contacto conmigo si necesita
algo, pero no lo hace.
Quizá debería irme a casa durante
unos días. Tomarme un descanso en la
universidad. Hacer un paréntesis en mi
vida. Olvidar esta angustia… y a Cash.
Faltan solo unos días para que
Marissa regrese a casa. ¿Qué ocurrirá
entonces? ¿Seguirá Nash formando parte
de su vida? ¿Seguirá viniendo de visita?
¿La abrazará y besará delante de mí?
¿Le dirá que la ama? ¿Tiene planeado un
futuro con ella? ¿Lo planeará si no es
así?
Todos esos pensamientos me hacen
caer en picado. Por un lado, siempre he
sabido que se acostaba con ella. Es
decir, están saliendo juntos, por
supuesto que mantienen relaciones
sexuales. Por otro, Cash no tenía ningún
compromiso y yo sabía que le gustaba
todo lo que puede gustarle a un hombre
como él una mujer en concreto, por lo
menos en ese momento. Pero todo era
mentira.
¡Mentira!
¿Verdad?
36
Cash
Me inclino para tomar las familiares
curvas que llevan a la prisión. Estoy a
punto de volverme loco. Lo único que se
me ha ocurrido hacer para no
arrastrarme ante Olivia es ir a ver a mi
padre. Hace ya un par de días que no sé
qué coño estoy haciendo. Espero que él
me dé un buen consejo, alguna
sugerencia. Necesito toda la ayuda
posible y solo hay una persona en el
mundo, además de Olivia, que sabe toda
la verdad.
Hace años que sé de memoria el
horario de visitas. He visitado a mi
padre como Cash y como Nash. Jamás
he ocultado a la alta sociedad de Atlanta
de dónde procedo, aunque he tratado de
formar parte de ella como Nash.
En ese papel siempre me he
aproximado a la situación desde un
punto de vista legal, como si fuera mi
deber tratar de ayudar a mi padre con
mis conocimientos y hechos. Desde el
lado de la Ley.
Como Cash, jamás he hecho más que
ocuparme de lo único que mi padre me
dejó, el Dual, un negocio adquirido con
dinero sucio procedente de gente sucia,
que convertí en un respetable local de
moda. Eso era algo que un chico sin
estudios podía hacer sin problemas. Lo
que esperaría de mí cualquier persona
que me conociera. Sí, interpreté ese
papel a fondo.
Pero en alguna parte del camino, me
convertí en otra persona. En alguien
diferente. Una especie de híbrido. No
me gustaba que Cash fuera solo un
perdedor. Al menos que no fuera solo el
perdedor. Me gusta ser admirado, que
me miren con respeto. Que consideren
que mi opinión vale algo. Me gusta que
la gente sepa que soy inteligente sin
tener que demostrárselo. No me gusta
fallar. Me gusta ser el ganador que era
mi hermano.
Sin embargo, no soy mi hermano. En
realidad soy también un ganador. Sí, su
muerte hizo que mi vida tomara otra
dirección, pero fui yo quien logró todos
sus éxitos.
Y soy el único que lo sabe.
Salvo mi padre…
Y Olivia.
Los guardias me abren el portón y
cubro el impreso para entrar, en el que
indico mi nombre y el número del
prisionero al que quiero ver. Una vez
que termino, me llevan a una estancia
que ya me resulta familiar, dividida por
la mitad por una mesa alargada y una
pared de vidrio. Otras particiones
perpendiculares al cristal forman
diminutos cubículos diseñados para
crear una ilusión de privacidad, algo
que aquí dentro no existe. Sé que todo lo
que digo al teléfono negro está siendo
grabado y archivado en algún sitio. Por
suerte, mi padre es inocente y, hablemos
de lo que hablemos, lo hacemos de una
manera tan vaga que nadie sospecha
sobre qué conversamos.
Y lo mismo ocurre hoy, cuando los
guardias lo acompañan hasta el otro
lado del cristal y me saluda sonriente.
—¿Quién me está visitando hoy,
Cash o Nash? Con esa ropa no logro
diferenciarte.
Bajo la mirada a las prendas que me
puse de manera precipitada. Los
vaqueros negros y la camiseta de rugby
a rayas podrían llevarlos tanto Cash
como Nash. O quizá no lo haría ninguno
de los dos. De hecho, ni siquiera
recuerdo haber comprado la camiseta.
—¿Importa? —pregunto con tono
seco.
Vuelve a sonreír antes de observar
mi rostro, como siempre que vengo a
visitarle. Como si buscara señales de
que hubiera cambiado con la edad, con
la angustia. Cuando veo desaparecer su
sonrisa, sé que se ha dado cuenta de que
no estoy bien.
Se sienta un poco más derecho que
de costumbre y clava los ojos en mí.
Alerta, en guardia…
—¿Qué te pasa? ¿Qué ha ocurrido?
—He conocido a una chica.
Veo que frunce el ceño, lo que
cambia la expresión de su cara, una cara
que la mayoría de la gente considera una
versión más madura de la mía. Pero al
instante curva los labios en una amplia
sonrisa.
—Bien, ya era hora, ¡joder! —Se
reclina en el respaldo y golpea la mesa
con la palma de la mano. Es evidente
que se alegra por mí. Bueno, al menos se
alegrará hasta que le confiese el resto;
eso podría hacer que cambiara de idea.
—Se lo he contado todo, papá —
añado, impasible.
Parece un poco confundido antes de
darse cuenta de lo que implica mi
declaración.
—¿Cuánto tiempo hace que conoces
a esta chica?
Sacudo la cabeza. Sé por dónde va;
siempre sospechando…
—Papá, da igual. Necesitaba
contárselo porque me importa. Además,
confío en ella y estoy seguro de que me
puede ayudar.
—Metiéndola en todo esto no estás
demostrando precisamente que te
importe mucho.
—No la he puesto en peligro, jamás
se me ocurriría hacerlo.
—Pero ya lo has hecho. Eres mi
hijo; formas parte de esto te guste o no.
Da igual lo mucho que lo lamente, y lo
lamento más de lo que jamás sabrás,
pero así es. Mientras yo esté vivo,
tendrás que ser precavido con la gente
que te rodea. Quizá algún día, cuando yo
ya no esté…
—Me niego a que esto sea una
pérdida de tiempo. No pienso dejar que
te pudras aquí dentro y tampoco voy a
dejar mi vida en suspenso por errores
cometidos hace años. Ya hemos sufrido
demasiado. Ha llegado el momento de
que vivamos. Creo que he encontrado la
manera de…
—De suicidarte —me interrumpe—.
Eso es lo que estás haciendo. Deja de
intentar arreglar lo que no tiene arreglo.
No es problema tuyo, Cash. Te he
entregado esos… esos artículos como
garantía. Nada más.
—Bueno, lo lamento papá, pero ya
estoy cansado de que otras personas me
arruinen la vida. No puedo seguir así.
Tú eres todo lo que tengo y no puedo
quedarme de brazos cruzados sin hacer
nada.
—Hijo, ya hemos hablado de eso.
Agradezco lo que tratas de hacer, pero
no es lo más inteligente que…
—Papá, ¿no puedes confiar un poco
en mí? Aunque solo sea una vez. ¿No
puedes creer que soy capaz de tomar
decisiones y resolverlo? ¿De llevar a
cabo un plan bien pensado?
Su expresión cambia.
—No es que no confíe en ti, Cash.
Tú también eres lo único que me queda
y he llenado tu vida de sufrimiento.
Quiero que te vayas lejos de aquí y
vivas feliz; una vida normal. La que
hubieras tenido si yo también hubiera
muerto en esa explosión.
—Papá, jamás seré feliz si dejo que
languidezcas aquí dentro.
Él sonríe de oreja a oreja.
—¿Qué languidezca?
También sonrío.
—La universidad me ha hecho
ampliar el vocabulario.
Empieza a hablar pero cambia de
idea.
—¿Qué ibas a decir? —pregunto.
—Solo que ya estaba orgulloso de ti
antes de que fueras a la Facultad de
Derecho. Desde que eras pequeño
siempre fuiste muy feliz siendo tú
mismo. Hacías lo que querías y el resto
del mundo podía irse a la mierda.
Siempre he envidiado esa vena rebelde
tuya; admirado la confianza que tienes
en ti mismo.
Siento un nudo en la garganta.
Imagino que uno nunca es demasiado
mayor para desear con todo su corazón
la aprobación de su padre. O por lo
menos así es en mi caso.
—Cash, no dejes que sea esa
terquedad tuya quien tome tus
decisiones. Hay un momento en el que
uno debe rendirse y dejar las cosas
como están. Si quieres a esa chica, ve a
por ella y hazla feliz. Protégela. Dale
una vida plena. Vuelve a empezar. Si la
amas la mitad de lo que yo amé a tu
madre, serás feliz. Y eso es lo que
quiero para ti.
—¡Eh! No he dicho que la ame.
Mi padre sonríe.
—No es necesario.
37
Olivia
La mañana del viernes me obligo a
entrar en la ducha. Es dramático y un
poco asqueroso, pero solo me he
duchado una vez en toda la semana.
Tengo que dejar de ser patética, ya
me he recreado en la desgracia durante
demasiado tiempo. Es necesario que
haga algo, así que he decidido irme a
casa el fin de semana. Llamaré a Tad de
camino y le pediré que me asigne al
menos un turno. Después ya pensaré en
qué puedo ocuparme durante el resto…
Bueno, cuando regrese.
Solo pensar en tener que volver y
hablar con Cash, en ver a Marissa, en ir
a la universidad… me resulta
abrumador. Expulso todo eso de mi
mente y me recreo en que voy a pasar el
fin de semana en los lugares que me
resultan más familiares. En mi hogar, a
salvo.
«A salvo. Jamás pensé que esa
expresión tendría una aplicación tan
literal en mi vida».
Meto lo imprescindible en una bolsa
y cierro la puerta. Marissa está de viaje
y Cash/Nash fuera de juego, así que me
siento desconectada de la ciudad. De mi
vida. De mi casa. Ahora mismo no
siento que sea mi casa, sino una prisión
de mentiras y pesar. El único lugar que
considero mi hogar es al que me dirijo
en este momento.
Llamo a mi padre y a Ginger cuando
ya estoy de camino. Ginger me ofrece
uno de sus turnos, que acepto gustosa;
tendré que trabajar esta misma noche, lo
que seguramente sea una ventaja porque
estaré ocupada. Mañana saldré a los
pastos en busca de más corderos,
incluso aunque no haya ninguna razón
para ello; sé que me sentará bien estar al
aire libre y eso no requerirá que piense.
Que sufra. Que anhele.
—Hola, mi pequeña ladronzuela —
me saluda papá en cuanto entro. Siento
el repentino e inexplicable deseo de
rodearle el cuello con los brazos y
esconder la cara en su hombro como
hacía cuando era niña. Sin embargo,
ignoro el impulso, dejo la bolsa en el
suelo y le beso en la mejilla antes de
preguntarle qué tal se encuentra.
Paso el resto del día viendo un
maratón televisivo de CSI y charlando
sobre temas intrascendentes. No logro
expulsar a Cash por completo de mi
cabeza, pero casi. Sabía que sería así.
Me ducho y me cambio de ropa. Los
pantalones cortos y la camiseta negros
me proporcionan bienestar emocional y
me dejo envolver por la sensación. Tras
dejar acomodado a mi padre, me dirijo a
Tad’s.
Todo el mundo me recibe con los
brazos abiertos, por supuesto. Se
alegran de que esté de regreso. Noto que
me pican los ojos más de una vez
cuando los clientes habituales me piden
que vuelva a trabajar allí, que mi nuevo
trabajo no puede ser tan bueno como
estar allí con ellos. Y aunque de alguna
manera tienen razón, también sé que no
es cierto. En el otro empleo está Cash.
«Cash».
Ginger se presenta en el bar aunque
no es para trabajar, sino para ofrecerme
apoyo desde el otro lado de la barra,
algo que agradezco mucho. Bebe su
copa lentamente y espera a que se
aligere la tarea antes de decirme nada.
—Déjame adivinar, ¿el chico malo
resultó ser todavía peor?
Me río. Es una risa amarga.
—Imagino que puede explicarse así,
sí.
—Me lo temía.
Dejo de meter botellines de cerveza
en la nevera y la miro fijamente.
—¿De veras? Pues podías
habérmelo dicho, ¿sabes?
—En cuanto le eché un vistazo supe
que era un problema. No solo es un tipo
muy guapo, además es inteligente. Y esa
no es una buena combinación para tu
corazón, Liv. Por lo menos, los demás
eran inútiles y estúpidos. Pero ¿este? Sí,
supe que si conseguía clavarte las
garras, estabas perdida.
Me dan ganas de darle una bofetada.
—Gracias por los ánimos, Ginger —
digo, intentando parecer indiferente pero
sabiendo que mi cólera es evidente.
—¿Me hubieras escuchado? No.
Jamás me haces caso. Sabías que debías
mantenerte alejada de él, pero ¿lo
hiciste? No. ¿De verdad crees que algo
de lo que yo te hubiera dicho te hubiera
hecho cambiar de idea?
No quiero admitirlo, pero
seguramente tiene razón. Cash me dejó
sin respiración desde el primer momento
en que lo vi, igual que Nash. Claro que
eran el mismo hombre con ropa y
trabajos diferentes. Creo que, en lo más
profundo, mi cuerpo lo sabía. Respondí
sexualmente a los dos, con la misma
pasión y entrega. Ambos me excitaban y
eso no debería ocurrir con dos
personalidades tan distintas. ¿Por qué no
me di cuenta? ¿Cómo he podido estar tan
ciega?
Estoy vaciando las últimas botellas
de una caja y colocándolas en la nevera,
cuando veo por el rabillo del ojo que
alguien ocupa el taburete que hay al lado
de Ginger. Alzo la mirada y me quedo
paralizada, con el brazo dentro del
frigorífico.
Es Cash.
No sonríe. No dice nada. Solo me
mira. Me pregunto si lo que veo asomar
a sus ojos es su corazón o si solo es
cosa de mi imaginación. Sea lo que sea,
no confío en lo que veo. No confío en él.
No le digo nada. Termino lo que
estoy haciendo, llevo la caja a la
trastienda y regreso. Le sirvo un Jack
Daniel’s. Cuando lo deslizo por el
mostrador, él me tiende un billete de
veinte para que le cobre la bebida. Le
dirijo una mirada altiva en el momento
en el que meto el cambio en el bote de
las propinas, desafiándole a que diga
algo, pero Cash es listo, no dice una
palabra. Solo asiente con la cabeza y se
bebe el whisky.
No es necesario que le pregunte qué
está haciendo aquí. Escuché uno de sus
múltiples mensajes y lo único que me
decía era que quería hablar conmigo.
Pasé de oír el resto de las grabaciones.
Estoy segura de que finalmente las
escucharé, pero todavía no puedo.
Un rendido admirador de Ginger se
sienta al otro lado de esta y comienza a
adularla, por lo que me quedo sola para
atender a otros clientes… y a Cash.
«Cash».
Cuando llega el final de la noche,
tengo los nervios de punta. Él sigue sin
decir una palabra… y yo tampoco. Sin
embargo, la tensión se palpa en el aire y
eso me mata.
Cuando Tad da el último aviso antes
de cerrar, Cash me mira durante un buen
rato. A continuación se baja del taburete
y sale del local. Me siento exasperada y
desolada, triste y frustrada, dolida. Todo
mi ser me impulsa a perseguirle, a
pedirle que se quede.
Pero no lo hago.
No puedo.
No quiero hacerlo.
Como es nuestra obligación, los
camareros nos quedamos mientras Tad
hace la caja, pero mi mente no deja de
vagar. De pensar en Cash… siempre en
él.
Saco el móvil del bolsillo y miro si
tengo mensajes. No hay ninguno nuevo,
lo que me sorprende y decepciona a la
vez. Escojo al azar uno de los que tengo
grabados y lo escucho. Cuando su voz
inunda mis oídos, siento una rápida y
afilada puñalada en el pecho.
—Mira, Olivia, estoy preocupado
por ti, ¿es que no te das cuenta? ¿No lo
notas? Es posible que no siempre haya
hecho lo correcto, pero intenta ponerte
en mi lugar. ¿Te haces una idea de lo
difícil que era contártelo todo,
sabiendo que posiblemente te largarías
y no volvería a verte? Rezaba para que
no hicieras eso, largarte, pero lo
hiciste. Sé que debería aceptarlo, pero
no puedo… Simplemente no puedo.
Le escucho suspirar antes de colgar.
Tengo un nudo en la garganta.
«¿Qué otra cosa iba a hacer? Es un
mentiroso. ¡Un mentiroso!».
Una vocecita en mi mente me dice
que tenía una razón bastante poderosa
para mentirme y que, al final, lo confesó
todo… Algo que, sin duda, podía poner
su vida en peligro.
«¿Importa eso?».
Es la vocecita la que responde que
sí, que importa mucho.
Elijo otro mensaje.
—¡Está bien! Si es así como quieres
que sean las cosas, ¡adelante! Yo ya he
hecho todo lo que podía. He intentado
ayudarte, demostrarte que me
importas, pero evidentemente no es
suficiente para ti. Quizá tengas razón.
Es posible que tengas razón al alejarte.
Ni siquiera yo lo sé.
Escucho otro, y otro… Percibo que
Cash ha experimentado toda clase de
reacciones a mi nula respuesta. Por
alguna razón, eso me oprime el corazón.
Lo único que es común en todas las
grabaciones es la desesperación con la
que quiere arreglar la situación. Y esa
desesperación es solo por mi culpa. Sé
cómo se siente; lo doloroso que es que
alguien te importe tanto, lo desesperante
que puede llegar a ser.
Pero no importa. No debería
importar.
«Claro que importa».
Esa certeza solo me irrita más.
Cuando Tad termina y se dispone a
cerrar, todos salimos al mismo tiempo.
Me acerco al coche y veo que Cash está
sentado en la moto, justo al lado de la
puerta del conductor. Paso junto a él y
abro la puerta. Me siento detrás del
volante sin mirarle, enciendo el coche…
Considero bajar la ventanilla para
hablar con él, pero decido no hacerlo.
Salgo del aparcamiento y tomo la
dirección a mi casa. En el retrovisor veo
una sola luz: el faro delantero de la moto
de Cash. Está siguiéndome.
«¿Por qué me sigue? ¿Pretende
acaso hacer una escena delante de mi
padre? ¿De mi padre, que tiene la pierna
rota?».
Cada vez estoy más enfadada, tengo
el corazón a punto de estallar lo que
hace que sienta una enorme opresión en
el pecho como si tuviera dentro al bicho
de Alien.
Los mensajes que acabo de escuchar
inundan mi cabeza; las palabras, el
sonido de su voz, lo que dice y lo que no
dice, como si las cosas estuvieran muy
claras. Miro otra vez el espejo
retrovisor… Allí sigue la luz,
persiguiéndome con tesón. Su terquedad
es tan brillante y singular como ese faro.
Cuando pasamos junto a un área de
descanso junto a la carretera, escondida
entre los árboles, giro bruscamente y
detengo el coche haciendo crujir la
grava. Presa del impulso colérico, tiro
del freno de mano, apago las luces y me
bajo dando un portazo. Tan solo unos
segundos después aparece Cash, que
también apaga el motor.
Me acerco a grandes zancadas
mientras él se quita el casco y se baja de
la moto.
—¿Qué coño quieres de mí? —
espeto enfadada. Mi ira ha encontrado
una vía de escape en los golpes que le
propino, cuando pongo las manos sobre
su ancho torso y le empujo con todas mis
fuerzas. Apenas se mueve—. ¿Qué tratas
de hacerme?
Cuando noto que se me llenan los
ojos de lágrimas, me giro para regresar
al coche. En el momento que paso por
delante del capó, noto sus dedos
agarrándome los brazos desde atrás
como si fueran bandas de acero. Me
detengo y me obliga a girar para mirarle.
Bajo la plateada luz de la luna llena,
observo que está pálido pero que sus
ojos brillan furiosos.
—¡Basta! ¡Para ya! —me grita.
—¿Por qué? ¿Qué queda por decir?
Creo que me has dicho mentiras
suficientes para toda la vida.
—No pienso mentir más —dice
enfadado—. Ni siquiera quiero hablar
contigo. Lo único que necesito es que
me digas que no sientes nada por mí; que
deseas que te deje en paz, que no
quieres volver a verme. Entonces
desapareceré. Si eso es lo que quieres
de verdad, no volverás a verme.
Sé que esta es mi oportunidad. En mi
corazón estoy convencida que hará justo
lo que está diciendo; que desaparecerá
de mi vida si le digo que lo haga.
Abro la boca para hablar, pero no
me sale ninguna palabra. Veo que
contiene el aliento como si estuviera
esperando que le destierre de mi
existencia.
La furia desaparece de su rostro y es
reemplazada por una expresión de
súplica silenciosa.
—No lo hagas —susurra bajito—.
Por favor, no lo digas.
Busco su mirada, aunque no sé para
qué.
—¿Por qué?
—Porque no quiero que lo hagas.
Necesito que vuelvas conmigo. No para
ayudarme ni para ayudar a mi padre.
Olvídate de eso; no quiero que me
ayudes, solo quiero que vuelvas. Todo
se reduce a ti, eres lo único que quiero.
El corazón se me desboca en el
pecho. No oigo, no siento nada que no
sea Cash. Y aún así, le escucho susurrar.
—Solo te quiero a ti.
—Vale. —Le respondo quedamente
antes de poder pensarlo un segundo;
antes de meditarlo, de torturarme con lo
que debería hacer en vez de lo que
quiero hacer.
Percibo muchas emociones en su
cara antes de no ver nada porque me
coge en sus brazos.
Sus labios caen sobre los míos y el
mundo desaparece. Enredo los dedos en
su pelo para obligarle a acercarse más
mientras sus manos vagan por mi
espalda y mis caderas.
En ese momento me sube al capó del
coche. Baja la boca a mi cuello al
tiempo que desliza las manos por debajo
de la camiseta, acariciándome los
pechos.
Le rodeó con las piernas las
estrechas caderas y le aprisiono entre
mis muslos. Él comienza a frotarse
contra el lugar donde más le necesito.
Me desabrocha el botón de los
pantalones cortos y me baja la
cremallera. Yo agradezco vagamente que
nuestra posición quede oculta desde la
carretera.
Me empuja para que me recline
sobre el capó para deslizar por mis
muslos los pantalones y las bragas antes
de lanzarlos a un lado y apoya mis
piernas sobre sus hombros para enterrar
la cabeza entre ellas.
Me resulta imposible contener los
gemidos de placer que me arranca su
lengua. Noto que dibuja cálidos círculos
en mi clítoris, que lame mis pliegues
antes de enterrarse en mi sexo,
penetrándolo con dureza. Percibo que
frota su cara contra mí hasta que, de
pronto, el mundo estalla a mi alrededor,
brillando con los fuegos artificiales de
un intenso clímax.
Se incorpora. Escucho el ruido que
hace al bajarse la cremallera. Cuando
entra en mí, los espasmos todavía no han
terminado. Me sujeta por las caderas y
me aprieta contra él, sigo teniendo la
espalda apoyada contra el cálido metal
del coche.
Entorno los ojos y veo que está
observándome con una expresión seria y
sensual. Mueve la mano entre nuestros
cuerpos y me estremezco cuando noto
que frota el sensible clítoris con el
pulgar. Pero es suavemente constante y,
muy pronto, la tensión vuelve a
apoderarse de mi cuerpo. Cierro los
ojos y me dejo llevar por las
sensaciones.
Las oleadas de un orgasmo se unen a
la del siguiente mientras noto que Cash
palpita en mi interior. Me estrecha con
fuerza mientras se vacía, llenándome,
corriéndose en lo más profundo de mi
vientre.
Abro de nuevo los ojos y veo que
tiene la espalda arqueada, la cabeza
erguida. Es excitante observarle cuando
se corre mientras siento la reacción de
mi cuerpo succionándole, exigiéndole
todo lo que puede entregarme. Deseo
eso y más. Quiero todo lo que puede
ofrecerme. Quiero que se derrame
dentro de mí.
Sin separar nuestros cuerpos, abre
los ojos y busca mis manos para tirar de
mí e incorporarme, para estrecharme
entre sus brazos. Estamos lo más cerca
que pueden estar dos personas; y no solo
físicamente.
Me cubre la cara de besos al tiempo
que me recorre la espalda con las
palmas. No es necesario usar palabras,
ya me lo está diciendo todo. Lo percibo,
lo noto… y yo siento lo mismo.
38
Cash
Abro los ojos y veo los brillantes rayos
de sol que se cuelan por debajo del
borde de las persianas en la habitación
de Olivia. No debería haberme quedado
toda la noche, pero quería abrazarla
mientras dormía. Quería que ella supiera
que no voy a ir a ningún lado; que está a
salvo conmigo. Entre mis brazos.
Por desgracia, me quedé dormido,
igual que ella. Tres sesiones de sexo de
primera en tan poco tiempo es lo que
tienen.
Sonrío y la miro. Está acurrucada
contra mí, con los rasgos relajados por
el sueño.
No quiero poner nombre a lo que
siento por ella; solo deseo que sepa que
voy a estar a su lado, que voy a
protegerla, a hacerla feliz. Espero que
con eso sea suficiente…
Tiene que serlo.
Se mueve contra mí y mi cuerpo
reacciona a su cercanía. Sé que si no me
levanto de la cama, terminaré por
despertarla. Y aunque esa me parece la
mejor manera de comenzar el día,
acabará dolorida si no la dejo en paz.
Además, su padre se levantará pronto y
tengo que irme a mi habitación.
Me deslizó fuera de la cama, me
pongo los vaqueros y recojo el resto de
mi ropa para dirigirme de puntillas hasta
la puerta. La abro y agudizo el oído;
parece que su padre ya está despierto.
Me dirijo al cuarto de baño en
silencio con idea de darme una ducha
rápida. Cuando termino, bajo al piso
inferior para que Olivia duerma todo el
tiempo que quiera.
Darrin, el padre de Olivia, está
sentado ante la mesa. Por la manera en
que me observa, no puedo evitar pensar
que me estaba esperando.
Le saludo con un gesto de cabeza.
—Buenos días, señor.
Él responde con un movimiento
similar.
—Así que eres tú el elegido —
comenta de manera enigmática.
Le miro a los ojos, de un tono más
castaño y menos brillante que los de
Olivia, y sé adónde quiere ir a parar,
qué quiere saber. Me yergo en toda mi
altura y asiento con las manos enlazadas
en la espalda.
—Sí, señor. Soy yo.
Me mira de pies a cabeza,
sopesándome como podría sopesar a un
nuevo miembro de su rebaño de ovejas
antes de que, por fin, me mire a los ojos.
Me dice muchas cosas con la vista
mientras me observa.
—Sabes lo que significa para mí, lo
que haría por ella. Lo que haría a
cualquiera que le hiciera daño.
Contengo la sonrisa que me quiere
curvar los labios al escuchar sus
palabras. Habla de Olivia de la misma
manera en que lo haría yo.
—Sí, señor.
Tras unos tensos y largos segundos,
asiente con la cabeza.
—Muy bien, entonces vamos a
prepararle el desayuno.
Llegados a este punto, me resulta
imposible reprimir la sonrisa.
Algo más tarde, cuando Darrin habla
con Olivia, me giro para verla en la
puerta de la cocina. Está adorable con el
pelo despeinado; hace que quiera
tomarla en brazos y llevarla de vuelta a
la cama.
Me doy cuenta de que contengo el
aliento cuando ella me mira. Sé que
estoy nervioso. Imagino que será porque
no sé si la brillante luz diurna puede
haber provocado alguna revelación que
la vuelva contra mí.
Cuando por fin me dirige una tímida
sonrisa, suelto el aire. Y cuando veo que
se sonroja, me río entre dientes. No sé
por qué eso me hace feliz, pero lo hace.
—Buenos días —la saludo al tiempo
que dejo la espátula en un plato junto a
la cocina. Su padre sabe lo que siento
por ella, pero incluso aunque no lo
supiera, no hubiera podido contener el
impulso de acercarme.
Me detengo delante de Olivia y
encierro su cara entre mis manos para
darle un beso en sus dulces labios. Ella
me mira con los ojos empañados y algo
se derrite en mi interior. Espero que no
fuera algo importante e imprescindible.
Aquello me hace sentir un poco
incómodo. Todavía no manejo bien lo
que siento por ella, así que sonrío y
vuelvo a mi tarea ante los fogones,
esperando que no se haya dado cuenta
de mi incertidumbre.
El resto de la mañana va sobre
ruedas, por lo menos hasta que ella
anuncia que regresaremos a Atlanta
después del almuerzo. Alzo la cabeza y
busco su mirada; es posible que no esté
advirtiéndome nada, pero leo en ella un
claro propósito. No es posible
malinterpretarlo.
—¿Por qué regresáis tan pronto,
Liv? —pregunta Darrin.
—Tengo que ocuparme de unas
cuestiones, papá. —Noto que sus ojos
brillan sin dejar de mirarme, sentado
frente a ella al otro lado de la mesa—.
Marissa regresará muy pronto y tengo
que arreglar antes algunas cosas.
«En efecto».
Debemos resolver algunas cosas; es
muy evidente.
39
Olivia
El viaje de regreso a la ciudad es tan
diferente del viaje de ida como es
posible. Lo único que lo haría más
dramático sería que tuviera el pelo
ardiendo o me hubiera convertido en
hombre.
Miro muchas veces al espejo
retrovisor para contemplar a Cash en su
moto, justo detrás de mí. Lleva puesto el
casco, así que no puedo verle los ojos,
pero lo imagino sonriendo cada vez que
miro hacia atrás. Casi siento su sonrisa.
Un par de veces, incluso mueve la
cabeza, como si supiera que le estoy
mirando. Me pregunto si puede ver el
cambio de dirección de mis ojos
reflejados en el espejo.
Estoy aparcando en una de las plazas
de garaje asignadas al apartamento de
Marissa cuando Cash se detiene a mi
lado, apaga el motor y se quita el casco.
Intento ocultar la sonrisa que pugna en
mis labios cuando me abraza sin decir
nada. Es como si tuviéramos un acuerdo
tácito. Soy suya y él es mío, al menos
por ahora. Y me niego a pensar en lo que
ocurrirá más adelante.
Coge mi bolsa y la lleva a mi
habitación. En vez de dejarla caer en el
suelo, la pone sobre la cama y se sienta
en el borde del colchón. Antes de que
pueda preguntar qué es lo que está
haciendo, se aclara la voz.
—¿Por qué no recoges todas tus
cosas y te vienes a mi casa?
Noto mariposas en el estómago al
pensar en dormirme entre los brazos de
Cash todas las noches y despertar junto
a él cada mañana; en conciliar el sueño
con su sabor en la boca y despertarme
con su lengua entre los labios. Sería así.
Al menos durante un tiempo… Durante
unos días.
Sería como estar en el Paraíso.
Pero de pronto, inoportuna como
siempre, se entromete la realidad y
pienso en Marissa.
—Mira, Cash, entiendo por qué has
hecho lo que has hecho y lo importante
que es para ti, pero no puedo fingir que
no sé que eres Nash. No puedo
convencerme de que cuando Nash se
acuesta con Marissa no eres tú, porque
lo eres… Siempre lo has sido.
Cash me coge de las manos y me
atrae hacia él hasta ponerme entre sus
piernas separadas. Me mira con ojos
brillantes, haciendo que contenga la
respiración.
—El miércoles puse fin a mi
relación con Marissa.
Ignoro que mi corazón es como un
globo que ha escapado de la mano de un
niño y gira dando vueltas por la
habitación a la velocidad de la luz.
—¿De veras?
—Sí, de veras.
Casi me da miedo preguntar, pero lo
hago.
—¿Por qué?
—Porque no es con ella con quien
quiero estar.
—Pero trabajas con su padre.
—También he hablado con él.
—¿De verdad?
Se ríe.
—Sí. He puesto fin a todas esas…
cosas. Lo cierto es que no puedo decir a
la gente que Nash está muerto, pero no
tengo por qué seguir viviendo igual. Voy
a dejar de momento el caso de mi padre
y seguiré mi camino. Pienso terminar las
prácticas en el bufete y luego decidiré
qué quiero hacer; si quiero ejercer,
dónde y cómo. No pienso dejar que el
pasado dirija el futuro nunca más.
Aunque aprecio lo que dice, hay
algo que me molesta.
—Es tu única familia y está en la
cárcel injustamente. Si puedes sacarle
de allí, si existe alguna posibilidad de
conseguirlo, ¿no crees que deberías
intentarlo?
Baja la mirada a nuestras manos
unidas y me frota el pulgar contra los
nudillos.
—No he tenido un hogar de verdad
desde hace muchos años. —Se
interrumpe y alza la vista buscando mis
ojos. Los suyos me miran con calidez,
dulzura y sinceridad—. Hasta ahora. Tú
eres mi hogar, y eso es lo más
importante de todo. Eres mi casa, eres lo
que importa de verdad.
Quiero besarle, abrazarle y decirle
que lo amo.
«¿Le amo?».
La respuesta llega con rapidez.
«Sí. Le amo».
Pero él todavía no me ha dicho nada
de eso, así que me guardo las palabras
aunque las siento.
—Pero si hay algo que puedas hacer
para ayudarle, quiero que lo intentes. No
le abandones por mí. Te ayudaré si está
en mi mano, no tengo miedo. —Y
mientras pronuncio esas frases me doy
cuenta de que es así; no tengo miedo, y
es gracias a Cash. A lo que veo en sus
ojos—. Sé que nunca me pondrás en
peligro, al menos a propósito. —Libero
una de mis manos y le recorro la firme y
cuadrada mandíbula con la punta de los
dedos—. Confío en ti, Cash. Confío en
ti.
Él me sujeta la muñeca y aprieta los
labios contra el interior antes de tirar de
mí para que doble la cintura. Mi cara
queda muy cerca de la suya.
—Ven conmigo a casa, por favor. —
Siento su aliento cálido contra los labios
y me acerco para hacer desaparecer la
distancia que nos separa, pero él se echa
hacia atrás—. Por favor —repite.
Jamás se lo confesaría, pero en este
momento en concreto le daría cualquier
cosa que me pidiera. Lo que fuera.
—Vale. —En cuanto las palabras
salen de mis labios, su boca cubre la
mía.
Me atrapa la cintura con manos
voraces y urgentes y me tiende sobre la
cama. Nos desnudamos el uno al otro
como si nunca hubiéramos hecho el
amor, como si fuera la primera vez y no
pudiéramos esperar ni un segundo más a
sentir el contacto de nuestra piel.
Cuando me penetra, el mundo se
detiene. Se derrite y nos envuelve
mientras él se mueve en mi interior,
como si fuera un perfecto capullo de
seda. Y en el momento en que los dos
tenemos la respiración entrecortada tras
haber alcanzado el clímax, él pone la
frente contra la mía.
—Mi hogar —susurra.
Para mis adentros me digo a mí
misma que a partir de ahora estoy
perdida. Perdida en él, para siempre.
40
Cash
Mientras limpio y ordeno mi casa no
puedo evitar reconocer que jamás me he
sentido tan optimista ante la vida. Ni
siquiera antes del «accidente» esperaba
el futuro con tanta ilusión. Estoy feliz
y… entusiasmado.
¿La diferencia?
«Olivia».
Sonrío y sacudo la cabeza al pensar
en ella. Ha querido darse una ducha y
asearse antes de recoger sus cosas para
venir aquí. Me sugirió que me
adelantara. Supongo que no me
sorprende tanto como debería; sé cómo
son las mujeres, que necesitan un tiempo
para su aseo y espacio personal. Así que
la besé y me marché. Lo que sí es
extraño es que tuve que contenerme para
no darme la vuelta y unirme a ella en la
ducha. No sé qué me pasa con esta
mujer, pero nunca tengo suficiente.
Incluso cuando estoy saciado, quiero
más.
Oigo sonar el teléfono, lo saco del
bolsillo y miro la pantalla.
—Soy Olivia —se limita a decir,
haciéndome esbozar una amplia sonrisa.
—Se supone que ya deberías estar
aquí. ¿Por qué tardas tanto?
Hace una pausa antes de hablar, y
cuando lo hace es en su tímido tono
habitual.
—No sé qué clase de… er… planes
has hecho para esta noche. ¿Debo llevar
el uniforme de trabajo para hoy o
mañana o…?
—Aunque todavía no lo conoces,
tengo un ayudante en el club. Se llama
Gavin y le he pedido que revise el
horario para cubrir tus turnos este fin de
semana. ¿Por qué no coges todo ese
tiempo libre y lo pasas conmigo?
Ella se ríe y, al responder, lo hace
con voz risueña.
—Me gustaría pasar el fin de
semana contigo haciendo… lo que sea,
pero no puedo permitirme el lujo de
perder el tiempo.
Soy lo suficientemente listo y
observador como para saber que
ofrecerle dinero sería un error
descomunal, así que digo lo apropiado
para mantener el orden.
—Muy bien, entonces es necesario
que sepas que trabajas mañana por la
noche. ¿Es suficiente? Anoche cubriste
un turno en Tad’s.
—Sí, creo que sí.
—Bien, todo arreglado. Mueve el
culo y vente para acá.
—Ya estoy en camino. —Corta la
llamada.
Me pregunto si dejaré de sonreír en
algún momento y, si no soy capaz, qué
excusas daré para explicarlo. Ni
siquiera sé si me molestaré en buscar
razones, porque en este momento me
importa todo una mierda. Soy feliz. La
hago feliz. Eso es lo único importante.
41
Olivia
Cash no me ha dicho dónde debo
aparcar, así que lo hago enfrente, solo
para asegurarme. Seguramente lo tendré
que cambiar más tarde, pero ahora no
quiero anunciar a todo el mundo que
disfruto de un trato preferente porque
estoy tirándome al jefe.
No puedo evitar esbozar una amplia
sonrisa. Lo que pienso suena muy mal,
pero no me importa. Me niego a permitir
que nada ni nadie arruine esta felicidad.
Los momentos felices son tan escasos
que estoy decidida a disfrutar de ellos
todo lo que pueda, mientras pueda.
Tomo el equipaje y el bolso del
asiento de atrás, cierro las puertas y giro
la cabeza hacia la entrada lateral que da
acceso al apartamento. Vuelvo a notar el
aleteo de cientos de mariposas en el
estómago, lo que comienza a parecer
ridículo dado que me he acostado con
Cash más de una docena de veces. Y aún
así…
La puerta del garaje está abierta
cuando me acerco, y también el acceso
interior. Cash está allí, inmóvil y
sonriente. Me bloquea el paso y me
quita de las manos la bolsa y el bolso
para dejarlos en el suelo, a su espalda.
Luego, con una lobuna sonrisa en la
cara, me toma en brazos y me lleva
dentro, cerrando la puerta con el pie.
—Se supone que tengo que atravesar
el umbral contigo en brazos, ¿verdad?
Me río.
—Si eso es así, he debido de
quedarme dormida durante algunos
momentos clave —digo en tono seco.
Él arquea una ceja antes de esbozar
una amplia y arrogante sonrisa.
—Oh, créeme, no dejaré que te
quedes dormida hasta que lo mejor
termine.
Le rodeo el cuello con los brazos al
tiempo que él inclina la cabeza para
besarme. Cuando nuestros labios se
encuentran, se aviva un intenso fuego,
como siempre, pero también hay algo
más. Algo poderoso y más tierno. Más
significativo. Algo que hace que se me
encojan los dedos de los pies y que mi
corazón cante mientras me pierdo en su
beso.
Me lleva hasta el dormitorio y me
deja encima de la cama. Se acerca para
tumbarse a mi lado, pero le detengo.
Esta vez es diferente; siento que es
distinto y quiero que todo comience a lo
grande. Sí, el juego de palabras es a
propósito.
Me arrodillo y gateo hasta el borde
de la cama. Sonrío mientras le miro a
los ojos, pero no digo una palabra.
Comienzo a quitarle la camiseta como la
primera vez que nos vimos. A él solo le
lleva unos segundos darse cuenta de mi
intención y percibo en qué segundo
capta mi propósito. Curva los labios,
arquea las cejas y, como aquel día
lejano, deja caer los brazos a ambos
lados de su cuerpo.
Suelto una risita tonta mientras me
pongo de pie en el colchón para
deshacerme de la prenda, que dejo caer
a un lado. No se me ocurre una manera
más perfecta de comenzar esta nueva
etapa de nuestra relación. Es casi como
si estuviéramos de nuevo en el punto de
partida y tuviéramos otra oportunidad.
Y, si es así, pienso aprovecharla a
fondo.
Volviendo a apoyarme en las
rodillas, cubro una de sus tetillas con la
boca para comenzar a frotarla con la
lengua hasta que se convierte en un brote
erizado. Acto seguido la succiono; oigo
que contiene el aliento.
—Incluso entonces, supe que serías
un problema —confieso.
Le miro mientras deslizo los labios
por su estómago; ya estoy bajando la
cremallera con los dedos.
—Nena, no te haces una idea.
Sé, por su sonrisa, que es feliz. Y
eso es todo lo que importa.
Casi una hora después, Cash está
sobre mi cuerpo sosteniendo su peso en
los antebrazos. Llevamos varios minutos
mirándonos, disfrutando de la sensación
que supone notar cómo se ablanda
dentro de mí, del roce de su piel contra
la mía, de la certeza de que el mundo
sigue girando a nuestro alrededor.
Cuando él alza la cabeza y me mira a
los ojos, leo en ellos una amalgama de
emociones en aquellas deslumbrantes
profundidades, tan intensas que se me
llenan los ojos de lágrimas. Recuerdo
algo que me ha dicho antes y sonrío
mientras ahueco las manos sobre sus
hermosos rasgos.
—Bienvenido a casa.
Cuando me besa, los dos sabemos
adónde pertenecemos.
Epílogo
Duffy
La cerradura es fácil de forzar. Duffy
piensa que es muy gracioso que los
ricachones piensen que están a salvo,
que están protegidos contra los extraños
por tener un buen sistema de seguridad.
Suelta una carcajada antes de obligarse
a callar.
«Si ellos supieran…».
Atraviesa sigilosamente las
habitaciones en penumbra hasta llegar a
lo que buscaba; el dormitorio.
Su plan consiste en llamar a
medianoche al propietario del
apartamento en el que se encuentra y
quejarse de que la televisión está
demasiado alta. Se hará pasar por el
ocupante del piso de al lado y le exigirá
que avise a su inquilina para que baje el
volumen. Ella regresará para ocuparse
del asunto y él estará esperándola, con
la furgoneta aparcada junto a la acera.
Es un hombre paciente. Cuando se le
ocurre un buen plan no le importa
esperar, y ese es un plan excelente. Solo
necesita tenerla en su poder el tiempo
suficiente para apoderarse de los libros;
luego se deshará de ambos. Pan comido.
Se sitúa detrás de la puerta del
dormitorio y marca el número del
propietario para hacer una falsa queja.
Después de colgar, llama a su jefe.
—Hecho, esta noche será mía. Al
amanecer tendré los libros en mi poder.
Luego me desharé de ambos.
Cierra la tapa del anticuado modelo
de móvil y se lo mete en el bolsillo. Se
pone a esperar.
A esperar a Olivia Townsend.
CONTINUARÁ…
Unas palabras
finales…
Son muy pocas las veces en mi vida que
me he hallado en una posición en la que
siento tanto amor y gratitud que la
palabra «GRACIAS» parece trillada e
insuficiente.
Y así me siento ahora, cuando tengo
que dirigirme a vosotros, mis lectores.
Vosotros sois la única razón por la que
mi sueño de convertirme en escritora se
ha hecho realidad. Sabía que sería
gratificante y maravilloso tener
finalmente un trabajo que adorar, pero
no sabía que sería más significativo y
brillante por el inimaginable placer de
escuchar que os gusta mi trabajo, que mi
novela os ha llegado al corazón o que
vuestra vida parece mejor por haberla
leído.
Así que, desde lo más profundo de
mi alma, desde el fondo de mi corazón,
os digo que, sencillamente, no tengo
suficientes palabras de agradecimiento.
He añadido esta nota a todas mis
historias, con un enlace a una entrada en
mi blog que espero que leáis. Es una
manera de expresar con sinceridad mi
más humilde reconocimiento. Os adoro a
todos y cada uno de vosotros, y jamás
lograré transmitir todo lo que vuestros
mensajes, comentarios y correos
electrónicos me han hecho sentir.
Comentarios
Publicar un comentario